Desde el otro lado

¿Importa la corrupción?

A pesar de los escándalos del huachicol fiscal y el de Hernán Bermúdez, la presidenta Claudia Sheinbaum ha logrado que no afecten directamente a su imagen. Lo que sí han provocado son tensiones al interior de Morena.

El primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum cierra marcado por escándalos de corrupción heredados del sexenio pasado. Para un movimiento que hizo de la honestidad una de sus banderas centrales, resulta paradójico que hoy los casos del “huachicol fiscal”, que alcanza a la cúpula de la Marina, y el de Hernán Bermúdez y “La Barredora”, que tiene arrinconado a Adán Augusto López, dominen la discusión pública. Ambos exhiben cómo la corrupción y el crimen organizado penetraron las instituciones más sensibles del gobierno anterior, en niveles que recuerdan a lo peor del pasado.

Aunque la presidenta ha intentado cambiar la narrativa desde la mañanera, los temas siguen vivos, sobre todo por el flanco de Adán Augusto. El reportaje de N+ sobre los ingresos no declarados del senador morenista lo dejó en una posición insostenible, con justificaciones que abren más dudas de las que aclaran. Casi a diario surge información que refuerza la percepción de corrupción o, al menos, de que “la justa medianía” no aplica a todos los morenistas por igual. Nada bueno para la 4T.

Lo difícil de entender es cómo estos escándalos no han impactado las evaluaciones sobre la presidenta. Según la más reciente encuesta de EL FINANCIERO, la aprobación presidencial se mantiene en 73 por ciento, al mismo tiempo que tres cuartas partes de los entrevistados califican negativamente el desempeño de su gobierno en el combate a la corrupción. Este fenómeno ya se observaba al final del sexenio anterior, cuando la aprobación de López Obrador rondaba el 65 por ciento, mientras casi seis de cada diez encuestados desaprobaban su gestión en materia de corrupción.

El contraste con el pasado es revelador. Al cierre del sexenio de Enrique Peña Nieto, más de 80 por ciento de los ciudadanos reprobaba la lucha contra la corrupción, y esa percepción negativa se reflejaba en una aprobación presidencial que estaba por debajo del 30 por ciento. Mientras en gobiernos anteriores el desgaste por la corrupción se traducía directamente en pérdida de respaldo, con López Obrador y ahora con Sheinbaum esa relación se ha roto.

La clave es que ahora la ciudadanía distingue entre el desempeño del gobierno y la honestidad personal del líder. En este último rubro, Sheinbaum conserva un sólido 64 por ciento de opiniones favorables. Se reprueba al gobierno, pero se aprueba a la persona. A esto se suma que las encuestas registran calificaciones muy altas sobre el manejo de los apoyos sociales. Nada tiene el peso de los programas sociales en la aprobación presidencial y en las decisiones de los electores.

¿Hasta cuándo podrá sostenerse este blindaje? La tendencia no es buena: al final de 2019, solo el 37 por ciento evaluaba negativamente el combate a la corrupción; al cierre del sexenio pasado, la cifra ya era de 59 por ciento; hoy alcanza el 75 por ciento. Incluso entre los propios simpatizantes de Morena, las calificaciones han empeorado de manera sostenida. Si la curva continúa, el desgaste podría terminar alcanzando a la presidenta o, cuando menos, a Morena, con lo que eso implica para las elecciones intermedias del próximo año.

El peor escenario para Morena es que los ciudadanos dejen de percibirlo como distinto a sus opositores. Hoy las opiniones positivas hacia este partido triplican o cuadruplican las que reciben el PRI o el PAN, pero esa ventaja puede diluirse con rapidez.

El blindaje de Sheinbaum puede bastarle para mantener su aprobación, pero no necesariamente para sostener a Morena. Las opiniones hacia cualquier partido son menos consistentes que las que reciben los líderes. Además, a nivel local, la cara de Morena ante los electores son figuras no siempre conocidas por las mejores razones. En la ecuación electoral, Morena es el eslabón más débil.

Y así regresamos a los escándalos del huachicol fiscal y el de Hernán Bermúdez. La presidenta ha logrado que no afecten directamente a su imagen. Lo que sí han provocado son tensiones al interior de Morena, acompañadas de intentos cada vez más evidentes de la mandataria por sacar de la línea de fuego al exsecretario de Marina, a Adán Augusto López y, por supuesto, a López Obrador. Es claro que busca enfriar estos asuntos, quizá bajo la fuerte presión de su propio movimiento para no sacudir más el avispero.

Ya que los casos estallaron, el verdadero peligro para la presidenta no está en que avancen, sino en que el intento de enfriarlos termine siendo percibido como encubrimiento. En ese escenario, ni el blindaje presidencial alcanzará para impedir que el desgaste golpee a Morena. El límite es claro: si, a fuerza de escándalos o maniobras para taparlos, los ciudadanos dejan de ver a la 4T como una opción distinta a las del pasado, el castigo electoral a su partido acabará siendo inevitable

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