La Aldea

Traición a la democracia

Morena y Claudia Sheinbaum pretenden desmantelar por completo el régimen de pluralidad política que ha guiado el porvenir político de México los últimos 30 años.

La reforma electoral anunciada por la presidenta Sheinbaum culmina el proceso de regresión democrática iniciado por su antecesor.

A la destrucción de los organismos autónomos y a la reforma judicial que, en los hechos, desmanteló el sistema de contrapesos republicanos establecidos en la Constitución, se suma la toma de control de toda representación popular. Ya sea de forma legal o ilegal, ahí tiene usted la sobrerrepresentación en el Congreso. Por último, se requiere una reforma a los procesos electorales que asegure su permanencia en el poder por muchos años.

No es verdad que estén buscando una democracia más representativa, transparente, barata —dicen— con un sistema electoral que garantice un mejor Congreso.

Morena y la presidenta pretenden desmantelar por completo el régimen de pluralidad política que ha guiado el porvenir político de México los últimos 30 años.

No solo se trata de reducir los plurinominales, marginar a los partidos al retirarles fondos y recursos, controlar por completo al INE —que de hecho ya realizan—, sino sobre todo se trata de eliminar cualquier voz discordante con su proyecto, forma de pensamiento y populismo ramplón y subsidiario.

Quién hubiera imaginado que alguien como Pablo Gómez, luchador eterno de la izquierda, victorioso representante frente al Congreso como beneficiario de la primera reforma electoral de 1978 que arrojó como resultado la llegada a las cámaras de grupos minoritarios, partidos pequeños, voces distintas y discordantes al statu quo impuesto por el PRI.

El hoy vergonzoso alfil del poder, Pablo Gómez, fue beneficiario de esa reforma político-electoral impulsada y diseñada por Jesús Reyes Heroles y apoyada por el presidente López Portillo. Ese que hoy pretende impulsar un viraje hacia atrás fue una voz legislativa impulsora del diálogo parlamentario, de las iniciativas de apertura política, de construir un régimen con pesos y contrapesos al Ejecutivo.

¡Ya se le olvidó! Hoy todo eso es historia porque, como suele suceder con las revoluciones y sus líderes, se transforman en aquello que derrocaron, combatieron y pelearon.

Pablo Gómez hoy está convertido en un intransigente del poder que afirma: “vamos a usar nuestra fuerza, no será una reforma de camarillas”. ¿A cuál se referirá? Porque en todas las anteriores, participó activamente como legislador eterno de la izquierda difusa y confusa.

¿No le parece a usted una enorme ironía que esos que se llenaban la boca hablando de democracia, de equilibrios, de diálogo, de instituciones y organismos autónomos, de los múltiples candados que impusieron a las leyes electorales por la desconfianza al poderoso, hoy sean quienes derriban lo que ayudaron a construir, quienes olvidan sus discursos en defensa de valores y principios, para simplemente imponer su visión desde el ejercicio absoluto del poder?

¡Vaya generación de traidores a la democracia!

Todos estos líderes y pseudorepresentantes de una izquierda manoseada y expoliada, hoy construyen un régimen autocrático, con cero diálogo social, tolerancia a la diversidad, respeto a otras expresiones políticas y formas distintas de pensamiento.

¡Vaya ironía! Que las reformas electorales impulsadas por el PRI (1977 – Reyes Heroles-López Portillo) (1997 – Ernesto Zedillo) consistieron en una amplia convocatoria a la sociedad civil, a centros de investigación y pensamiento, a los partidos de oposición.

Todos participaron, dijeron, defendieron, debatieron.

Hoy Morena impone su férula, sin recato ni prurito: “impondremos nuestra fuerza”, dice Gómez, el “demócrata” desmemoriado que disfruta el poder y se regodea de su fuerza.

¿Qué pasó? ¿Dónde se perdieron en el camino? ¿Se quieren quedar 10, 20 o 30 años más como dijo el impresentable de Adán Augusto? ¡Pues ganen elecciones! Limpias, abiertas, competitivas, no amañadas y compradas con pensiones y ayudas sociales.

La comisión designada por la presidenta incluye solamente a los incondicionales, los que dirán lo que quiera doña Claudia, exactamente igual a don Porfirio, que nombraba comisiones para que dijeran lo que él quería que dijeran.

¿Y la oposición? Sí es cierto que está dispersa y desorientada, pero tiene derecho a participar, ¿o no?

Los traidores a la democracia son aquellos que subordinan sus principios de antaño, a los intereses políticos del momento; son quienes por complacer al poderoso, al caudillo y su sucesora, niegan lo que defendieron antes, lo que votaron en miles de batallas legislativas, por lo que pasaron horas de lucha parlamentaria; son traidores los que borran la historia, los que pisotean las luchas y los empeños para conseguir un organismo electoral auténticamente autónomo; los que insultan a la ciudadanía bajo el pobre discurso del pueblo como recurso para justificar los atropellos; son traidores quienes eliminan derechos y garantías, los que insultan afirmando que todo estaba muy mal y que todavía no lo pueden arreglar; son traidores quienes afirman que un gobierno poderoso puede dilapidar el dinero del pueblo, siempre que sea por una “buena causa”.

¡Traidores! Los que rechazan el diálogo, los que se rehúsan a argumentar y prefieren imponer porque son los dueños de la verdad popular.

¡Traidores!

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