Uno de los rasgos más patéticos del gobierno de Andrés Manuel fue su marcada incapacidad para empatizar con las víctimas. De todo tipo, de cualquier situación, tragedia, hecho criminal o desgracia. López Obrador se caracterizó por ser un líder de doble o triple —o más— discurso: mucho pueblo, mucho humanismo, mucha doctrina cristiana, pero en los hechos, rechazo absoluto a los dolientes, a los lastimados por la sociedad o la naturaleza.
Sucedió con el terrible crimen que destruyó a la familia LeBarón en el norte del país, cuando el entonces presidente se negó a recibirlos a dialogar y escuchar sus demandas. Sucedió con la devastadora tragedia de OTIS en Acapulco, cuando fue reacio a visitar las zonas de desastre y observaba los daños y la destrucción con binoculares desde un barco de la Armada a media bahía del puerto en ruinas.
Sucedió con los inocultables feminicidios que sufre esta descompuesta sociedad, aunque el político pregonaba todas las mañanas el compromiso social, el apoyo a las causas libertarias y docenas de cantaletas vacías, rebosantes en vocabulario, carentes de realidad.
Pero tal vez la actitud más marcada, claramente antipática del expresidente, fue con las decenas de miles de personas (madres y padres) que buscan con desesperación a sus hijos en terregales y baldíos, en barrancas y campos de eliminación criminal.
Nunca el presidente tuvo un gesto con las madres de los desaparecidos, con las madres buscadoras que arrastran el alma, desconsoladas por el territorio nacional. Líder de pacotilla, aquel que promulga principios humanistas inspirados en Jesús Cristo —cito textual— y es incapaz de ponerlos en práctica en la realidad cotidiana.
La desgracia del hallazgo de Teuchitlán, Jalisco, el campo que “no es de exterminio” —dice la autoridad— pero se exterminaba, el sitio de reclutamiento, entrenamiento, tortura y asesinato de fuerzas del Cártel Jalisco Nueva Generación, ha puesto de manifiesto la misma conducta antipática por parte de la actual presidenta.
Claudia Sheinbaum afirma en discursos y piezas de oratoria que este es el tiempo de las mujeres, que “llegamos todas” al referirse a su arribo —el primero de una mujer— a la primera magistratura de la República —se decía antes, en el lenguaje engolado de los priistas—.
Pero en los hechos, actúa de la misma lamentable y escurridiza manera que su antecesor.
No recibe a las mujeres del movimiento feminista; por el contrario, les pusieron bardas y cercas metálicas para que no se acercaran al Palacio donde la mujer presidenta habla de los derechos de las mujeres y del avance social en el reconocimiento de principios de equidad e igualdad entre hombres y mujeres (8 de marzo de 2025).
Afuera, en las calles, colectivos de mujeres que demandan parar los feminicidios, el hostigamiento, la persecución a mujeres; otros grupos, dolidos y heridos de madres buscadoras, que exigen que les digan dónde están sus hijos, esos que AMLO maquilló con cifras tramposas para adelgazar la escandalosa cifra de desaparecidos en México.
Hay más muertos y desaparecidos aquí que en Ucrania y Gaza integrados en compendio numérico. El discurso gastado y hoy sin sustento de que el problema venía de atrás no justifica los 200 mil mexicanos muertos entre 2018 y 2024 y los más de 110 mil desaparecidos. Cifras macabras de los gobiernos del humanismo.
Pero Claudia, contagiada por la tontería de la investidura presidencial, hace oídos sordos a la demanda lacerante de miles de mujeres que buscan a sus hijos.
¿Dónde está el humanismo? ¿Dónde están los principios de defender a los más desfavorecidos, a los más vulnerables, a los tan débiles que han perdido la vida de sus seres queridos?
Esos no. Esos que vayan a Gobernación —si acaso— a una ventanilla de atención a víctimas. Desastroso, lamentable.
Pero en el fondo, profundamente contradictorio y cínicamente cruel.
Mucho discurso, presidenta, pero mejor no repetir las conductas aberrantes de su antecesor. De verdad es tan difícil políticamente encontrarse con las víctimas, con las madres buscadoras, con los colectivos feministas, no vaya a ser que presenten demandas, cuestionamientos, confrontaciones con una versión de la realidad que prefiere negar la criminalidad desbordada, la estupidez sangrienta de los abrazos y no balazos.
Señora presidenta, no repita los desatinos. No se convierta usted en una réplica inútil de estrategias fallidas y medidas fracasadas. Puede mantener el mismo discurso si quiere, pero cambiar la actitud, tender la mano, ofrecer un abrazo, mostrar un mínimo de conmiseración ante la tragedia, la engrandece como presidenta mujer.
Siempre son mejores los mítines de los simpatizantes, esos que vitorean y aplauden, gritan porras y quieren la foto con la presidenta. Esos cuestan dinero al erario, y están bien armados.
Los líderes de verdad enfrentan todos los auditorios, hasta los adversos, porque de eso se trata el auténtico liderazgo.