Entre los acuerdos alcanzados por la presidenta Claudia Sheinbaum y el secretario de Estado americano Marco Rubio, está la creación de un grupo de alto nivel para desmantelar el crimen organizado.
No es la primera vez que esto sucede en las últimas décadas entre Estados Unidos y México. Todos recordamos la existencia del Plan Mérida en administraciones pasadas, que realizaba justamente la labor de coordinación, inteligencia, información y objetivos compartidos. Y antes de ese, otros grupos, también de alto nivel —que, aunque suene muy importante, quiere decir que se coordinan los titulares de las áreas, secretarías, departamentos, agencias— que realizaron labores conjuntas de ataque, seguimiento, búsqueda y detención de criminales.
Una de las herencias malditas de la administración López Obrador consistió justamente en el desmantelamiento de todos esos canales de información y comunicación privilegiada para combatir el crimen. Recordemos la absurda tesis de AMLO de los abrazos, que produjo la desastrosa expansión de las organizaciones del crimen a niveles de corporaciones sofisticadas, de lavado, extorsión, huachicol, tráfico de sustancias y personas.
AMLO tomó decisiones que generaron un grave deterioro al aparato de seguridad nacional y, por supuesto, a nuestra relación de enlace y colaboración con las muy diversas agencias y dependencias del gobierno americano.
Este gobierno parece decidido a actuar de forma distinta. No solo porque hay un auténtico profesional en la materia al frente de la dependencia (Omar García Harfuch), sino porque sostienen interacción y diálogo con sus contrapartes en Washington. Algo que, lamentablemente y para grave perjuicio del país, habíamos perdido. Recuerde usted la infausta etapa en que Rosa Icela —actual secretaria de Gobernación— estuvo al frente de Seguridad Pública. ¡Un desastre! En Washington la apodan “la Tía”. Solo sirve para dar consejos.
Los ejes de seguridad fronteriza, ataque a los cárteles, seguimiento y alerta de flujos financieros ilícitos, incrementar inspecciones y mejorar colaboración en materia de tráfico de combustibles, apuntan a un mejor diálogo y, sin duda, una colaboración más robusta.
Pareciera que Claudia Sheinbaum se ha convencido de que la colaboración abierta, fluida y con canales institucionales será mucho más efectiva que la política patriotera, soberanista y de total inacción de su antecesor.
Pero subyace el tema de los nombres de personajes de alto nivel —político, empresarial, partidista— vinculados o relacionados con el crimen organizado.
Hay quien afirma que la presidenta está en la posición de total colaboración para prevenir o, en su caso, impedir, una solicitud formal de políticos y miembros de su partido por parte de la justicia americana.
Es difícil saberlo. Pero lo que resulta evidente es la convicción prioritaria que el gobierno de Trump le ha asignado al “desmantelamiento de los cárteles de la droga”.
Nunca antes en la historia habíamos escuchado una posición terminante: no hablaron de combatir, detener, arrestar a capos, sino de desmantelar.
Las recientes declaraciones de Trump hacia Sheinbaum no dejan lugar a dudas: “Tiene miedo de la presencia de tropas americanas en México”.
Lo que simplemente quiere decir que ya se propuso, se discutió, se colocó sobre la mesa.
Para la idiosincrasia mexicana, para la herencia cultural de los “gringos invasores”, abusadores, explotadores y ladrones de territorio, resulta impensable que el gobierno de México permitiera una incursión militar americana en suelo nacional. Es como dijo ella misma, ir en contra del himno.
A esto sumemos la retórica soberanista y nacionalista de Morena y sus funcionarios que, a estas alturas, pareciera matizarse con la buena disposición a colaborar.
Colaboración sin subordinación. El problema es que la óptica de Washington es mucho más ambiciosa. Trump, en efecto, quiere colgarse la medalla histórica de terminar con el tráfico de sustancias a los Estados Unidos. Lo prometió en campaña, y es justo señalar que no ha ordenado un operativo unilateral por más ganas que tenga.
Así que el balance es bueno, es muy favorable para las mesas de negociaciones en materia comercial. Pero nada de confianza y seguridad de tratar con el socio, el amigo y el vecino.
Trump es volcánico, mercurial, voluble y enormemente contradictorio. Hoy te abraza y dice que eres su mejor aliado, y al día siguiente sostiene que se ha visto forzado a tomar decisiones extremas para combatir el “cáncer del narcotráfico”. ¡Mucho cuidado!
Bien le vendría a la presidenta abandonar sus peroratas de defensa a narcotraficantes y de exigencia de información por operativos o juicios. Proyecta una imagen errónea de relación, contubernio o entendimiento con los criminales.
Separarse de esa línea será muy útil para el país y para la prensa que México y Sheinbaum reciben de Estados Unidos.