¿Cómo se puede defender a un dictador? ¿Bajo qué argumento, sensato, equilibrado, se puede condenar o criticar a una líder de oposición, por el solo hecho de sostener una ideología política distinta?
Es lamentable, porque nos remite a la cerrazón persecutoria e inhumana de los regímenes totalitarios, a las dictaduras bestiales del siglo XX que perseguían a sus opositores, los encarcelaban, les negaban derechos de participación política.
Hoy el péndulo se balanceó en sentido contrario. Los falsos demócratas defienden a las dictaduras de izquierda, por el solo hecho de ser de izquierda.
Cuba encabezó una revolución heroica en los 60 (1959, de hecho) en contra de un régimen opresor y dictatorial.
Pero la revolución se convirtió, al paso de las décadas, en un movimiento igualmente cerrado, sin participación política, de partido único, de elecciones simuladas, con presos políticos. Y a eso, los fanáticos le llaman revolución auténtica y democrática.
Lo mismo Venezuela, y qué decir de Nicaragua.
Es como los vergonzosos representantes del Partido del Trabajo en México, defendiendo la invasión rusa a Ucrania, solo por ser de ese país, o la impresentable excanciller (Alicia Bárcena) haciéndole reverencias a Serguéi Lavrov, el secretario de exteriores del país invasor.
El pasado viernes Claudia Sheinbaum, en juicio nublado impreso por la ideología a ultranza, defendió a Maduro y criticó al Comité del Premio Nobel por su designación a María Corina Machado como ganadora del Nobel de la Paz.
¡Qué vergüenza! La presidenta de México, que a nivel personal tiene todo el derecho de expresar sus opiniones, pero resulta que es la jefa del Estado mexicano y cuando habla, lo hace en representación de todos los mexicanos. Nadie en este país defiende a las dictaduras, del color, inclinación, ideología que sean.
¡Qué rápido! Se les olvidó cuando eran oposición, cuando aplaudían a los líderes de partidos contrarios a los gobiernos en ejercicio, que luchaban por espacios, apertura, elecciones justas y parejas y transparencia.
La ideología lo trastoca todo, lo mancha, lo difumina, impide observar con claridad y precisión.
Ahora Claudia Sheinbaum critica a la oposición venezolana, a esa que se ha resistido de forma titánica en contra de un régimen opresivo, censor, persecutorio de los ciudadanos, tramposo y malversador de resultados electorales.
En la locura de Maduro en Venezuela, empezó ya la Navidad la semana pasada. Son tan malas las noticias del país, que hay que lanzar distractores a la opinión pública.
Ese es el régimen que defiende la presidenta de México. Qué pena para los auténticos demócratas de América Latina que aplauda la caída de la señora Boluarte —que muy probablemente deba ser investigada como tantos presidentes peruanos—, condene y critique a la ganadora del Nobel de la Paz.
La señora Machado ha resistido el embate de Nicolás Maduro y su gobierno antidemocrático; ha sido un emblema de libertad democrática contra la instalación —van para 27 años— del criminal régimen chavista que destruyó a Venezuela.
El otorgamiento del Nobel de la Paz a María Corina Machado puede ser criticado o cuestionado por su aportación concreta a la paz. Es un premio político como tantas veces en el pasado.
Pero se trata de un reconocimiento a la lucha democrática, a la defensa en contra de un gobierno dictatorial, que manipula las elecciones para permanecer en el poder.
El respaldo de Sheinbaum a Maduro es la impresentable negación de la historia: ahí no hay presos políticos, ahí no hay trampa electoral, ahí se vive en libertad y democracia absoluta, aunque se persiga y encarcele a los disidentes.
¡Qué vergüenza! Presidenta, usted era una mujer seria, demócrata, que libró sus luchas para democratizar el sistema político mexicano, en contra de un régimen unipartidista y antidemocrático… ¿Qué pasó?
¿En qué momento perdimos la brújula para asociarnos a los gobiernos opresores?
Estar del lado equivocado de la historia es defender a Putin, a Kim Jong-un, a Franco o a Pinochet, a Castro o a Díaz-Balart. Por supuesto, a Maduro y a Chávez.
Todo país que cierre las puertas a la democracia, que rechace movimientos políticos partidistas que compitan en igualdad de derechos en elecciones libres y abiertas, representa la renuncia a la democracia.
Pueden seguir sobando la palabra en retórica inflamada por la narrativa oficial, pero en los hechos, ni Cuba, ni Venezuela, ni Nicaragua, ni Rusia, ni China son países democráticos.
Esperemos que México, a pesar de las desviadas simpatías que no representan a todos los mexicanos, pueda seguir siendo una democracia, hoy claramente disminuida.