Desde el otro lado

El vacío opositor

La oposición está tan desacreditada que incluso la crítica pública ha dejado de prestarle atención. Nadie discute sus rutas, sus liderazgos, su futuro.

Con menos de una semana de diferencia, en Estados Unidos y México se registraron dos triunfos presidenciales decisivos. En ambos países, los mandatarios impulsaron paquetes legislativos profundamente divisivos y los aprobaron con el respaldo de sus mayorías partidistas. En ambos casos, la oposición fue incapaz de frenarlos.

A primera vista, podría parecer que los demócratas están tan perdidos como el PRI o el PAN, que tampoco han logrado frenar las iniciativas presidenciales. En eso, la situación es similar. Pero ahí terminan las coincidencias. Los demócratas aún tienen futuro. En cambio, la oposición mexicana enfrenta un panorama mucho más sombrío.

En Estados Unidos, el llamado Big Beautiful Bill representa la consagración legislativa y presupuestaria de muchas de las prioridades del actual gobierno. Los demócratas no pudieron incidir en el contenido del paquete, pero ya tienen en él una causa, una narrativa y un posible punto de anclaje para reorganizar su discurso rumbo a 2026. La ley, ampliamente impopular según diversas encuestas, recorta programas sociales y extiende beneficios fiscales a los más ricos.

Es cierto que el Partido Demócrata sigue desorganizado, dividido, atrapado en disputas internas. Aun así, los demócratas están vivos. No solo porque mantienen un debate interno vigoroso, sino porque siguen siendo un referente obligado para los medios. Todos los días se publican notas, análisis y columnas sobre sus disputas, desafíos y posibilidades. Basta abrir las páginas de The New York Times o The Washington Post para constatar que siguen siendo relevantes. La derrota de 2024 fue dura, sí, pero no terminal.

En México, en cambio, la oposición apenas da señales de vida. Durante el reciente periodo extraordinario de sesiones, el Congreso aprobó 16 reformas de alto impacto que, como lo han denunciado varios analistas y organizaciones no gubernamentales, abren la puerta al espionaje estatal, refuerzan la militarización de la Guardia Nacional y crean nuevos márgenes para la censura. Aunque el PAN y el PRI votaron en contra, su presencia en el relato público de lo ocurrido fue casi inexistente. No marcaron agenda ni ocuparon un lugar visible en el debate nacional. Apenas fueron mencionados en los editoriales o análisis de las reformas.

La oposición está tan desacreditada que incluso la crítica pública ha dejado de prestarle atención. Nadie discute sus rutas, sus liderazgos, su futuro. No hay, en los hechos, una vida política interior vibrante. En ninguno de los dos partidos hay autocrítica, debate interno ni replanteamiento ideológico o estratégico. Por eso, lo que ocurre dentro del PAN o del PRI no genera noticia alguna. Y eso es todavía más grave que perder una votación: es volverse invisible, irrelevante, prescindible.

La situación de Movimiento Ciudadano no es mucho mejor. MC continúa siendo un partido de figuras, con presencia regional y un rol ambivalente como oposición. A veces actúa como tal, pero en otras ocasiones se alinea con la ‘4T’ o incluso se le entrega, como ocurre en Nuevo León con Samuel García. Difícil imaginarlo hoy como una alternativa real al partido en el poder.

La debilidad de estos partidos no es un problema exclusivo de ellos. También lo es para el futuro de la democracia en México. No sorprende que Morena busque seguir acumulando poder. Ese es el proyecto político que López Obrador planteó desde el inicio de su sexenio y que ha ido materializándose con los distintos planes “A”, “B”, “C” y, próximamente, “D”. Todo ello en detrimento de los contrapesos entre poderes y la equidad en la competencia electoral que exige una democracia representativa.

Pero la oposición también carga con esa responsabilidad. Como gobiernos, el PAN y el PRI decepcionaron y generaron las condiciones para el ascenso de Morena. Ya en la oposición, siguen metidos en el escándalo y han abierto ampliamente el espacio para la consolidación de un nuevo régimen de partido hegemónico en el que la cancha cada vez está más dispareja en su contra.

Revertir eso exige una oposición fuerte, con miras claras y con un proyecto alternativo que sea capaz de conectar con la gente. No es una tarea sencilla y, con los partidos opositores que tenemos, probablemente ni siquiera esté en sus planes. Sin ello, no hay nada que pueda frenar el impulso de Morena, salvo su propia implosión o un estallido de desencanto y protesta social.

Esperar pasivamente un desenlace así, en lugar de articular un “Plan A” propio, es la forma más clara de renunciar a su papel. Y, sin embargo, ahí es donde estamos: en un punto muerto, lejos del escenario estadounidense, donde los demócratas, incluso derrotados, debaten, se reorganizan y se preparan para volver. Es seguro que ellos regresarán algún día a la presidencia. El PAN y el PRI, probablemente, no. Y Movimiento Ciudadano, quizá jamás la alcance.

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