La política española está al rojo vivo, empezando a vivir las consecuencias de los escándalos, periodicazos y decisiones judiciales relacionadas con el llamado caso Koldo y el encarcelamiento preventivo del exnúmero tres del gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Santos Cerdán, acusado de orquestar, junto con el exministro socialista José Luis Ábalos, un complejo entramado de corrupción mediante licitaciones irregulares para obras públicas a cambio de mordidas millonarias.
La entrada en prisión de Cerdán pone al presidente Pedro Sánchez bajo la máxima presión política, pues junto con Ábalos formaron parte desde el principio de la epopeya política sanchista en su núcleo más cercano y contaban con su plena confianza. Aunque no es claro que Sánchez estuviera al tanto de los malos manejos, el presidente debe dar respuestas convincentes.
Pedro Sánchez ha sido un político insólito, habilidoso para salir bien parado de las peores situaciones, como gato que cae siempre de pie. Sus ascensos y triunfos han sido a contracorriente. Para ganar las primarias para la dirección de su partido, después de haber perdido la confianza de su cúpula tras malos resultados electorales, recorrió toda España en un trabajo de base que sorprendió al establishment del PSOE. En los límites de la institucionalidad política, llegó por primera vez a la presidencia, no por elección popular, sino tras ganar una votación en una moción de censura que presentó en el Congreso y que le permitió derrocar al entonces presidente conservador Mariano Rajoy y asumir el cargo sin necesidad de elecciones.
La moción de censura por la que Sánchez accedió al gobierno se produjo a raíz de las sentencias condenatorias en el caso Gürtel, que demostraban que el Partido Popular (PP) recibió financiamiento ilícito, con la aquiescencia (y posible colaboración activa) de Mariano Rajoy. Sánchez llegó al gobierno liderando una lucha contra la corrupción y ahora se encuentra afrontando una crisis política por estar del otro lado, aunque —como señala Victoria Camps— hay diferencias marcadas entre el tratamiento de la corrupción en los gobiernos del PP y del PSOE.
Los conservadores han sido cínicos y nunca han querido asumir consecuencias políticas; más bien se les ha obligado a hacerlo. Los cuadros manchados por la corrupción mantenían sus cargos y su lugar en listas electorales hasta que el partido no tenía más remedio que removerlos. Ahora, usan contra Sánchez los calificativos que los han definido. En el PSOE han sido ligeramente más proactivos a la hora de enfrentar las consecuencias de la corrupción, pero no lo suficiente como para contentar al electorado y a los socios parlamentarios.
La clave para Sánchez estará, una vez más, en la negociación política. Los grandes triunfos del sanchismo se han producido a través de pactos y acuerdos, más que con amplias victorias electorales. El congreso federal del PSOE del pasado sábado demostró que al interior de su partido todavía cuenta con apoyo mayoritario. Solo un líder territorial, Emiliano García-Page, le exigió someterse a un voto de confianza (equivale a una moción de censura autoimpuesta) o convocar elecciones inmediatamente.
Mañana miércoles, Sánchez comparecerá ante el Congreso para dar explicaciones. Este momento será clave para determinar el futuro de la legislatura. Las elecciones anticipadas solo le convienen al PP —quien justo este fin de semana tuvo su congreso federal en el que se ratificó a Alberto Núñez Feijóo como líder y futuro candidato— y al ultraderechista Vox, que se relame ante su probable aumento de escaños y participación en el siguiente gobierno. Es poco probable que veamos triunfar una moción de censura. El resto de partidos —Unidas Podemos, Sumar e independentistas— se muestran titubeantes. Necesitan mostrar a su electorado que son duros con Sánchez, pero conscientes de que un gobierno de Vox y del PP iría en contra de sus intereses.
España es una monarquía parlamentaria bipartidista, marcada por ciclos políticos de dos o tres legislaturas en los que PSOE y PP se alternan la presidencia (hay reelección infinita). Todo apunta a que estamos próximos a un cambio de ciclo y que esta, efectivamente, es la última corrida de Pedro Sánchez, con el toro de la ultraderecha, más bravo que nunca, prometiendo deportar a ocho millones de migrantes, pero también todo apunta a que el endurecimiento del Código de Ética del PSOE, el castigo a los corruptos (pregunta Camps: ¿por qué casi siempre los corruptores son empresarios poderosos?), las cesiones al feminismo abolicionista, a los aliados de la coalición y al independentismo le podrían permitir concluir la legislatura sin elecciones anticipadas.
La corrupción erosiona la democracia y aleja a la política de la sociedad, que es más severa para castigar la corrupción —cuando lo hace— de la izquierda que de la derecha.
Lectura recomendada: Manual de resistencia de Pedro Sánchez (Península).
LGCH, gracias infinitas.