Segundo piso

Generación Z, ¿de parte de quién?

Se trata de una generación heterogénea que presenta tantas desigualdades entre sí que difícilmente pueden ser convocados por causas ajenas a sus preocupaciones directas.

La Generación Z no es un movimiento, ni un grupo social homogéneo. Se trata tan solo de una etiqueta (tag), una categoría social, que le asignamos a jóvenes por su año de nacimiento.

Es como si quisiéramos caracterizarlos por su horóscopo cuando, en realidad, se trata de una generación heterogénea que presenta tantas desigualdades entre sí que difícilmente pueden ser convocados por causas ajenas a sus preocupaciones directas.

Por supuesto que hay factores históricos, económicos, culturales y tecnológicos que influyen en las características de las generaciones. Una forma de describir a la Generación Z consiste en señalar que es la primera nativa en la era digital. Hablamos de jóvenes que nacieron en este siglo.

Las características comunes a gran parte de ellos son su conectividad extrema, su preferencia por TikTok, su propensión a ser incluyentes, progresistas (más las mujeres que los hombres), preocupados por el cambio climático, el maltrato animal y el futuro mismo.

Sin embargo, la brecha digital es tan amplia que, en México, según INEGI, solo el 43.9% de los hogares mexicanos tienen una computadora (incluyendo tabletas); el 26% cuenta con dispositivos inteligentes conectados a internet o a una red local (38% en CDMX, el 9.6% en Chiapas) y el 53.1% todavía son usuarios de TV abierta.

Resultó escasa la participación de jóvenes en las manifestaciones del sábado. Aunque es claro que se reunieron grupos descontentos con el tetrateísmo, no fue una movilización Z. Sus banderas y consignas fueron contradictorias, en un lenguaje que no corresponde a la propia actuación juvenil porque sí; en el lenguaje digital de la Generación Z hay peculiaridades, símbolos, señas particulares que no incorporan ni entienden quienes pretendieron convocarlos y provocarlos. Aunque tuvieron empresa mercadotécnica y organización similar a la que congregó a la marea rosa, a estos les fallaron dos factores: teoría y barrio.

Un movimiento social, para adquirir vida, debe cumplir tres principios (Touraine): Identidad, Oposición y Totalidad como un marco para articular la autodefinición del movimiento, la identificación de su antagonista y la visión del mundo por la que se lucha.

El principio de identidad responde a la pregunta fundamental de quién es el actor colectivo y en nombre de quién actúa. Esta distinción es crucial para comprender la legitimidad del movimiento y su conexión con la base que representa. Hace agua cuando la categoría social movilizada y la categoría en cuyo nombre se convoca no coinciden.

El principio de oposición, por su parte, define al adversario y establece la naturaleza de la confrontación. La forma en que se conceptualiza el adversario influye en la estrategia y radicalidad del movimiento.

Finalmente, el principio de totalidad se refiere al campo de batalla cultural, donde se libran luchas por el control de los grandes modelos que orientan a la sociedad. Metas, fines y utopías forman parte del principio de totalidad.

Un conjunto de comportamientos colectivos se considera realmente un movimiento social cuando cumple criterios específicos que van más allá de una simple acción grupal. Debe haber orientaciones comunes, un mínimo de organización y una conciencia colectiva que permitan mantener su identidad a través de diversas expresiones concretas en distintos contextos políticos. Esta definición es crucial, ya que distingue a un movimiento de un motín efímero o una protesta aislada.

Los movimientos no son entidades estáticas; nacen, crecen, se transforman y mueren. La capacidad del movimiento para adaptarse a nuevas circunstancias, resistir crisis y gestionar conflictos internos es fundamental para su longevidad. A lo largo de su historia, muchos movimientos experimentan cambios que pueden alterar su carácter original, como la burocratización o la institucionalización, así como conflictos internos que pueden derivar en su debilitamiento o transformación.

Cuando en el escenario político los partidos muestran una crisis de representación, surge el caldo de cultivo para que parte de la sociedad, sin actores políticos que hablen en su nombre, se movilice. Cuando la oposición no alcanza a articular institucionalmente el conjunto de intereses minoritarios, pero relevantes, surgen las tentaciones radicales y desestabilizadoras. La dificultad es responder a la pregunta: ¿quién se beneficia del conflicto? ¿Quién promueve la inestabilidad?

Lectura sugerida: “Juvenopedia. Mapeo de las juventudes iberoamericanas” de Carles Feixa y Patricia Oliart (NED).

Gracias, LGCH.

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