Las encuestas sobre la popularidad del presidente Trump exhiben una realidad muy distinta a la que hemos visto —hasta ahora— en México con la 4T: en Estados Unidos, la aprobación presidencial se mueve en sincronía con la evaluación de la gestión pública; en México, en cambio, la presidenta sostiene una aprobación muy positiva mientras su gobierno sale reprobado en temas como la inseguridad, la corrupción o la economía.
La más reciente encuesta de Fox News muestra que una mayoría de estadounidenses ya responsabiliza a Trump por el estado actual de la economía: 76 por ciento de los ciudadanos creen que el país va por mal rumbo y 62 por ciento culpan al presidente. Han pasado apenas diez meses desde que asumió el cargo y el argumento de culpar al pasado parece haber llegado a su límite.
En México, por el contrario, culpar al pasado les ha dado un kilometraje enorme tanto a López Obrador como a Claudia Sheinbaum. Tan es así que la oposición se mantiene por los suelos en las evaluaciones públicas, mientras la aprobación de la presidenta permanece muy alta. Las culpas se dirigen al ayer, pero la aprobación se cobra en el presente.
Así, las preguntas que emergen son inevitables: ¿por qué en Estados Unidos ya no le funciona a Trump ese recurso, mientras en México todavía parece rendirle a la presidenta? Y, sobre todo, ¿por cuánto tiempo más podrá sostenerse esa desconexión entre el líder que se aprueba y el gobierno que se reprueba?
Las razones detrás de este contraste son múltiples. La primera tiene que ver con la naturaleza misma del villano. En México, el pasado que se culpa es un régimen que en la memoria de muchos solo representa corrupción, abandono y violencia.
El PRI y el PAN simbolizan ese pasado y están totalmente desacreditados. Si los mexicanos están enojados con la 4T, no tienen realmente a dónde ir. En Estados Unidos, los demócratas no tienen una carga así de negativa y siguen siendo una alternativa de poder.
También están los anclajes políticos. Decenas de millones de mexicanos reciben transferencias directas que les generan a la 4T una lealtad concreta y duradera.
Trump no tiene nada comparable, por lo que depende de los resultados concretos de su gestión y el cumplimiento de sus promesas de campaña. Y en un país donde se espera que la economía funcione bien, prometer una mejora inmediata, como lo hizo Trump, y no cumplirla sale caro.
En México, en cambio, décadas de mediocridad económica han generado mayor tolerancia al bajo desempeño. Pero esa tolerancia tiene límites.
López Obrador heredó un cofre de recursos presupuestales que le permitió expandir programas sociales y construir megaobras, lo que le dio amplios márgenes de maniobra. Sheinbaum no recibió ese tesoro, ni tiene la misma holgura que su antecesor para aumentar el salario mínimo.
Además, la 4T edificó un aparato de comunicación centralizado, anclado en la conferencia mañanera, que fija la agenda diaria y delinea a quién culpar, amplificado luego por un ejército digital de operadores, influencers y medios públicos al servicio del gobierno.
Trump tiene aliados mediáticos y hace un uso intensivo de redes, pero no cuenta con un sistema institucional sincronizado que encuadre el debate público todos los días desde la presidencia.
Pero aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Si bien a la 4T le ha dado muchísimo más kilometraje culpar al pasado que a Trump, la acumulación de problemas recientes sugiere que el modelo pudiera estarse desgastando.
Desde el asesinato del alcalde Carlos Manzo hasta los bloqueos de transportistas y agricultores de esta semana, pasando por las marchas de la Generación Z, Sheinbaum parece haber perdido el control de la narrativa.
Lo novedoso no es solo que haya descontento, sino de dónde viene y a quién representa. Estas sacudidas no vienen del PAN ni del PRI, la oposición tradicional que la 4T ha logrado mantener.
Vienen de actores sociales que irrumpen fuera del tablero político habitual: bases que el régimen no esperaba ver movilizadas en su contra y que no puede encuadrar en su narrativa típica.
Cuando no puedes catalogar fácilmente a tu opositor dentro del libreto del pasado corrupto, el recurso de culpar al ayer pierde eficacia. La reacción desproporcionada de Sheinbaum ante las marchas —declarándose víctima de una conspiración internacional— exhibió precisamente esa incapacidad para procesar una oposición que no encaja en su narrativa.
Y todo esto ocurre en un entorno de estancamiento económico con recursos presupuestales muy limitados. Cuando la economía no crece, los programas sociales no pueden expandirse, no hay recursos para atender las demandas de los más diversos grupos sociales, y surgen actores movilizados fuera del control narrativo del régimen; incluso la mejor maquinaria de comunicación y propaganda encuentra sus límites.
Trump lo está descubriendo en Estados Unidos después de diez meses. En México, después de siete años, la 4T podría estar comenzando a descubrirlo también.