Desde el inicio de su gobierno, Trump ha sido un agente del caos, disparando en todas direcciones y dejando a todos tratando de descifrar si sus iniciativas responden a un interés real, una táctica o una distracción. Con México, por ejemplo, nos tuvo en vilo con la amenaza de aranceles: los anunció, los pausó y aún nadie sabe si los impondrá ni en qué términos. Lo mismo ocurre con su amenaza de deportaciones: busca frenar la migración y evitar escenas como las de Biden, apostando al miedo y tomando medidas impactantes. Pero de ahí a que asuma el costo de afectar sectores clave que dependen del trabajo de los inmigrantes con deportaciones masivas, no está tan claro.
En contraste, toda la evidencia indica que Trump va con todo para golpear a los cárteles en México, salvo que el gobierno de Sheinbaum tome acciones contundentes de alto perfil, incluida la entrega de políticos de su propio partido sobre quienes pesan serias sospechas. Apenas el domingo, en Fox News, afirmó que la respuesta de México “no había sido lo suficientemente buena”.
De hecho, tanto la migración como los aranceles han sido, en buena medida, extensiones de la estrategia contra el narcotráfico. En una de sus primeras órdenes ejecutivas sobre migración, justificó la emergencia en la frontera sur alegando que los cárteles controlan “vastos territorios” en México y han empezado a “tomar el control de zonas” en Estados Unidos, causando “cientos de miles” de muertes. Ese mismo día, firmó otra orden ejecutiva que los designa como Organizaciones Terroristas Extranjeras (FTOs).
Al anunciar los aranceles a México y Canadá, Trump afirmó que los cárteles tenían una “alianza intolerable con el gobierno de México”, lo que la presidenta Sheinbaum rechazó de inmediato. Luego, al pausar los aranceles, Trump justificó la decisión alegando que los 10 mil elementos de la Guardia Nacional comprometidos por Sheinbaum se centrarían en “detener el fentanilo y la migración ilegal”, en ese orden.
Desde entonces, Trump y su equipo han enviado señales inequívocas sobre la importancia de este tema. El mismo día que se suspendieron los aranceles, el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, recorrió la frontera sur para supervisar operaciones de seguridad. Al mismo tiempo, el portaaviones USS Nimitz fue avistado frente a Ensenada y, luego, CNN reportó 18 sobrevuelos de aviones espías cerca de la frontera. Como sostiene Raymundo Riva Palacio: “Trump ha vuelto la aniquilación de los narcotraficantes mexicanos un asunto de las Fuerzas Armadas, presionando a Sheinbaum a que cumpla lo que le ofreció”.
En una entrevista con ABC News, el “zar fronterizo” Tom Homan advirtió que si los cárteles atacaban a tropas estadounidenses en la frontera, responderían con toda su fuerza militar. La semana pasada, The Wall Street Journal reportó que la CIA enfocará sus esfuerzos en combatir a los cárteles y podría espiar al gobierno mexicano. Luego, la fiscal general Pam Bondi ordenó a los fiscales federales priorizar la lucha contra los cárteles. Esta semana, Trump nombró a Terrance Cole como jefe de la DEA, un veterano de línea dura que hace unos meses advirtió que ya era hora de que México y sus cárteles “rindan cuentas”.
Con esta escalada, Trump ha dejado claro que usará todas las herramientas para combatir a los cárteles mexicanos. A diferencia de otros temas, donde es difícil saber si actúa solo por cálculo político, en este parece haber una convicción real, aunque sin que eso implique que no considere el impacto mediático que estas acciones tendrían.
Todo apunta a que Trump está preparando el terreno para tomar acciones en México que atropellarían nuestra soberanía, lo que pondría a Sheinbaum en una posición extraordinariamente complicada. Frente a los aranceles o las deportaciones, la presidenta tiene margen de respuesta y puede salvar cara. Pero si Trump actúa unilateralmente en territorio mexicano y lo presume, como seguramente sería el caso, Sheinbaum quedaría entre la espada y la pared. Para algunos dentro de su propia coalición, sería un acto de guerra, y cualquier reacción que no implique un choque frontal con Washington la haría ver débil.
Este tema, más que cualquier otro, puede fracturar la relación bilateral. No hay salidas virtuosas ante la embestida que prefigura Trump; solo quedará elegir entre lo malo y lo peor. Además de fortalecer la lucha contra el crimen organizado, el gobierno debe abrir canales de comunicación y reforzar la coordinación con Estados Unidos, como ya lo está haciendo, para que las eventuales acciones de Trump no parezcan imposiciones unilaterales, sino esfuerzos conjuntos.
Habrá críticas por abrir espacios a los “gringos” que López Obrador había cerrado, pero las alternativas son peores. El problema es real y la determinación de Trump, evidente. Y si hoy tenemos este problema encima, en gran parte es porque el gobierno anterior no hizo lo suficiente y envió todas las señales equivocadas con su política de “abrazos, no balazos”.