“Los vamos a cazar.” Así, frontalmente, amenaza la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem, a los migrantes que crucen ilegalmente la frontera, en un spot que se transmite por la televisión en México y circula en redes sociales. Como era previsible, el anuncio encendió las alarmas en Palacio Nacional y motivó una respuesta de la presidenta Sheinbaum, quien ya envió al Congreso una iniciativa para prohibir este tipo de propaganda proveniente de gobiernos extranjeros.
Ese spot es un ejemplo perfecto de la estrategia que ha definido los primeros 100 días de Trump en su segundo mandato: gobernar a través del miedo. Que genere temor, cause polémica o provoque una reacción del gobierno mexicano solo refuerza el objetivo de intimidación que anima la nueva política migratoria. Si militarizar un tramo de la frontera preocupa a Palacio Nacional y detona una nota diplomática, es señal de que el mensaje ha sido recibido —fuerte y claro.
Despiadada como es, la estrategia migratoria de Trump le ha dado resultados. Baste decir que en febrero la Patrulla Fronteriza registró aproximadamente 8 mil 300 detenciones de migrantes, la cifra mensual más baja desde el año fiscal 2000. En marzo, los encuentros en la frontera cayeron aún más, hasta 7 mil 181, lo que representa una reducción del 95 por ciento respecto a marzo de 2024, cuando se contabilizaron 137 mil 473 encuentros. Estas cifras reflejan un desplome sin precedentes en las últimas dos décadas.
Y esa caída no ha pasado desapercibida. Las encuestas registran una valoración positiva entre amplios sectores del electorado estadounidense. Según la más reciente medición de Fox News, mientras más de la mitad de los consultados desaprueba la gestión económica de Trump, rechaza sus tarifas y cuestiona su manejo de la inflación, una proporción similar aprueba su política de seguridad fronteriza.
Desde México, la política migratoria de Trump genera rechazo y preocupación. No obstante, uno de sus efectos colaterales ha sido que la frontera norte de México no se ha visto desbordada por migrantes esperando cruzar, como ocurrió repetidamente durante el gobierno de Biden. De hecho, los albergues que se alistaban para recibir a miles de personas permanecen prácticamente vacíos, según reportes periodísticos.
Al inicio del nuevo gobierno de Trump, la inquietud en México por las deportaciones masivas era tan grande como el temor a los aranceles o a una indebida injerencia de Estados Unidos en el combate a los cárteles del crimen organizado. Pero lo cierto es que esas deportaciones no se han materializado.
A pesar de la retórica de “mano dura”, Trump deportó a menos personas en febrero de 2025 que Biden en el mismo mes de 2024. Esto se explica, en parte, por la drástica caída en los cruces fronterizos, pero también por los límites presupuestarios que restringen la capacidad de ejecutar deportaciones a gran escala. Aunque el presidente prometió expulsar a un millón de personas este año, el presupuesto actual de ICE solo permite detener simultáneamente a unas 41 mil, muy por debajo de lo necesario para cumplir esa meta.
Esto podría cambiar en el futuro, pero por ahora, el panorama es claro: los cruces fronterizos están en un mínimo histórico y las deportaciones no han aumentado. No es exactamente lo que prometió Trump, pero le ha dado argumentos para afirmar que ha recuperado el control de la frontera y revertido el caos que, dice, le heredó Biden, “el peor presidente en la historia” de Estados Unidos.
Paradójicamente, este escenario ha hecho que la migración no sea realmente un tema en México, al menos no como se preveía, lo cual le ha dado un respiro a la presidenta Sheinbaum, ocupada ya con otros frentes complejos de la relación bilateral. Seguramente le resulta ofensiva la retórica antiinmigrante que resuena a diario desde Washington, y le molesta que millones de nuestros compatriotas vivan con temor ante una posible redada de ICE. Pero no carga con el complejísimo reto de recibir y albergar a cientos de miles de migrantes deportados, como se temía que ocurriría este mismo año.
En los hechos, la política migratoria del miedo impulsada por Trump le ha evitado a Sheinbaum una crisis potencialmente mayúscula. Sin duda, es más cómodo denunciar un spot como el de la secretaria Noem y legislar en contra de su difusión que enfrentar un flujo masivo de deportados o lidiar con campamentos improvisados a lo largo de la frontera norte.
La retórica indigna, pero la realidad puede ser mucho más brutal. Y, al menos por ahora, esa realidad no ha detonado una crisis. Lo que no quiere decir que no haya perdedores en todo esto. Y esos son, sin lugar a dudas, los migrantes que viven acosados y atemorizados.