La Aldea

Los mismos de siempre

La oferta de oposición que pretende que los ciudadanos decidan entre ‘un mal gobierno’ y un ‘auténtico cambio’ no ofrece rostros nuevos.

La lista de candidatos a diversos cargos de elección popular para los comicios de junio ofrece un panorama más bien repetido. Figuras conocidas, exlegisladores, funcionarios y servidores de otras administraciones. Salvo excepciones, nada motivador. Lamentablemente la oferta de oposición que pretende confrontar a los ciudadanos entre “un mal gobierno” y un “auténtico cambio” –según muchos de los aspirantes afirman– no ofrece rostros nuevos, candidatos emergentes, cuadros recién formados en las filas de sus partidos.

Y tal vez ese sea el problema de fondo: los partidos.

El PRI ha sido incapaz de realizar una profunda revisión interna. Sigue siendo esta vieja institución política mexicana que se adapta y se acomoda a cada circunstancia histórica de México. No se renueva, no pretende siquiera proyectar un ejercicio de crítica interna y renovación de principios. Son lo mismo de siempre. Representan, en el sentido más directo, la mafia del poder a la que AMLO se refiere reiteradamente.

El PRI merecería desaparecer. La historia les otorgó una segunda oportunidad con la victoria de Peña Nieto: llegaron con una ambiciosa agenda de transformación, lograron trascendentes reformas para el beneficio de México –sigo defendiendo la educativa, hoy desaparecida por la contrarreforma de López Obrador y los sindicatos; y también la energética, que apuntaba a energías limpias, renovables, la transformación completa de la caduca e ineficiente industria petrolera y eléctrica– y terminaron en el desastre de sus viejos hábitos, mañas, trampas y corruptelas. El gobierno de Peña pasará a la historia tal vez, como uno de los más corruptos de México, porque se instaló un mecanismo institucional que incluyó a gobernadores, legisladores, funcionarios de todo nivel y responsabilidad, incluso la propia casa presidencial. Una banda aceitada, organizada, que se hizo de grandes negocios.

Pero más grave aún me parece el silencio cómplice de los priistas en esta administración. Nadie dio la cara para defender la reforma educativa: Aurelio Nuño, Chuayffet y todos los que la elogiaban e impulsaban, salieron de la escena en el mutis del entreacto, o de ¿la vergüenza? Nadie apareció a dar la batalla por la reforma energética que tanto aplaudieron y presumieron: Enrique Ochoa, David Penchyna, Osorio… nadie. Todos ocultos en un silencio ominoso, lastimoso para México. ¿De qué tamaño serán los expedientes de cada uno, especialmente de los que aún son hoy legisladores, para conceder la complicidad del mutismo?

El PAN se quebró desde el centro –como señalamos aquí en múltiples ocasiones– por la imposición de Ricardo Anaya en la candidatura. El joven político, talentoso parlamentario, derrotado por el ego y la vanidad, sometió al partido, alejó a grupos añejos y liderazgos de décadas, para tomar el control de una fallida candidatura, y de un partido en ruinas. Renuncias, salidas, rupturas, nuevas organizaciones y muchos intentos por recuperar a un electorado activo, participante, crítico. Todo ha sido en vano hasta ahora, y a pesar de las supuestas cicatrices, se ve lejano el día de un PAN reunificado, integrado, fortalecido y en competencia.

El PRD cabe todo en un elevador, afirma con razón Salvador Camarena. Las tribus, las eternas disputas, las venganzas políticas, los criterios flexibles de que todo opositor de izquierda tenía cabida, aunque fuera un malandrín como Salgado Macedonio o cualquier otro. El PRD perdió la brújula, el sentido, la plataforma, el discurso, bueno perdió hasta a los votantes que junto con sus aceitados movimientos urbanos, se mudaron todos a Morena en busca del puesto, del presupuesto, del hueso y la oportunidad que el PRD ya no podía garantizar. Un mecanismo ascendente de pequeños líderes y operadores, que pudieran llegar a las cámaras, a los cargos, a los puestos.

Ninguno de los anteriores ha hecho un profundo acto de revisión interna, de redefinición de principios, de reconstrucción de un ideario y un proyecto de país. Ninguno ha tenido el esencial acto de congruencia de pedirle perdón a la ciudadanía. Unos por ladrones, otros por corruptos, unos más por irresponsables e inconsecuentes. Todos por incumplir las muchas promesas y compromisos que le hicieron a México, de un cambio auténtico, de un país en paz, de ser el país del empleo, de fortalecer la construcción de una auténtica democracia.

Todos, señores, fueron en mayor o menor medida, un fracaso y por eso estamos como estamos. Con la democracia amenazada, con la peor expresión política de México en 50 años, con el riesgo creciente de un tirano autoritario que utiliza al Estado para perseguir a comunicadores que lo critican. Ustedes son corresponsables del desastre político que hoy vivimos, con un Congreso sometido, con un partido-movimiento-adefesio que postula violadores y los defiende ante el Tribunal. Peor imposible.

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