La agresividad de Donald Trump ha tenido un efecto inesperado: provocar tanto su caída en las encuestas como el ascenso de Claudia Sheinbaum. Sus excesos le han restado apoyo en Estados Unidos, mientras que en México han impulsado la popularidad de la presidenta. Lo que él pierde, ella lo capitaliza. Irónicamente, los embates de Trump le han beneficiado políticamente a Sheinbaum.
Los primeros 100 días de Trump marcarán un antes y un después para Estados Unidos y su papel en el mundo. Casi todo lo que hemos visto fue anunciado desde su campaña; su agenda era clara y su capacidad para ejecutarla ha sido sorprendente. Los métodos y las consecuencias son, sin duda, motivo de controversia, pero si el criterio es el avance de su plan de gobierno, el balance inicial le es favorable.
A pesar de ello, todas las encuestas muestran una tendencia a la baja en su nivel de aprobación, así como en el respaldo a muchas de sus políticas. El apoyo a Trump oscila entre 39 y 42 por ciento, por debajo del registro de cualquier otro presidente estadounidense en este mismo punto de su mandato. Las áreas peor evaluadas son las que tienen que ver con la economía, pero aun en el tema migratorio, las opiniones se han vuelto cada vez menos positivas.
Entre los encuestadores hay consenso en que lo que más ha perjudicado a Trump es que se ha excedido y ha recurrido a métodos que muchos ciudadanos —aunque no su base dura— rechazan. Ese es el caso incluso en el tema migratorio, en el que tenía más apoyo originalmente, donde ha cruzado líneas sensibles para muchos estadounidenses, como en el caso de Kilmar Abrego García, deportado y recluido en una prisión en El Salvador pese a haber órdenes judiciales para su regreso. Lo mismo ocurre con la guerra comercial que desató y que ahora genera preocupación, ante el temor de que provoque alzas en los precios.
En el plano internacional, los excesos de Trump se reflejan en la agresividad con la que ha tratado incluso a sus aliados naturales, México entre ellos. Esa actitud ha deteriorado la imagen de Estados Unidos en el exterior y ha despertado sentimientos de patriotismo y unidad nacional en varios países. El caso más evidente es el de Canadá, donde las agresiones constantes de Trump dieron un giro a las encuestas y terminaron por apuntalar un triunfo liberal que, hasta hace unos meses, parecía fuera de alcance.
Algo similar ocurre en México, donde las encuestas de El Financiero muestran una tendencia al alza en la aprobación de la presidenta, que ha superado ya el 80 por ciento. Es cierto que parte del respaldo a la presidenta se explica por la continuidad de los programas sociales del gobierno federal, lo que contrasta con el escenario en Estados Unidos donde, desde el regreso de Trump al poder, pesa la amenaza sobre los apoyos sociales. Los recortes indiscriminados en áreas y programas impulsados por Elon Musk preocupan a muchos estadounidenses, especialmente a los de menores recursos. En México, la situación es diametralmente opuesta.
Sin embargo, aunque esos programas proporcionan una base sólida para la aprobación presidencial, no explican su incremento. La mayoría de estos programas ya existían desde el sexenio pasado. Tampoco es que el gobierno de Sheinbaum haya tenido resultados espectaculares en economía, inseguridad o combate a la corrupción. Ni siquiera es que haya habido un golpe de imagen al estilo del “quinazo” detrás de esa mejora en la imagen de la presidenta.
No descarto que, ya en funciones, algunas de sus decisiones y un estilo de gobierno menos polarizante que el de López Obrador le hayan sumado puntos. Pero no hay forma de que eso, por sí solo, explique el aumento de entre 13 y 15 puntos porcentuales que ha registrado desde octubre. De hecho, los saltos más significativos en su aprobación se dieron en diciembre del año pasado, tras la elección de Trump, y en febrero, cuando firmó la orden ejecutiva imponiendo aranceles a México y Canadá.
Parte del impulso a Sheinbaum proviene de la forma en que ha sabido capotear las embestidas, pero quizá pese aún más el sentimiento de unidad que, de forma casi instintiva, se activa en los países cuando enfrentan a un enemigo externo. Ella ha sabido leer ese momento y convertirlo en una oportunidad para proyectar liderazgo. Dependiendo del escenario, a veces se muestra prudente y contenida; en otras, se envuelve en la bandera nacional, como cuando afirma que “México no es piñata de nadie”.
Hacia adelante, la buena noticia para Sheinbaum es que Trump no dejará de ser Trump y seguirá alimentando el patriotismo que hasta ahora la ha beneficiado. La mala es que, si sus embestidas acaban por desestabilizar la economía, el impacto sería en la vida cotidiana de los mexicanos. Lo que hoy le suma en el plano simbólico podría mañana convertirse en un lastre difícil de cargar.