Segundo piso

‘No en mi nombre’. Trump contra las universidades

Si las universidades resisten en su defensa de la libertad académica, si el activismo social logra movilizar en defensa de la inclusión, la diversidad y la equidad, a Trump se le puede vencer.

Donald Trump quiere todo, en todas partes, al mismo tiempo.

Así ocurre también en la guerra que abrió contra las universidades privadas y públicas, y en los recortes presupuestales a los fondos federales para la investigación científica, acciones en las que subyacen fuertes razones ideológicas, combinadas con importantes intereses económicos, bélicos y colonizadores de Estados Unidos e Israel.

Ideológicamente, está clara la ofensiva contra todo lo que huela a “izquierdismo” o causas sociales de inclusión, igualdad y diversidad (DEI) y del movimiento Not in my name, cuyos valores culturales deben ser derrotados. Para ello, es necesario dejarlos sin recursos, reducirlos a su mínima expresión a partir de controles nuevos, con comisarios políticos, al interior de las propias universidades.

La desaparición del Departamento de Educación, los recortes presupuestales a la investigación científica y para la salud, así como la intromisión política en la academia universitaria, tendrán consecuencias terribles para el liderazgo científico mundial que había ejercido Estados Unidos. En esta ofensiva cortoplacista, pareciera que Trump solo quiere una victoria cultural y le importa más que Elon Musk llegue a Marte que descubrir vacunas y salvar vidas. Como con la guerra comercial, estas acciones nos hacen mirar hacia China y preguntarnos cuánto tardará esta potencia en convertirse en el nuevo líder en la investigación académica.

Entre las consecuencias de estas medidas, la fuga de cerebros. La revista científica Nature analizó el comportamiento de su bolsa de trabajo: “los científicos estadounidenses presentaron un 32% más de solicitudes de empleo en el extranjero entre enero y marzo de 2025 que durante el mismo periodo de 2024. Solo en marzo, a medida que la administración de Trump intensificaba sus recortes a la ciencia, las visitas a la bolsa de trabajo aumentaron un 68 %”.

Los fulminantes recortes han interrumpido diversas investigaciones en institutos de salud públicos sobre el VIH y la COVID-19, dos enfermedades que provocaron serias pandemias, pusieron en jaque a los gobiernos de todo el mundo e impactaron con mayor fuerza en poblaciones marginalizadas.

Trump también llevó a cabo una reducción de 400 millones de dólares en subvenciones a la Universidad de Columbia en respuesta a las protestas pro-Palestina. Los donantes privados se suman a esta presión que afecta también a otras universidades como la New School.

La universidad privada mejor ranqueada, Harvard, y la más prestigiosa universidad pública, la de California en Berkeley, resisten los ataques de la administración de Trump. En medio, más de 150 universidades ponen sus barbas a remojar y se solidarizan con la defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra y pensamiento.

Harvard, más antigua que Estados Unidos, cuenta con más recursos que el PIB de muchos países. Los ataques de Trump, a raíz de que las autoridades universitarias no censuraron las protestas contra Israel, nos han hecho voltear hacia esta universidad de élite y de élites. Si bien es cierto que sus exigencias de ingreso son altas, también lo es el porcentaje de estudiantes cuyos padres enseñan o estudiaron en Harvard.

En Berkeley, la primera del sistema de universidades de California, el compromiso social y el activismo político comenzaron en los sesenta como cuna del movimiento por la libertad de expresión y las protestas contra la guerra de Vietnam. Es investigada por el gobierno de Trump por “financiamiento extranjero” y le han sido canceladas centenares de visas a parte de sus estudiantes internacionales.

Entre la élite académica y cultural judía estadounidense y en el activismo juvenil, permea un movimiento que recircula la frase no en mi nombre para deslindarse y manifestarse en contra de la violencia del Estado de Israel hacia Gaza. Hay una reivindicación del ser judío y sus valores a la par de un cuestionamiento a la práctica genocida de Netanyahu.

Precisamente desde Berkeley, Judith Butler sostiene que es un error pensar que “el Estado de Israel representa el judaísmo de nuestro tiempo y que, si uno se identifica como judío, apoya a Israel y sus acciones”. La asesora de Jewish Voice for Peace reivindica las tradiciones judías que valoran la convivencia y que ofrecen maneras de oponerse a la violencia estatal.

Si las universidades resisten en su defensa de la libertad académica, si el activismo social logra movilizar en defensa de la inclusión, la diversidad y la equidad, a Trump se le puede vencer, pero hay que hacerlo en todos los frentes y al mismo tiempo.

Lectura sugerida: Parting Ways. Jewishness and the Critique of Zionism de Judith Butler (Columbia University Press).

Gracias a LGCH por su apoyo invaluable y a RFB por sus reflexiones provocadoras.

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