La Aldea

No engancharse

Estados Unidos está viviendo un proceso antidemocrático que está dañando los avances en derechos y libertades logrados en las últimas décadas.

En los años que tiene el mundo de conocer y tratar con Donald Trump, con su estilo arrebatado, intempestivo y con frecuencia atropellado de hacer declaraciones, tomar decisiones y girar órdenes, hemos aprendido algunas lecciones.

Si te enganchas, se complica. Pregúntenle a Elon Musk, que hace pocas horas tuvo que dar un paso atrás y arrepentirse por sus declaraciones exacerbadas hacia el presidente Trump y ofrecer disculpas.

Uno puede tener desacuerdos con un líder o un político, confrontarse, tener puntos de vista divergentes, pero con el presidente de Estados Unidos, se tienen consecuencias serias.

Trump, en el caso de Musk, aceptó las disculpas y detuvo las medidas para congelar contratos con sus empresas por muchos miles de millones de dólares. Punto débil del locuaz empresario que se convirtió en el funcionario responsable de recortes. Otra insensatez.

Pero con Trump hay muchas insensateces, a diario, de diversas dimensiones y potenciales impactos.

Por ello, la mesura, el equilibrio y la templanza para responder y actuar son fundamentales: No engancharse.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido prudente, hay que reconocerlo y aplaudirlo.

No se ha dejado llevar por la ola incendiada del nacionalismo ofendido, como Fernández Noroña, que todos sabemos alcanzó la presidencia del Senado por rebote, no por méritos ni legislativos ni de estadista.

Estados Unidos vive momentos extremadamente delicados por el nivel de polarización interna, por el ejercicio del poder en manos de un hombre cuyo equilibrio político o sensibilidad hacia las minorías es prácticamente inexistente.

Enviar a la Guardia Nacional, emitir declaraciones incendiarias del “enemigo extranjero” o del “cáncer que invade nuestras calles” es un acto de provocación guiado por el autoritarismo.

Trump admira a los líderes autoritarios que ejercen el poder de forma vertical, sin consulta ni consenso, con la voluntad y la convicción de ejercerlo. Ni siquiera el supuesto y lejano “bien común” cruza por su mente, aunque sí por sus discursos. Prevalece la voluntad, la certeza de que con la fuerza se controlan las que consideran desviaciones sociales, comerciales e individuales.

Ahí está su explícita admiración por Putin, por Xi Jinping —aunque no declarada— por Kim Jong-un de Corea del Norte.

Las redadas antiinmigrantes son un instrumento de complacencia a sus votantes, a sus bases conservadoras que desean expulsar a los inmigrantes para regresar al país dorado de los blancos y los creyentes apegados a principios religiosos.

Rechazan la diversidad cultural y lingüística, tienen la percepción de que su país está siendo invadido y transformado por corrientes de pensamiento distintas: libertad sexual y religiosa que destruye los principios fundadores de la Unión Americana.

Es de fondo una profunda contradicción porque se trata de un país construido con base en corrientes migratorias provenientes del mundo entero.

La curva demográfica en los Estados Unidos apunta a que las minorías, hispanas, asiáticas y afroamericanas, rebasarán el 50% de la población en muy poco tiempo. Hay quien sostiene que ese hecho ya sucedió, aunque no está propiamente reconocido debido a los subregistros de indocumentados y censos incompletos.

Pero los blancos anglosajones representan alrededor del 46% de la población total. Eso significa la pérdida en el control de las decisiones de los congresos locales en cada estado, y sobre todo, de los tribunales y las cortes.

Desde el Senado americano se orquestó a partir del 2014 (Mitch McConnell) un movimiento para colocar a jueces, magistrados y ministros conservadores a todos los niveles. Recordemos el rechazo al último nominado a la Suprema Corte propuesto por el presidente Obama, lo que colocó a su sucesor Donald Trump (1er. periodo) en la extraordinaria situación de nominar a tres jueces al máximo tribunal del país, todos conservadores.

Es un país profundamente dividido por razones raciales, culturales y lingüísticas, incendiado por un discurso polarizante y populista.

Estados Unidos está viviendo un proceso antidemocrático que está dañando los avances en derechos y libertades logrados en las últimas décadas (como el aborto, la libertad de expresión, la educación y la diversidad cultural). Esto podría llevar a un Estado autoritario que no acepta otras formas de pensar.

Es inconcebible que la nación que propulsó tantos derechos libres y diversos en los últimos 60 o 70 años hoy sufra un retroceso que amenace la propia independencia de poderes, de grupos y de comunidades.

El histórico atractivo de la Unión Americana por más de 100 años fue justamente que era la “tierra de las libertades” económicas, sociales, raciales, de igualdad y del mérito personal. No fue nunca un país perfecto, donde la equidad se sustentaba principalmente en la capacidad económica, pero donde la libertad de expresión, de credo religioso, de enseñanza, incluso en años muy recientes, de consumo recreativo de drogas, representaron un avance para el mundo. Hoy el péndulo va de regreso.

Para México y nuestra inevitable vecindad, con las enormes ventajas y oportunidades económicas, este péndulo regresivo y autoritario puede significar graves riesgos y peligros para la relación bilateral. Esperemos que prevalezcan la mesura y la templanza mostradas hasta ahora.

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