Internacionalista de la Universidad Iberoamericana

23 de septiembre

Madera se adelantó al crimen del 68 y mostró una vena romántica de la lucha porque la guerrilla, esa guerrilla como la de 1994 con el EZLN, nunca tuvo capacidad para destruir al Ejército.

Las rebeliones son contra los abusos, las revoluciones contra los usos

Ortega y Gasset

Más que una fecha perdida, el asalto al Cuartel Madera del Ejército mexicano por parte de un grupo de guerrilleros exhibe mucho más que la bitácora de la insurrección, que algunos le ponen el apellido de “popular”. La elección de las armas para el cambio político ha sido la constante desde el inicio de México como Estado; cuartelazos, escaramuzas, rebeliones, golpes de estado y luchas de guerrillas que han desfilado hasta que la nube mortuoria de pólvora y sangre niebla la vista de la nación porque hasta matar cansa el alma de los verdugos. Madera resucitó a esa bestia que, aunque dormida puede despertar de manera salvaje para destazar acuerdo, inclusión, concordia, unidad y participación en la esencia de la política como instrumento civilizacional que puede construir a diario la paz. Es el México bronco, impasible combatiente, insurrecto que navega entre la advertencia de Ortega y Gasset, la del oficio político en un mundo real y la del revolucionario que crea su propia contrarrevolución además de sus propios demonios.

Madera se adelantó al crimen del 68 y mostró una vena romántica de la lucha porque la guerrilla, esa guerrilla como la de 1994 con el EZLN, nunca tuvo capacidad para destruir al Ejército heredero de la primera revolución social del siglo XX, fuerzas armadas que modernizó el Gral. Joaquín Amaro en la nueva era de las instituciones, era de claroscuros, pero que por primera vez pone en paralelo la búsqueda de desarrollo con una anhelada paz social que en muchos lados estaba quebrada o era espejismo. La rebeldía del fallido asalto al Cuartel Moncada en 1953 en Santiago de Cuba, por otros jóvenes que, sin el estandarte soviético, aún, ganaron su paso triunfal en la capital cubana en 1959, tuvo eco en México. El Cuartel Madera entre el bosque tupido chihuahuense es el símil, fallido los dos ataques que juzga el impaciente mirador de la historia.

No fue Guerrero, fue Chihuahua, el abismo entre el Norte y el Sur mexicano, el de una balcanización productiva, social y política que no ha sabido tener justicia para acoplar un solo México en cuanto a derechos y oportunidades visibles se refiere.

Muchos jóvenes de hoy no saben del capítulo de Madera, como ellos, jóvenes con fusil fueron sacrificados entre su ímpetu desenfrenado y romántico de pretender hacer la revolución, pero también inocentes y miembros de los cuerpos de seguridad del Estado mexicano fueron ejecutados o fueron víctimas. En la bisagra entre la rebelión ingresaron a la guerrilla muchos con más ADN para asaltar bancos, secuestrar y robar que en tener un mapa de acción de qué hacer en el poder si se hubiera llegado a su cima. El asesinato de Don Eugenio Garza Sada por la propia Liga Comunista 23 de septiembre que nació en 1973, ha sido uno de los horrores y errores más costosos para México que aleja la reconciliación al igual que los bestiales vuelos de la muerte en el Pacífico mexicano tripulados por una de las más crudas y vergonzosas páginas del Ejército. Muchos han insistido que no buscaban secuestrar al empresario regiomontano demostrando que ni siquiera se puede llevar a cabo la acción armada con las manos sudorosas en el gatillo y el corazón improvisado en la acción.

Abonada por la polarización actual y el desprecio por la política democrática desde un gobierno que se dice progresista, se olvida la lucha democrática de hombres como Valentín Campa o Heberto Castillo, entre varios más que de la clandestinidad y las armas pasaron a las otras armas, las del debate, la de la gaceta parlamentaria, la vida en el Congreso de la Unión, a la reforma política progresiva para abrir las compuertas al pluralismo político sin dogma. La amnesia de un movimiento que es heredero de esa lucha se niega a reconocer que el triunfo de AMLO tuvo ese antecedente histórico y no es fruto de una lógica caudillista. En una incongruencia enorme la actual fuerza política coronó a las Fuerzas Armadas en un nuevo epicentro político con una caja blindada a los manejos de obras que debieran ser función civil, no militar.

Escaramuza, es la novela en el que el guerrillero Amílcar y el político Vicente, dos hermanos de vida y causa, tiene en ese día un comienzo, pero también una advertencia, el camino de las armas, aunque legitimado cuando la causa civil está derrotada, puede ser el infierno terrenal donde nadie salva a nadie de los horrores de una nube de pólvora que ciega y mata más que la concordia.

La salida violenta, del lado oficial o de una insurrección cuando el presente tiene monstruos desgarradores en el narcotráfico y el crimen organizado que vulneran la propia existencia del Estado democrático, es un desafío enorme. La vida de Amílcar y Vicente al final fue la de dos pirómanos que esperaron que la chispa más pequeña incendiara la pradera seca. El laberinto nacional reclama la generosidad de exiliar la violencia porque en México lo que menos se necesita es jugar con fuego. Un cuerpo escolar rural no puede incubar el odio y resentimiento a una movilización armada con el riesgo de una metástasis con células del narcotráfico, la más letal combinación que avanza desde Madera a Ayotzinapa. El 23 de septiembre rebasa al cuartel y enfatiza que la necesidad de la construcción cotidiana de la nación transita por la responsabilidad política en la utopía democrática, no en el cerrado camino de la autocracia.

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