Cinco millones de personas marcharon el sábado en Estados Unidos contra Trump. Probablemente esté feliz. López Obrador también lo estaba cuando cientos de miles se unieron a las protestas de la Marea Rosa. Ambos entienden algo que sus opositores parecen ignorar: en contextos de alta polarización, las protestas masivas no los debilitan; con frecuencia, les dan munición. Trump puede presentar a los manifestantes como radicales de izquierda o invasores extranjeros; López Obrador los retrató como fifís, aliados del pasado corrupto.
Nada detendrá las redadas, salvo —quizás— el impacto económico en sectores que dependen de esa mano de obra. Las deportaciones masivas ya comenzaron y, de una forma u otra, van a continuar. Para los migrantes mexicanos y sus familias, estas protestas alimentan la esperanza, pero a Trump le dan más argumentos para justificar lo que ya está haciendo, sobre todo si ocurren escenas de violencia, por aisladas que sean.
El sábado pasado, bajo el lema No Kings, se registró lo que podría ser la mayor jornada de protesta en un solo día en la historia reciente de Estados Unidos. Las redadas migratorias de ICE en Los Ángeles encendieron la chispa, pero lo que siguió fue más amplio: una movilización nacional contra múltiples políticas del presidente, desde los recortes a programas sociales hasta los ataques a derechos LGBTQ+ y políticas de diversidad, equidad e inclusión.
La consigna No Kings se convirtió en grito de resistencia frente al poder sin límites al que aspira Donald Trump. El movimiento 50501 logró unificar una agenda dispersa en un llamado a defender la democracia. Por su alcance territorial y la magnitud de la participación, las protestas del 14 de junio han sido consideradas un éxito rotundo. Se registraron más de 2 mil 100 manifestaciones en los 50 estados.
Lo que vimos fue impresionante, sin duda. Pero temo que será políticamente inútil.
No creo que las protestas tengan impacto ni en la política migratoria ni en las demás causas que las motivaron; mucho menos en contener políticamente al presidente. Con el impulso de medios de derecha, las marchas han servido más bien para que Trump y los suyos “validen” su argumento de que el American way of life está amenazado.
Ya vimos una película parecida en México, cuando cientos de miles de personas salieron a las calles en defensa del INE y de la democracia. Puede debatirse si la Marea Rosa incidió en que se frenaran los planes “A” y “B” de López Obrador, pero lo cierto es que, tras las elecciones, los cambios que los manifestantes rechazaban —y otros más, como la reforma al Poder Judicial— se concretaron a través del “Plan C”. No modificaron la postura de López Obrador ni impidieron la continuidad de su proyecto político.
El mismo patrón lo vimos con Kamala Harris, quien pasó su campaña advirtiendo sobre el riesgo que representaba Trump para la democracia y las libertades. La negativa de Trump a aceptar los resultados de la elección de 2020, el asalto al Capitolio y los procesos legales en su contra fueron temas centrales del discurso demócrata. Aun así, Harris perdió tanto el colegio electoral como el voto popular.
Hoy, sin embargo, los demócratas parecen tener un terreno más fértil. Ya no se trata solo de advertir sobre el fin de la república o el peligro autoritario; hay agravios concretos que podrían activar a su base y movilizar el voto. A diferencia de la Marea Rosa, una protesta impulsada desde las élites, sin raíces en sectores populares ni gran arraigo fuera de zonas urbanas acomodadas, el movimiento 50501 surge desde abajo, espontáneo, distribuido y articulado en redes sociales.
Su fuerza radica precisamente en esa capacidad de organización horizontal. Pero esa estructura implica también la ausencia de liderazgos capaces de traducir sus acciones en fuerza electoral. Sin esa traducción, el riesgo es que 50501 quede como un grito legítimo pero impotente: otro ciclo de movilización que no toca el poder.
La situación se complica por la desarticulación del Partido Demócrata, que, lejos de capitalizar esa energía, permanece inmerso en luchas internas que lo consumen. Hace unos días, Rahm Emanuel —exjefe de gabinete de Obama y aspirante a la candidatura presidencial— lo dijo con toda claridad: el Comité Nacional Demócrata (DNC) lleva seis meses “disparando hacia adentro, sin poder siquiera apuntar hacia afuera”, justo cuando Trump ha puesto en el escenario “una serie de blancos fáciles”.
Si los demócratas no ordenan pronto su casa y articulan un proyecto que transforme los agravios en una propuesta de gobierno unificadora y con visión de futuro, será imposible capitalizar la efervescencia social que estalló en las protestas del sábado. Como ocurrió en México con la Marea Rosa, esa energía —por más amplia y profunda que sea— no logrará incidir ni en las políticas del gobierno ni en la correlación de fuerzas que definirán el rumbo político de Estados Unidos.