El escándalo de corrupción en el gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) golpeó la credibilidad del presidente Pedro Sánchez, quien logró salir librado de su comparecencia en el Congreso con el refrendo condicionado de sus aliados de coalición. Quemó sus siete vidas, pero salvó al gobierno. Ahora han surgido nuevos escándalos, como si un acto de corrupción pudiera tapar a otro, esta vez en las filas del conservador Partido Popular. Quizá en México no sorprendería que empresas energéticas contrataran un despacho de abogados vinculados al ministro de Hacienda del gobierno de Mariano Rajoy, Cristóbal Montoro, y le asignaran contratos a cambio de la redacción de leyes en el Congreso afines a sus intereses, así como el trato preferencial con disminución, quitas o condonación de impuestos; o la aparición de grabaciones que comprueban espionaje y campañas al estilo de #TelevisaLeaks desde el ministerio del Interior.
Aunque los niveles de corrupción no se comparan, no se puede ser un poco corrupto. Se es o no. En la competencia entre los dos partidos históricos, parece que se trata de ver quién tiene más grande la infección interna. Con la economía fortalecida —el país presenta la menor tasa de desempleo desde 2009—, los últimos barómetros indican que la corrupción es la principal preocupación de los españoles que se sitúan en el centro del espectro político, el cual suele determinar el resultado de las elecciones. Como ya se ha teorizado y demostrado empíricamente, la desafección política da oxígeno a las fuerzas anti-establishment tanto de derecha como de izquierda. En España vimos un primer surgimiento de nuevos partidos políticos con Podemos y Ciudadanos, el primero ya desinflado y el segundo extinto. El descontento con las instituciones lo absorbe ahora el recalcitrante partido de ultraderecha, Vox.
Es casi un hecho que el PP ganará las próximas elecciones generales. Recordemos que triunfó incluso en las pasadas, pero no logró los apoyos parlamentarios suficientes para formar gobierno. Es poco probable que Vox se acerque al segundo puesto en preferencia electoral (a menos que los escándalos de corrupción impliquen directamente y de manera severa a los líderes del bipartidismo). Sin embargo, es cada vez más claro que el PP necesitará de Vox para gobernar y esto significa que el partido ultraderechista entrará al gobierno. España tiene varios traumas políticos de los cuales Vox se alimenta. En primer lugar, las divisiones ideológicas alrededor dela guerra civil siguen enfrentando a “rojos” y “fachas”. En segundo lugar, el independentismo catalán y vasco enfurece a sectores conservadores y de centro. Ahora, Sánchez se está viendo obligado a hacer más concesiones en términos tributarios a los catalanes para mantener a flote su gobierno, lo que acerca a muchos votantes a Vox. En tercer lugar, la inmigración genera tensiones raciales y culturales que hoy en día están al rojo vivo. Apenas hace una semana, el dirigente de Vox amenazó con expulsar a 8 millones de inmigrantes, independientemente de su estatus migratorio y de los beneficios que generan al resto de los sectores económicos. En Torre Pacheco, poblado murciano con 40 mil habitantes, de los cuales un tercio son inmigrantes de Marruecos dedicados a la producción agrícola del melón, a partir de la presunta agresión a un anciano, grupos de ultraderecha de la región organizaron “cacerías de migrantes”.
Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, cree equivocadamente que la disputa con Vox es por las mismas banderas, por lo que tiende a radicalizarse y ahora comienza a producir un discurso de “mano dura” con la inmigración. Esta estrategia legitima las políticas de Vox y sitúa el debate público en los términos que le conviene a la ultraderecha. Electoralmente tampoco es óptimo para el PP pues, al final, nadie es tan bueno en ser Vox como Vox mismo, aunque a veces Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid por el PP, se queda muy cerca.
Para garantizar una salud democrática e institucional, las derechas del mundo (incluido el PAN) deben aprender a no perder simpatizantes frente a la ultraderecha. Son las posiciones más centristas y no las estridentes y radicales las que permiten mantener la cohesión de una mayoría conservadora. Aunque Vox no gobierne, la batalla se pierde si su ideología marca la agenda pública e influye en las políticas. Por otro lado, las izquierdas pueden aprender de las victorias de nuevos cuadros como Zohran Mamdani, quien ha conseguido el apoyo incluso de votantes de Trump en la elección pasada. Las fuerzas políticas que defienden la igualdad y los derechos humanos deben mantener el difícil equilibrio entre oponerse firmemente a la ultraderecha y, al mismo tiempo, no alienar a los votantes que han sido seducidos por ella.
Lectura recomendada: ¿Quién vota a la derecha? De qué forma el PP, Ciudadanos y Vox seducen a las clases medias de Alberto Garzón (Península).
Siempre gracias, LGCH.