En las últimas dos semanas, los mercados dieron señales más reveladoras de lo que dejaban ver los comentarios diarios. Los índices venían retrocediendo, el sentimiento se había debilitado y, aunque los analistas mencionaban la incertidumbre macro, la inflación o el ruido geopolítico, la mayoría de los inversionistas sabía cuál era la verdadera fuente de ansiedad: todos estaban esperando los resultados de Nvidia. Cuando el reporte trimestral de una sola empresa marca el tono del mercado en general, queda claro hasta qué punto la narrativa de la IA se ha vuelto central para la economía actual.
La expectativa estaba justificada. Una parte considerable del optimismo bursátil del último año se sostiene sobre el gasto relacionado con IA, y Nvidia está justo en el corazón de ese impulso. Un trimestre débil habría abierto dudas serias sobre si el ciclo de inversión se había estirado demasiado. En ese sentido, los resultados de Nvidia funcionaron menos como un informe corporativo y más como un referéndum sectorial. Un tropiezo no sólo habría golpeado a los semiconductores, sino que habría obligado a reconsiderar los supuestos que han sustentado el entusiasmo de los mercados desde que comenzó el boom de la IA.
Pero el tropiezo no llegó. Jensen Huang presentó otro trimestre sólido y el peor escenario no se materializó. Aun así, los mercados cerraron a la baja después del anuncio: una caída modesta pero significativa. La ausencia de un rally de alivio indica que los inversionistas siguen cautelosos y que el entusiasmo empieza a matizarse. Sin embargo, es difícil ignorar el contrafactual: si Nvidia hubiera decepcionado, la corrección habría sido mucho más profunda y probablemente más amplia. La caída observada fue leve frente a lo que pudo haber sido. En ese sentido, los resultados no impulsaron euforia, pero sí evitaron un ajuste más severo.
Esta dinámica subraya la transformación de Nvidia. Ya no es sólo una empresa dominante en semiconductores; se ha convertido en un indicador del estado y la credibilidad de todo el ecosistema de IA. Proveedores de nube, empresas de software, instituciones de investigación, startups y corporativos dependen, directa o indirectamente, de la disponibilidad y evolución de las GPUs. La estabilidad de Nvidia se percibe casi como un requisito para la continuidad del ciclo de inversión en IA. Su papel se asemeja al que en otros periodos tuvieron las energéticas o los grandes bancos: no exactamente un riesgo sistémico, pero sí una pieza demasiado central para fallar sin generar repercusiones amplias.
Algo similar comienza a suceder con OpenAI, aunque por otro camino. La empresa no cotiza en bolsa ni presenta estados financieros públicos, pero su tecnología está integrada en una parte creciente de la economía digital. Herramientas de productividad, plataformas educativas, flujos de investigación, aplicaciones empresariales, sistemas de atención al cliente y operaciones internas dependen de los modelos de OpenAI. Este nivel de integración ha comenzado a llamar la atención de reguladores en Washington, donde ya se discute si compañías como OpenAI deben considerarse parte de la infraestructura digital crítica del país.
Las conversaciones aún son preliminares, pero la lógica se ha vuelto difícil de ignorar. Si una porción significativa de las ganancias de productividad y de la automatización corporativa depende de sistemas de IA, entonces cualquier interrupción tendría implicaciones macroeconómicas. En ese contexto, la posibilidad de un respaldo gubernamental —ya sea regulatorio, operativo o a través de asociaciones público-privadas de cómputo— deja de sonar hipotética. Se trata menos de “rescatar una empresa” y más de asegurar la continuidad de un engranaje que ya está profundamente entrelazado con la actividad económica.
En conjunto, la reacción del mercado a los resultados de Nvidia y la creciente dependencia institucional de OpenAI apuntan a la misma conclusión. La economía de la IA ha entrado en una fase en la que sus actores centrales influyen no sólo en la industria tecnológica, sino en la confianza del mercado en general. La reciente caída bursátil no marca el fin del ciclo de la IA, pero sí muestra qué tan sensibles se han vuelto los mercados ante cualquier señal que pueda poner a prueba los fundamentos del boom.
El mundo no celebró con euforia los resultados de Nvidia, pero sí respiró con alivio. Por ahora, eso es suficiente. Pero el margen de error en el centro del ecosistema de IA se está acortando, y las empresas que lo sostienen están empezando a ser tratadas —implícitamente, si no formalmente— como piezas de importancia sistémica. Ese reconocimiento dará forma a la siguiente etapa de la historia de la inteligencia artificial.