Aunque los mandatarios ruso y chino, Vladímir Putin y Xi Jinping, consiguen influir en decisiones del estadounidense Donald Trump, no lo pueden contener.
Los tres líderes desequilibran el tablero de ajedrez mundial en un nuevo reparto de áreas de influencia y control. La visión transmilenaria imperial china, la obsesiva nostalgia rusa por sus exrepúblicas (también imperial) y el pensamiento bélico de desarrollador inmobiliario trumpiano desafían el orden contemporáneo.
La Unión Europea, Canadá y México, socios necesarios de EU, adaptan los términos de su relación combinando diferentes grados de astucia y negociación técnica.
Es al interior de su país donde se puede contener, detener o, de perdida, entretener a un presidente que manda la Guardia Nacional a invadir su propio territorio.
Visto así, el crecimiento de la oposición a Trump es un fenómeno político con raíces en la experiencia cotidiana de millones de personas que perciben una deriva autoritaria incompatible con los ideales democráticos de EU.
Bajo el lema No Kings, consigna que sintetiza el rechazo a la concentración personalista de poder, las movilizaciones han ganado músculo, creatividad y alcance geográfico.
La semana pasada sucedieron movilizaciones masivas en varias ciudades de EU y del resto del mundo en contra del creciente autoritarismo de Trump.
Tan solo en Nueva York, más de 100 mil personas salieron a manifestarse. Con un espíritu festivo, personas de todas las edades, profesiones y estratos sociales tomaron las calles con pancartas divertidas e irónicas, con críticas ácidas hacia el mandatario.
Hasta el actor multipresente Pedro Pascal fue visto protestando con un cartel que decía “No Kings, only Queens” junto a una foto de Drag queens.
En esta segunda No Kings March de 2025, da la sensación de que se cimenta una poderosa oposición en las calles. Pero de las calles a las urnas y de las urnas al gobierno (en un sistema con colegio electoral y gerrymandering) hay un trecho enorme.
Queda un año para las elecciones intermedias, donde Trump puede perder su endeble mayoría en el Congreso, tan frágil que ni siquiera le ha permitido evitar el cierre del gobierno al haber llegado al techo del gasto autorizado.
Los demócratas deben reaccionar para poder capitalizar el descontento social. Deben entender qué es lo que ocasiona el júbilo y la alegría política que se palpó en las movilizaciones. Una energía muy similar es la que desprenden los simpatizantes del candidato incómodo demócrata a la alcaldía de Nueva York, Zohran Mamdani.
Mamdani es muy de izquierda, más que el promedio de los habitantes de Nueva York. Sin embargo, es capaz de apelar a un electorado amplio. A menos que suceda algo catastrófico en su campaña, es muy probable que gane la elección al exgobernador Andrew Cuomo, demócrata a lo Hillary Clinton, con experiencia y habilidades de gestión, pero desapegado del ciudadano promedio.
La clave del éxito de Mamdani radica en: i) su brillante comunicación política y soltura a la hora de hablar. Los jóvenes comentan en redes sociales que, después de años escuchando a políticos con dificultades a la hora de conectar ideas en sus discursos públicos, escuchar a Mamdani es como una bocanada de aire fresco; y ii) una campaña centrada en la principal preocupación de los neoyorquinos: la costeabilidad de una ciudad de precios estratosféricos que expulsa a sus trabajadores a la periferia.
Con las elecciones a menos de un mes de distancia, Mamdani conserva una ventaja de dos dígitos en las encuestas. Según dos estudios recientes que cumplen los criterios de confiabilidad del New York Times, Mamdani lidera con un 52% de las preferencias sobre un 28% de Andrew Cuomo, dejando tercero al republicano Silwa con 14% (Fox News, Beacon/Shaw Company); mientras que en la realizada por la Universidad de Quinnipiac cuenta con un 46% contra un 33%.
Más allá de la coyuntura electoral local, la energía de las movilizaciones necesita traducirse en victorias políticas. Eso implica convertir la indignación en votos mediante campañas de educación cívica y acompañamiento para votar por correo o de manera anticipada; construir coaliciones amplias, sumar a sindicatos, organizaciones comunitarias, colectivos culturales, movimientos juveniles, comunidades religiosas progresistas y redes de profesionales; y vincular la defensa de la democracia con la vida cotidiana.
La gente vota cuando entiende que lo que está en juego afecta su alquiler, su guardería, su seguridad en el trabajo, el aire que respira o la clínica a la que acude.
Los derechos no se sostienen solos. Requieren defensa, organización y una ciudadanía vigilante que señale abusos, proteja a las minorías y exija transparencia. Marchar bajo el lema No Kings es más que una consigna atractiva, un recordatorio de que la soberanía reside en el pueblo.
Lectura sugerida: “El fin del mundo común” de Máriam Martínez Bascuñán (Taurus).
Gracias, LGCH.