El escalofriante caso de Teuchitlán sigue dando de qué hablar, y nada de ello es bueno para el gobierno de Claudia Sheinbaum. La semana pasada comenté que, aunque el mal manejo del caso le costaría a la presidenta, este no será su Ayotzinapa. No por la respuesta del gobierno, ni por la gravedad de los hechos, sino por el contexto político en que ocurrieron. De entrada, Peña nunca tuvo el capital político de Sheinbaum.
Los intentos de control de daños no han sido muy exitosos, pues los datos sobre la conversación digital —que ha documentado Javier Tejado en su columna en El Universal y en X— muestran que el gobierno no está ganando el caso en esa arena. Sigo creyendo, no obstante, que, como dijo la presidenta, este no será su “talón de Aquiles”.
No minimizo en absoluto lo descubierto por Guerreros Buscadores de Jalisco ni, mucho menos, el problema más amplio de las desapariciones forzadas en México. Sin embargo, no creo que este caso sea la bala de plata que más de uno espera que desestabilice su gobierno.
Una de las preguntas obvias que esto genera es cuál es —más allá de la aprobación que tiene en estos momentos— el manto protector de Sheinbaum que le permite resistir situaciones que, en otros momentos de la política mexicana, habrían puesto de cabeza al gobierno. Una pregunta similar surge, por cierto, al mirar hacia el norte, donde Donald Trump, sin inmutarse, enfrenta múltiples crisis a la vez.
El más reciente de esos episodios es el llamado Signalgate: una grave falla de seguridad en la que el asesor de seguridad nacional, Michael Waltz, incluyó por error al editor en jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, en un chat de Signal destinado a altos funcionarios de su gobierno. Ahí se discutieron planes clasificados sobre ataques inminentes a objetivos hutíes en Yemen.
La publicación de Goldberg en The Atlantic evidenció una grave falla en el manejo de información confidencial. En un gobierno como el de Joe Biden, algo así seguramente habría detonado una crisis de gran escala, el anuncio de una investigación a fondo y hasta la renuncia de funcionarios de alto nivel. Ahora, en cambio, Trump y su equipo han minimizado el caso y han dirigido todas sus baterías a… ¡el periodista!
Y es que tanto Trump como Sheinbaum cuentan con un escudo que los protege incluso frente a revelaciones periodísticas o errores graves, como los que hemos atestiguado en las últimas semanas. Ese escudo es la polarización que ellos mismos han alimentado, apoyados por un sistema de medios afines. La perversidad de la polarización es que cristaliza posturas, desacredita críticas y garantiza a quienes la promueven un ejército de leales. Ese blindaje no solo nubla sus errores, sino que los sostiene en momentos en los que otros gobiernos estarían contra las cuerdas.
En el pódcast The Daily, de The New York Times, de este martes, se explica justamente cómo una de las grandes diferencias entre Trump 1.0 y Trump 2.0 es que ahora cuenta con el respaldo acrítico de medios alternativos con alcance masivo —incluso por encima de los tradicionales— que validan todo lo que dice, lo amplifican y lo celebran. Esa es la verdad para millones de estadounidenses, por encima de lo que pueda decir cualquier medio convencional. Así que, para usar otro ejemplo del momento: si Musk es un multimillonario que está recortando sin sensibilidad programas que benefician incluso a la base de Trump, en esos medios lo que aparece es que está haciendo lo correcto al combatir el dispendio y el fraude gubernamental.
En México, la mañanera le ofrece a la presidenta una plataforma sin igual para imponer su versión de cualquier hecho. El mecanismo ha tratado de operar con claridad en el caso Teuchitlán, donde quienes han tomado la palabra lo han hecho no para plantear preguntas de interés periodístico, sino para respaldar la posición oficial. Además, el sistema de medios públicos es ahora utilizado abiertamente para afianzar la narrativa del gobierno.
Ni Sheinbaum ni Trump pueden entenderse a partir de los modelos de análisis que servían para explicar la política antes de la oleada populista en la que estamos inmersos. Esperar los mismos desenlaces de la política del pasado en un contexto radicalmente distinto como el actual es, simplemente, ingenuo.
Esto no significa, sin embargo, que estos gobiernos puedan resistir todas las adversidades; la protección que les brinda la polarización alcanza para mucho, pero no para todo. Da para sortear Teuchitlán o el Signalgate, pero no necesariamente una sacudida económica como la que empieza a vislumbrarse en el horizonte.
Los nubarrones generados por Trump, lejos de disiparse, se han vuelto más amenazantes y colocan al gobierno de Sheinbaum ante un posible escenario de recesión prolongada. Y frente a una situación así, con afectaciones potenciales para millones de personas, no hay escudo lo suficientemente potente.