Desde el otro lado

Elecciones 2024: ¿entre la democracia y la dictadura?

México tiene en su contra la relativa debilidad de los pesos y contrapesos que protegen a la democracia. En ese aspecto, Estados Unidos tiene la ventaja.

En un momento en el que la democracia está siendo puesta a prueba, más votantes que nunca en la historia se dirigirán a las urnas en este año crucial. En muchos de los países, lo que estará en juego no se limita a la elección de nuevos gobiernos, sino que se trata de la supervivencia misma de la democracia. Como afirmó María Ressa, destacada periodista filipina galardonada con el Premio Nobel en 2021, “para finales de 2024 sabremos si la democracia vive o muere”.

La creciente marea autoritaria es evidente en países tan diversos como India, Pakistán, Bangladesh, Sudáfrica o El Salvador. Ahí está también Estados Unidos, con la posibilidad del retorno de Donald Trump y todo lo que esto implica no solo para ese país, sino para el mundo entero.

Ahora bien, ¿qué sucede con México en este peligroso panorama? En el lado positivo, es claro que México no se encuentra en una situación como la de algunos de esos países en los que se encarcela a opositores, se les amenaza e intimida con el uso de la fuerza pública, o en los que la posibilidad de que se alcen con un triunfo electoral es estructuralmente imposible. Tampoco estamos reviviendo la época ‘dorada’ del PRI, en la que, en los hechos, no existía espacio para la alternancia.

No podemos pasar por alto, sin embargo, que en México ha habido una erosión democrática y que el terreno electoral no está parejo. Según el informe más reciente del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, la mitad de los países del mundo han experimentado declives en los indicadores que miden la salud democrática. En este, y otros informes sobre la materia, México registra retrocesos.

Se destaca, de manera habitual, el impacto del crimen organizado en la vida cotidiana de las personas y las restricciones a sus libertades, la creciente presencia de las Fuerzas Armadas en diversos ámbitos del ejercicio gubernamental y de la actividad económica, y el discurso polarizante y descalificador del presidente López Obrador, especialmente en lo que respecta a los periodistas.

Más allá de todo esto, está el impulso centralizador de poder del presidente, que va en contra de uno de los pilares esenciales de la democracia moderna: la existencia de una pluralidad de centros de poder institucionales y sociales. El presidente ha tratado de cooptar, desmantelar o incluso someter a esos poderes que, en su opinión, solo han defendido intereses particulares. Ahí está lo que ha pasado con los órganos especializados autónomos, pero también el debilitamiento de la CNDH y las pretendidas reformas a la SCJN y al INE.

Ahora, ¿en las elecciones de este año, está en juego la democracia, como tanto se dice respecto de Estados Unidos ante la perspectiva de un triunfo de Trump? La respuesta, en breve, es sí. Pero México no es Estados Unidos y los riesgos que enfrenta son distintos.

En Estados Unidos, las acciones y planteamientos y de Trump explícitamente contravienen los principios democráticos. Ha planteado abiertamente su deseo de gobernar de manera autoritaria, colocando a sus leales en el gobierno y persiguiendo judicialmente a sus oponentes. También ha expresado su deseo de ser un dictador, aunque, dijo, solo durante el primer día de su mandato, y ha elogiado a autócratas como Xi Jinping, Putin, Erdogan, Kim Jong-un y Viktor Orbán. Su vocación autoritaria es tan evidente como la advertencia de sus intenciones.

No observo, ni de lejos, algo así en Claudia Sheinbaum. Es cierto que la candidata se ha alineado con el presidente y que, en su discurso, no le concede ningún valor o aporte democrático a la oposición. Hay una descalificación moral de los adversarios que va en contra del buen funcionamiento de una democracia. Sin embargo, esto dista mucho de las pretensiones abiertamente autoritarias de Trump.

México tiene en su contra la relativa debilidad de los pesos y contrapesos que protegen a la democracia. En ese aspecto, Estados Unidos tiene la ventaja. La independencia de los tribunales, la independencia de los gobiernos estatales y locales, las reglas parlamentarias, la fuerza de la prensa y los grupos de interés, hacen que un presidente en Estados Unidos, incluso Trump, esté más acotado o, cuando menos, tenga muchos más obstáculos que superar para materializar sus pretensiones autoritarias.

Al final, en México mucho dependerá de la capacidad de la oposición para contener legislativamente a Morena y servir de contrapeso. Si Morena obtiene la Presidencia y logra mayorías sólidas en ambas cámaras legislativas, ya sea por sí solo o con sus aliados, es probable que la concentración de poder en la Presidencia continué. Paradójicamente, en un escenario así, el único freno a esa tendencia tendría que venir de la presidenta misma. La probabilidad de que lo aplique dependerá de la claridad que tenga sobre los riesgos que conlleva una concentración excesiva de poder. Si la tiene o no, es una incógnita que creo que hoy todavía no se puede resolver.

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