Desde el otro lado

Un mes de Trump: la política del miedo y la complacencia

En este primer mes de gobierno, Donald Trump ha impuesto su agenda, dominado la conversación, puesto a todos a la defensiva y avanzado sin mucho que lo detenga.

Apenas ayer se cumplió un mes del segundo mandato de Donald Trump, pero pareciera que su gobierno lleva años. Desde el primer día de su regreso a la Casa Blanca, lanzó una ofensiva abrumadora de iniciativas, decretos, declaraciones y provocaciones diseñadas para sacudir el sistema. Intentar seguirle el paso provoca mareo: cada jornada trae consigo una nueva ruptura de normas, un desafío a las reglas establecidas, una transgresión que sacude la política y deja perplejos a propios y extraños.

No es solo la velocidad con la que opera, sino la forma en que desdibuja fronteras y rompe moldes. Sus decisiones parecen apuntar en todas direcciones a la vez y desafían cualquier intento de clasificación o previsión. Un día firma decenas de órdenes ejecutivas de dudosa constitucionalidad; al siguiente, amenaza con imponer aranceles; luego propone apropiarse de la franja de Gaza y convertirla en una “Riviera del Medio Oriente”; negocia directamente con Rusia el fin de la guerra en Ucrania y hasta juega con la idea de ser un monarca, firmando un post en su red social con un desafiante: “¡Que viva el rey!”.

Pocas veces en la historia reciente la política estadounidense se había movido con un pulso tan vertiginoso, impredecible y alarmante.

Frente a ese impulso transgresor, sorprende la poca resistencia política que ha encontrado. En un país donde los pesos y contrapesos institucionales han sido fundamentales, donde los representantes electos tienen un rol central, las cortes operan con independencia y la sociedad civil se articula en múltiples niveles, resulta asombroso ver cómo Trump está logrando consolidar su poder a través del miedo y la intimidación. Su capacidad para doblegar voluntades no tiene precedente, ni siquiera en su primer mandato, cuando dentro y fuera de su gobierno hubo quienes se le plantaron con firmeza y resistieron sus amenazas. En aquel entonces, miembros de su gabinete, líderes de su partido, demócratas, jueces, medios de comunicación y diversos grupos sociales enfrentaron sus presiones, pero hoy muchos de ellos han optado por replegarse.

En The.Ink, Anand Giridharadas escribe esta semana que el inicio del gobierno de Trump demuestra que Estados Unidos no es el “hogar de los valientes”, como dice su himno. Aunque hay ejemplos aislados de resistencia, sobre todo en las cortes, el país en su conjunto está capitulando sin oponer resistencia. No solo los republicanos le aplauden todo, también los demócratas, aún aturdidos por la derrota, ceden y han avalado nombramientos que deberían rechazar. Lo mismo ocurre con los propietarios de medios, que despiden voces críticas y prefieren acuerdos legales dudosos antes que confrontar al poder. En el sector privado, grandes empresarios que antes promovían la diversidad ahora eliminan estos programas para alinearse con el gobierno. Incluso organizaciones progresistas y tradicionalmente combativas han optado por replegarse y jugar a lo seguro, reflejando hasta qué punto el miedo domina el panorama político.

Si el miedo le está funcionando, es porque sus amenazas son creíbles: Trump es capaz de hacer lo que sea, pues no hay nada en su persona que lo limite y, además, ahora cuenta con mayorías en ambas cámaras del Congreso y una Suprema Corte conservadora que le es afín.

Pero no es solo el miedo lo que explica la falta de resistencia a Trump. El constante alarmismo en torno a él, calificando cada una de sus acciones como una amenaza sin precedentes, ha perdido efectividad porque ha dejado de sorprender. Lo que antes generaba escándalo y rechazo ahora apenas provoca reacción en amplios sectores de la sociedad, que se han vuelto insensibles a ese discurso tras años de advertencias apocalípticas.

Las fallas de los demócratas y las posturas más radicales de su ala progresista han llevado a lo que Ross Douthat, columnista de The New York Times, ha denominado el resquebrajamiento de la catedral del liberalismo. De ahí que muchos de los planteamientos de Trump, antes ampliamente rechazados, hayan encontrado eco en las últimas elecciones, incluso entre grupos que uno esperaría que los repudiaran, como los jóvenes, los hispanos y los afroamericanos. Aunque Trump no ha cambiado, las acciones y omisiones de otros lo han normalizado.

En este primer mes de gobierno, Trump ha impuesto su agenda, dominado la conversación, puesto a todos a la defensiva y avanzado sin mucho que lo detenga. Si de algo podemos estar seguros, es que Trump seguirá siendo Trump y continuará operando a través de la intimidación. Para contener sus excesos, quienes hoy se han replegado tendrán que encontrar el valor para enfrentarlo, y los demócratas, reorganizarse y dejar atrás las posturas que tanto les han costado. Porque lo alarmante no solo son las transgresiones de Trump, sino también que muy pocos lo desafíen. Y si eso no cambia, seguiremos hablando mucho de él y muy poco de quienes deberían estar ahí para contenerlo.

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