Desde el otro lado

Trump y sus juegos de poder

Donald Trump ha quedado entre la espada y la pared. Le gustan los aranceles, le fascina exhibir el poderío estadounidense, pero el mercado de bonos ya le hizo saber dónde está parado.

La montaña rusa arancelaria en la que va montado Donald Trump resulta incomprensible a la luz del pensamiento económico tradicional. Las advertencias de inversionistas eran claras y las reacciones de los mercados muy pronto mostraron que eran válidas. Los aranceles encarecerían los productos que consumen los estadounidenses, sacudirían a los mercados y probablemente llevarían a una recesión. Trump ignoró esas señales y soportó la turbulencia… hasta este miércoles, cuando puso en pausa los aranceles recíprocos que había impuesto una semana antes. De acuerdo con reportes periodísticos, la gota que derramó el vaso fue la corrida contra los bonos del Tesoro, que apuntaba a una posible crisis financiera mayúscula.

Esta pausa no significa que el riesgo se haya disipado. La guerra comercial con China sigue y nada impide que Trump vuelva a amenazar con restablecer los aranceles si no logra los acuerdos que, según él, buscan más de 70 países que “ya fueron a besarle el trasero”. La incertidumbre persiste, salvo en un punto: la era del libre comercio, basada en acuerdos y normas compartidas, ha terminado. Trump ha dejado claro que puede ignorar esos arreglos para arrinconar a quien quiera. Ha demostrado que el poder hegemónico de Estados Unidos está por encima de todo… salvo de una reacción como la que lo obligó a recular. Su límite no son las instituciones, sino la realidad económica.

Como escribió esta semana Gillian Tett en el Financial Times, “visto a través del lente del pensamiento económico dominante del siglo XX —ya sea el de Keynes o el de los defensores del libre mercado como Milton Friedman—, esos aranceles parecen extrañamente autodestructivos. De hecho, el llamado ‘día de la liberación’ proclamado por Trump tiene tal tinte de locura económica que parecería más fácil explicarlo desde la psicología que desde la economía”.

Pero eso no implica que la amenaza carezca de lógica. Tett la encuentra en el libro La potencia nacional y la estructura del comercio exterior, de Albert O. Hirschman. Publicado en 1945, su argumento central es que el comercio nunca ha sido realmente “libre”, sino una herramienta para construir poder. A diferencia de los economistas tradicionales, que suelen ver la política como consecuencia de la economía, Hirschman lo entendía al revés: “mientras una nación soberana pueda interrumpir el comercio con otro país a voluntad, la competencia por el poder nacional impregnará inevitablemente las relaciones comerciales”.

Esta visión fue retomada recientemente por Christopher Clayton, Matteo Maggiori y Jesse Schreger, quienes están construyendo, a partir de Hirschman, una teoría formal de lo que ahora se conoce como “geoeconomía”: el uso estratégico de herramientas económicas para alterar el equilibrio político global. “El país hegemónico” —escriben— “utiliza su poder para forzar a entidades extranjeras a tomar decisiones y para manipular el equilibrio global a su favor”.

Las presiones que Trump ha ejercido sobre México para reforzar los controles migratorios, estrechar la cooperación en el combate al crimen organizado y evitar que las inversiones chinas se conviertan en un obstáculo para la revisión del T-MEC son el ejemplo más claro del uso de los aranceles como herramienta política.

Si algo ha sido consistente en el mensaje de Trump en este ir y venir de los aranceles, es su empeño en dejar claro que él, montado sobre el poder de Estados Unidos, es quien impone condiciones. Guardando las proporciones, algo similar hizo López Obrador al cancelar el nuevo aeropuerto, con el libro ¿Quién manda aquí? sobre su escritorio. La escala y las repercusiones son, por supuesto, incomparables, pero el mensaje de fondo es el mismo.

Trump ha logrado exhibir su poder, sí, y arrinconar —incluso humillar— a otras naciones. Y eso seguramente le fascina. Pero, como quedó en evidencia esta semana, el gran problema para él es que los juegos de poder no ocurren en el vacío, sino en el contexto de una realidad económica que no controla y que puede volcarse en su contra. Y sabe que en menos de dos años su partido podría perder el control de la Cámara de Representantes.

Trump ha quedado entre la espada y la pared. Le gustan los aranceles, le fascina exhibir el poderío estadounidense —esta vez a través del comercio internacional—, pero el mercado de bonos ya le hizo saber dónde está parado. Y ese terreno dista mucho de ser tan firme como él y su equipo creían.

La ironía de este sainete arancelario es que ha dejado ver, al mismo tiempo, el enorme poder de Trump y sus vulnerabilidades. Esa tensión sigue sin resolverse. Por ahora dio un paso atrás, pero nada impide que mañana avance dos. Puede que sea más cauto, pero no abandonará los aranceles: cree en ellos y sabe que son un instrumento de poder. México no está a salvo. Nadie lo está.

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