La presidenta Claudia Sheinbaum respondió al expresidente Ernesto Zedillo, a quien trae en salmuera, que México era uno de los países más democráticos del mundo, en días recientes.
Esto ante el señalamiento del propio expresidente de que López Obrador y Sheinbaum eran responsables de haber destruido la democracia en México.
La democracia se mide en el mundo. Existen índices de diferentes instituciones que, utilizando factores como la libertad de prensa, la independencia del Poder Judicial, la transparencia en la rendición de cuentas, organismos electorales independientes y elecciones libres y transparentes, evalúan el estado, riesgo, fortaleza o debilidad de una situación. También determinan el avance o retroceso de cualquier país democrático en el mundo.
México tristemente ha venido en retroceso. Y no se trata de una interpretación particular de académicos y críticos al régimen, sino de hechos dados y consumados.
La 4T desmanteló gradualmente, a lo largo de 7 años, un sistema institucional que representaba un contrapeso al Poder del Ejecutivo.
Según nuestra historia postrevolucionaria —e incluso la previa—, el poder concentrado del presidente sobrepasaba todo límite de justicia, democracia, respeto a la ley y muchos más.
Fueron los esperanzadores años de la transición (1997-2018, aunque algunos datan el inicio desde 1985) en que se construyeron dichas instituciones para contraponer al Poder Ejecutivo balances y equilibrios que le impidieran actuar de forma desproporcionada.
El Banco de México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Federal y después Nacional Electoral, la Comisión Federal de Telecomunicaciones, el Instituto Nacional de Acceso a la Información, la Comisión Reguladora de Energía, la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión de Competencia Económica y otras más. Las que de estas subsisten están cooptadas y controladas por Morena.
La de Derechos Humanos es la mejor expresión de un órgano inútil, borrado, sin presencia ciudadana y que además gasta millones en sus campañas de radio. Patética con una presidenta inservible.
Pero en los hechos, México bajo el gobierno de Morena retrocedió en materia democrática. Más aún, cuando impulsa, aprueba y celebra la elección del Poder Judicial de la Federación, rompe con el principio de independencia y autonomía de poderes.
Ya que sometieron el Congreso mediante una ilegal sobre representación, ahora también controlan la Corte y la mitad de los jueces y magistrados.
La nueva Ley de Amparo les reduce derechos y garantías a los ciudadanos. Nada de esto, presidenta, es democrático, ni ubica a México en ningún lugar honroso del mundo.
Nos acerca a los países autoritarios, regidos por partidos únicos que reducen, anulan o desaparecen la competencia electoral y la representación popular.
Morena puede contar todas las historias que quiera, como la absurda entelequia de que es el pueblo el que lo desea. ¡Falso!, ahí está la clave. Manipular al pueblo con pensiones y programas sociales no auditados ni transparentes, que en los hechos compran votos, es lo más antidemocrático del mundo.
Para zanjar este debate multisobado: no teníamos una democracia sólida, ni partidos honestos, ni un ejemplar combate a la corrupción. Los gobiernos democráticos del PAN y del PRI (2012) —electos en urnas, aunque repiten la cantaleta de un fraude jamás probado en 2006— fueron imperfectos y no del todo limpios ni honestos.
Pero impulsaron un aparato institucional, promovido por los partidos en el Congreso, que fortaleció el régimen democrático en el país.
Entonces, presidenta, no es democrático aplastar a la oposición y cerrarse al diálogo como sistemáticamente practica Morena, y mucho menos bajo la premisa de que así lo hicieron los priistas de antes, que eran unos cavernícolas.
No es democrático desaparecer los contrapesos al Ejecutivo.
No es democrático someter y dominar a los otros dos poderes de la Unión, bajo la misma premisa y respuesta de la oposición desaparecida.
No es democrático controlar y colonizar al Instituto Nacional Electoral, ni al Tribunal, ni a ningún órgano que supervise una competencia pareja, transparente y equitativa.
Morena no ha conducido a México hacia una democracia más sólida, más resistente a los embates de los tiempos, y como insistentemente ha sostenido Ernesto Zedillo, con un mejor Estado de derecho.
Así que mejor guardar silencio y no reproducir el estilo pendenciero de su antecesor.