La Aldea

Washington

Sheinbaum ha tenido la templanza y la mesura para no engancharse con ninguna de las declaraciones de Donald Trump, siempre ofensivas y denigrantes hacia México, pero, sobre todo, hacia su gobierno.

La visita de mañana viernes de la presidenta Claudia Sheinbaum a la capital de Estados Unidos pudiese revestir una importancia especial, más allá del pretexto futbolístico.

El viernes 5 se realizará el sorteo de los equipos para la conformación de los grupos rumbo a la Copa del Mundo a realizarse en los tres países: Canadá, Estados Unidos y México.

Círculos cercanos a Palacio reconocen una presión significativa para que Claudia Sheinbaum asistiera al evento en el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas en Washington.

Probablemente lo hubiera evitado, considerando que el evento principal es meramente recreativo, pero parece que la Casa Blanca ha ofrecido un breve encuentro con el presidente Trump y la presidenta Sheinbaum en una apresurada, efímera reunión bilateral.

Nunca se han visto frente a frente. El mundo entero sabe del temperamento mercurial de Trump y su grosero trato a contrapartes de distintos países. Hacia la presidenta Sheinbaum ha tenido a lo largo de estos 10 meses menciones elogiosas, trato respetuoso y algunos señalamientos de valentía y capacidad.

Hasta ahí en lo personal, pero en lo institucional no han faltado las acusaciones de que México está gobernado y controlado por el narco y el crimen organizado.

Sheinbaum ha tenido la templanza y la mesura para no engancharse con ninguna de esas declaraciones, siempre ofensivas y denigrantes hacia México, pero, sobre todo, hacia su gobierno.

Su constante golpeteo hacia el T-MEC y la relación comercial con México nos ha llevado a una auténtica “montaña rusa” de castigos, amenazas, promesas, retractaciones, felicitaciones por la ayuda y el compromiso en materia migratoria y de seguridad.

En síntesis, nadie sabe cómo le irá en una reunión con Trump.

Es parte de su estilo, un negociador duro, hostil, que enfoca su energía en debilitar a la contraparte para obtener ventajas en la negociación.

La última de ayer consiste en amenazar con “dejar expirar el T-MEC y construir un nuevo acuerdo con México”.

En todo este ciclón de declaraciones, posturas, exigencias, no pocas extorsiones y chantajes, están claras algunas premisas:

1. Negociará por separado con Canadá y con México. No permitirá por ningún motivo, incluso el descrédito y ofensas repetidas lanzadas a Canadá (con Trudeau, y también con Carney), sentarse los tres países a la mesa.

2. Otros muchos elementos están en juego para Estados Unidos con México: los arietes son la contención de la migración (trabajo muy eficiente logrado por México) y el combate al narcotráfico y la disminución de sustancias, especialmente el fentanilo. (Ahí sí, seguimos siendo altamente ineficientes, a pesar del cambio de estrategia gubernamental).

Pero sobre todo, está lo que Trump quiere en México y de México: inversiones americanas potentes, protegidas y garantizadas en materia de tecnología, energía e infraestructura. (Analizar en detalle su comportamiento extorsionador con Ucrania con los beneficios personales y familiares en materia de negocios, tierras y minerales, nos da una clara pista). ¿Qué le vamos a dar a cambio de mantener el acuerdo?

3. Su nivel de exigencia será directamente proporcional a la medida en que nuestros empresarios y cámaras industriales logren acercarse, aliarse y cerrar acuerdos con sus contrapartes americanas. Tanto en materia automotriz como en otras varias.

Si sus empresarios lo presionan, su margen de libertad se verá reducido.

4. Habrá aranceles. Su propensión a las tarifas arancelarias de comercio internacional es casi una obsesión, pero en el fondo —hoy lo vemos con toda claridad— es un instrumento de control, presión y extorsión. “No me das lo que quiero, te castigo con más aranceles”. Tal vez sean menores, tal vez puedan negociarse de una forma gradual, pero México no se librará de un comercio con Estados Unidos con arancel cero.

Tristemente, nada de esto podrán abordar ambos presidentes en su muy breve encuentro, antes o después del sorteo.

Trump se tomará la foto, su ego descomunal quedará satisfecho con tener a los dos ahí, y probablemente sostenga una reunión privada de generalidades, buenos deseos y sonrisas fingidas entre los jefes de Estado.

¿A qué va Claudia? Se preguntará usted, pues a la foto. A estrechar manos, a intercambiar palabras de buenos vecinos, socios, aliados e intentar conseguir una “buena química” con Donald Trump. ¡Vaya reto difícil!

Podrían tener algunos puntos en común, pero de esos de los que los jefes de Estado no hablan. La presidenta tiene el control del Congreso, domina el Poder Judicial y ha puesto a la nueva fiscal general bajo su influencia. Además, ha eliminado esos organismos autónomos que resultaban molestos e incómodos para el poder.

Muchas de estas medidas políticas activas e implementadas en México podrían ser la delicia y provocar la admiración de Trump.

No creo que se lo diga. Pero eso lo comparten.

Lo que los distancia tiene que ver con el respeto a las inversiones, el marco legal debilitado y la relación con el poder económico. Ahí, son como el agua y el aceite.

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