El presidente de Estados Unidos ha implementado lo que mejor sabe hacer: generar caos para obtener ganancias y ventajas.
Su trayectoria como empresario inmobiliario retrata con precisión esta tendencia.
El fallo de una Corte Federal en Nueva York en contra de su Fundación —hoy desaparecida y penalizada— y de sus empresas por inflar precios en el mercado de bienes raíces, demuestra con claridad los efectos pirotécnicos de producir descontrol.
Sus continuas alzas y bajas súbitas de precios y tarifas, de aranceles sorpresivos en franca ruptura con acuerdos comerciales, generan una enorme incertidumbre, el peor enemigo de los mercados financieros.
Pero además, su efecto favorito: el temor, el miedo, la amenaza bravucona del fuerte frente al débil: o me das lo que pido o te castigo.
Sigue enviando cartas a docenas de países en el mundo, invitándolos a “negociar” términos y condiciones para reducir su superávit comercial con Estados Unidos (déficit para los americanos). Sin embargo, en esa oleada agresiva de conflicto comercial, comete errores que rayan en lo ridículo: el 50% de arancel a Brasil, cuando su balanza comercial con el país sudamericano es positiva para Washington.
A Canadá y a México los sigue golpeando innecesariamente. Y es extremadamente grave porque somos sus socios comerciales, vecinos, aliados en materias tan diversas como migración y seguridad.
¿Para qué instrumentar medidas que te distancien de tus socios más estrechos?
El caos paga factura. Le da réditos en materia electoral, fortalece su imagen ficticia de hombre fuerte y difunde la impresión entre sus seguidores de que recupera el prestigio perdido de su país en el mundo.
Aún no se sienten los efectos de su desastrosa política comercial en su propio país: los precios a la alza, el impacto en el consumo e inevitablemente la inflación en ascenso.
Tal vez “estira tanto la liga” que se le pueda reventar y provocar daños serios a la economía americana.
Por lo pronto, la devaluación del dólar en mercados financieros es inocultable. Algunos la calculan del 10% al 15%, y todavía no se siente el impacto de los aranceles a tantos productos e insumos.
Sin embargo, ese caos que ha desestabilizado el comercio mundial y provocará de forma negativa una contracción del intercambio global, bien puede impulsar la creación de bloques regionales que expulsen a Estados Unidos y prohíban el comercio con cualquier producto, firma o empresa estadounidense.
Si la Unión Europea recibe el anunciado arancel del 30 al 50%, bien podría, a pesar de los daños internos en recesión y caída de las ventas hacia América, cerrar su mercado a productos americanos.
Lo mismo Asia, con un potencial bloque entre Japón, China, Corea del Sur y hasta la India, que pudieran construir un pacto interno de tarifas preferenciales.
El caos del comercio mundial provocaría el desplazamiento de Estados Unidos como la primera economía del mundo en dos o tres años y su prometido resurgimiento industrial sería un fracaso absoluto.
Es difícil hacer pronósticos; incluso los economistas se rehúsan a trazar líneas de largo plazo: las más evidentes son la destrucción de cadenas de suministro y el impacto a economías muy dependientes de la americana (México por encima de todos).
Pero a la vuelta de unos años, el mundo podría salir fortalecido en bloques regionales, con un proteccionismo belicoso resultado del caos trumpista.
Nuestra posición es la más vulnerable en el planeta entero. El 87% de nuestras exportaciones van a Estados Unidos y, desde hoy, con la entrada en vigor del arancel al jitomate, empezaremos a ver las consecuencias de las nefastas tarifas.
Apostarle al fracaso de Trump puede resultar también equívoco. Hasta ahora ha logrado doblegar a países y naciones en aras de no perder el acceso al más potente mercado del mundo. Pero esto tendrá su precio, y el caos no es exclusivo, puede dañar como una centrífuga: salpica para todos lados.