Desde el otro lado

Muerto el rey, viva… la reina

Ella está en el centro del poder. López Obrador sigue siendo una figura relevante, sin duda, pero su centralidad parece limitarse cada vez más al núcleo morenista.

El domingo nos despertamos con un video de casi cincuenta minutos del expresidente López Obrador. Como era de esperarse, las reacciones en redes fueron inmediatas y polarizadas. Para algunos, fue motivo de celebración; para otros, la prueba de que nunca terminó de irse. Pero más allá de esas reacciones previsibles, hubo un dato mucho más revelador: la rapidez con la que el mensaje se evaporó del debate público. Esa fugacidad dice quizá más sobre el momento político que cualquier frase contenida en la grabación.

Una parte de las interpretaciones iniciales giró en torno a su impacto en la presidenta Sheinbaum. El exmandatario la elogió, dijo que hay que apoyarla “mucho, mucho, mucho” y reiteró que no quiere hacerle sombra. Detrás de esas frases, es inevitable que quede la sensación de que salió a apuntalarla. De ahí que algunos vieran en el video una muestra de debilidad de la mandataria y una reafirmación de que el verdadero poder sigue en manos de su antecesor.

“¡El barco se hunde, traigan al capitán!”, fue la lectura de Carlos Loret sobre el video. Yo difiero. Es cierto que, desde el asesinato de Carlos Manzo, Sheinbaum había perdido el control de la agenda y del debate público, pero no veo —ni de lejos— que esté frente a un abismo que obligue a López Obrador a reaparecer para sostenerla. Tampoco imagino a la presidenta solicitando un respaldo así, ni en qué le habría beneficiado que él lo ofreciera. En realidad, esta salida del expresidente dice mucho más sobre él que sobre ella.

La reacción de la presidenta lo confirma. Fue respetuosa y agradeció los elogios, pero no mostró el menor interés en engancharse con lo dicho. Incluso aclaró que el país no atraviesa ninguna de las circunstancias que, según el exmandatario, justificarían su regreso a la arena política. En pocas palabras, acusó recibo... y siguió su camino. Con todo respeto, le dio el “avión”, dirían algunos.

Si el significado del video para Sheinbaum puede ser debatido, para López Obrador es mucho más claro. Lo que López Obrador buscó con el video no fue presentar un libro ni documentar su vida en retiro. Eso fue apenas la coartada.

Dedicó buena parte del video a exaltar las civilizaciones prehispánicas como sociedades perfectas. Negó los sacrificios humanos y cuestionó, sin base alguna, toda la historiografía seria para presentar su propio relato como la verdad que “por fin” desmonta siglos de falsificación. No es historia académica; es mitología política diseñada para elevar la 4T de movimiento político a restauración moral milenaria.

Sobre ese terreno construye el “humanismo mexicano”: una doctrina que presenta su gobierno no como una opción política, sino como la recuperación de la esencia perdida de México. Los opositores se convierten en herederos de “invasores” y “oligarcas”. Sus libros pretenden ser el manual doctrinario que define quiénes son “nosotros”, quiénes son “ellos”, qué es legítimo y qué es traición.

Pero hay algo más revelador. Mientras insiste más de 20 veces en alguna variante de “me retiré”, “estoy jubilado”, simultáneamente dedica tiempo considerable a establecer cuándo “saldría a la calle”: si atacan la democracia, si intentan un golpe de Estado contra Sheinbaum, si violan la soberanía. Gobierna Sheinbaum, pero López Obrador escribe el manual y vigila desde Palenque que se siga al pie de la letra.

Nada de esto sorprende. Ni los temas, ni el tono, ni la reaparición en sí. Lo realmente sorprendente es lo que ocurrió después: muy poco. El video tuvo un pico de atención el domingo y se desinfló rápidamente. No se convirtió en conversación nacional, ni marcó pauta noticiosa para los medios tradicionales. No definió agenda. Para el martes ya era un tema secundario.

Tal vez no prendió porque no había nada genuinamente nuevo. Tal vez porque hubo demasiadas afirmaciones tan poco fundamentadas que no daban pie a un debate serio. Tal vez porque, después de seis años de saturación mediática, la sociedad tiene cierta fatiga natural. Pero, sobre todo, porque estamos viendo ese fenómeno tan antiguo como la política misma: muerto el rey, viva... la reina.

La atención ya no está donde solía estar. Sheinbaum tiene la banda presidencial y marca la agenda. Ella concentra el interés, las expectativas y las tensiones del momento. Ella está en el centro del poder, de las preguntas, de las críticas y de las decisiones. López Obrador sigue siendo una figura relevante, sin duda, pero su centralidad parece limitarse cada vez más al núcleo morenista.

Por eso, más que evidenciar alguna supuesta fragilidad en la presidenta, el video revela algo distinto: que la figura del expresidente ya no tiene el mismo peso en la conversación nacional; que su capacidad de ordenar la agenda ha disminuido; que su palabra, aun cuando busca resonar, ya no es capaz de dominar el espacio público.

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