Desde el otro lado

Dos caras de la polarización

La polarización en Estados Unidos surge ‘desde abajo’, desde una sociedad fracturada que ya no comparte valores básicos sobre inmigración, raza, derechos reproductivos o religión.

El asesinato del joven activista conservador Charlie Kirk y la suspensión “indefinida” del programa del comediante Jimmy Kimmel muestran hasta dónde ha llegado la polarización política en Estados Unidos. Un crimen brutal y una decisión empresarial tomada bajo presión política parecen muy distintos, pero comparten un denominador común. Reflejan cómo en Estados Unidos la política deja cada vez más de ser un espacio en el que coexisten adversarios que compiten bajo las mismas reglas, y se convierte en un terreno en el que chocan enemigos que se perciben como amenazas existenciales.

Esa lógica ha llevado la confrontación a un nivel emocional. Los politólogos lo llaman polarización afectiva: no solo se discrepa en ideas, también se odia al adversario. Hoy la mayoría de quienes se identifican fuertemente con un partido ven al contrario como un peligro para el país. El dato lo dice todo: ocho de cada diez estadounidenses creen que los votantes de ambos partidos ni siquiera pueden ponerse de acuerdo en hechos básicos de la realidad. Cuando desaparece esa base común, todo se vale.

La violencia política es cada vez más frecuente. En 2022, el esposo de Nancy Pelosi fue atacado con un martillo. En 2023, incendiaron la residencia del gobernador de Pensilvania. En 2024 y 2025 hubo dos intentos de asesinato contra Donald Trump. Y en Minnesota, una legisladora estatal fue asesinada junto a su esposo, mientras otra representante resultó herida en un ataque armado. Reuters documentó 18 ataques fatales en los dos años posteriores al asalto al Capitolio, con 39 muertos. Y casi uno de cada cuatro republicanos y demócratas dice que sería aceptable usar la fuerza para lograr una sociedad “mejor”.

A la violencia se suma la censura. La llamada cultura de la cancelación —que primero usó la izquierda progresista en universidades y empresas— hoy encuentra un espejo en la derecha más recalcitrante. La presión política que llevó a Nexstar y Sinclair a suspender el programa de Kimmel muestra que la libertad de expresión ya no se defiende por principios, sino por correlación de fuerzas. Quienes denunciaban la “corrección política” como atropello celebran ahora la cancelación cuando el discurso les incomoda.

Esta polarización tiene raíces profundas: divisiones raciales, culturales e identitarias que se han agudizado en las últimas décadas. Es una polarización que surge “desde abajo”, desde una sociedad fracturada que ya no comparte valores básicos sobre inmigración, raza, derechos reproductivos o religión. No la inventaron los políticos, pero sí la animan y explotan.

En México, el fenómeno es distinto. Aquí la polarización se impulsa desde arriba, desde el poder. López Obrador hizo de la confrontación con opositores y críticos el eje de su narrativa política. La línea divisoria no se traza entre izquierda y derecha ni responde a diferencias culturales profundas: simplemente es estar con la Cuarta Transformación o contra ella. Es una polarización producto de un movimiento político de creación reciente.

La violencia política también se manifiesta en México de otra manera. En el proceso electoral 2023–2024, Integralia Consultores documentó 889 víctimas, incluyendo el asesinato de 39 aspirantes o candidatos. Las cifras superan por mucho a las de Estados Unidos, pero con una diferencia clave: aquí provienen sobre todo del crimen organizado y de disputas por el control del poder local. Es “plata o plomo”, no una guerra cultural.

En libertad de expresión, las diferencias son claras. En Estados Unidos, dos bandos con arraigo social se enfrentan para cancelarse mutuamente; en México, la lógica es vertical: el gobierno estigmatiza y censura a la prensa crítica desde el poder. No se trata de un grupo social tratando de silenciar a otro, sino del poder descalificando e intimidando para deslegitimar a sus críticos y afianzar lealtades. La mañanera convirtió ese estilo en rutina: no es un choque de voces, sino una ofensiva unilateral desde el Estado.

¿Por qué importan estas diferencias? Porque no toda polarización amenaza igual a la democracia. En Estados Unidos, el riesgo es sistémico: una sociedad fracturada que ya no comparte consensos básicos y donde la violencia contra el adversario se normaliza. En México, en cambio, la polarización es más instrumental: nace desde arriba y se usa como arma para descalificar y cohesionar.

Eso no la hace inocua, sin embargo. Aunque no tenga raíces históricas tan hondas, sí habilita la justificación de silenciar, excluir e incluso agredir a los “otros”. No por carecer de raíces profundas deja de erosionar la democracia.

México no está condenado a repetir el camino estadounidense. Pero mientras nuestros líderes sigan encontrando redituable dividir para gobernar, nos acercaremos peligrosamente a ese precipicio.

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