Donald Trump sigue acumulando victorias. Con paso firme, avanza su agenda de gobierno, mientras rediseña el poder en Estados Unidos. Para México —y para la presidenta Claudia Sheinbaum— ese hiperpresidencialismo anuncia tormentas.
Esta semana, Trump logró que los republicanos en el Congreso aprobaran su “Gran Hermosa Ley”, con la que quedarán fondeados todos sus proyectos prioritarios, pese a que muchos habían expresado su rechazo. Salvo contadas excepciones, todos acabaron alineándose con Trump. Quienes no lo hicieron pagarán las consecuencias, como el senador Thom Tillis, que ya anunció que no buscará la reelección en 2026.
De paso, el presidente exhibió a Elon Musk, quien amagó con retirar su apoyo a los legisladores que respaldaran esa iniciativa e incluso amenazó con fundar un nuevo partido. Trump amenazó incluso con deportarlo y lo dejó solo y humillado. Al mismo tiempo, Paramount accedió a pagarle 16 millones de dólares por la edición que hizo 60 Minutes de la entrevista a Kamala Harris. Y la Universidad de Pensilvania prohibió a atletas trans competir en eventos deportivos, en línea con la presión de su gobierno.
Todo esto se suma a las demostraciones de poder de Trump en el ámbito internacional de hace un par de semanas: desde el bombardeo a Irán hasta la obsequiosa recepción en la OTAN, donde el secretario general justificó el tono duro del discurso del presidente diciendo que, a veces, “daddy” tiene que hablar así.
Cuando algunos analistas dicen que Trump no ha tenido éxito porque no detuvo la guerra en Ucrania en 24 horas, no frenó el aumento de precios o reculó en sus amenazas arancelarias, no captan lo esencial: no se trata de cumplir promesas textuales ni de medidas aisladas, sino de redefinir la presidencia. Y en ese terreno, le está yendo extraordinariamente bien.
Su proyecto avanza en todos los frentes. Grandes medios, despachos influyentes y universidades de élite ahora miden sus pasos según las posibles reacciones del presidente.
El ecosistema político estadounidense se está reconfigurando alrededor de una sola figura, máxime ahora que la Suprema Corte esta semana le dio al presidente una victoria estratégica al limitar la facultad de jueces de distrito para emitir injunctions (suspensiones) de alcance nacional.
Para la presidenta Claudia Sheinbaum, el empoderamiento de Trump tiene implicaciones directas y preocupantes. En los temas que tocan a México —migración, narcotráfico y comercio— la ofensiva no solo continuará, sino que se intensificará.
Las declaraciones recientes de Kristi Noem y Pam Bondi, así como las acciones del Departamento del Tesoro contra instituciones financieras mexicanas, son apenas una muestra de lo que viene. El equipo de Trump compite por anotarse puntos y México se ha convertido en un blanco predilecto y políticamente rentable.
En migración, la presión sobre los paisanos solo puede aumentar, especialmente con el incremento de recursos destinados a la deportación aprobados en la Gran Hermosa Ley. En el tema del narcotráfico, los misiles sobre México ya comenzaron, aunque por ahora toman la forma de acciones del Tesoro estadounidense. Peor aún sería que empezaran a soltar nombres de políticos morenistas señalados como narcopolíticos, o que se produjera algún tipo de acción militar en territorio mexicano. Para Sheinbaum, cualquiera de estos escenarios sería una pesadilla.
¿Hasta dónde puede aguantar Sheinbaum sin arriesgar una confrontación abierta con Trump?
La presidenta enfrenta un dilema imposible. Reaccionar más agresivamente ante la presión sobre nuestros paisanos y las imágenes desgarradoras de las redadas arriesga una escalada con Estados Unidos, pero no hacerlo puede tener costos políticos internos, sobre todo ante los “duros” de su coalición que siempre buscan un pleito. Lo mismo pasa con los demás temas de la relación bilateral.
Puede ser cierto que, como dice Carlos Bravo Regidor en su columna de El Heraldo de esta semana, lo que ayer le sirvió a Sheinbaum no le servirá más. “Frente a la ofensiva en múltiples flancos que el gobierno trumpista está desplegando contra México, la política no puede ser nada más esperar, resistir o salir al paso”. El problema es que no se vislumbra una alternativa; al menos yo no alcanzo a imaginarla.
Las opciones reales para la presidenta se reducen a dos caminos igualmente problemáticos: confrontar, con el riesgo de abrir un frente del que México no saldría bien librado, o simplemente seguir resistiendo, con el riesgo de debilitarse políticamente.
En este tablero, donde cada jugada —migración, narco, comercio— se mueve al ritmo de una sola mano, no hay estrategia que garantice una salida airosa.
Mientras Trump se crece, México se achica.