Internacionalista de la Universidad Iberoamericana

Un voto por la República

Los 43 senadores pueden parar más que la técnica de un dictamen, una especie de fujimorazo al Poder Judicial que no sólo reaccionaría el mercado como contrapoder, sino que podría desatar una ola de inconformidad.

A horas de que la sesión del Senado de la República inicie con un dictamen que marcaría la muy tenue frontera entre legalidad e ilegitimidad para propinar una especie de golpe técnico al Poder Judicial, la aritmética no se equivoca. No son 85.3 senadores como establecen las dos terceras partes de los senador@s que marca la Carta Magna para sus reformas, sino 86 legisladores, sin décimas de ocurrencias ni tormentos de un surrealismo del que hasta Salvador Dalí hubiera sido forzado a tomar un buque al océano realista de las certezas al que consideró su enemigo.

Para el drama de la república vuelve un número maldito, el 43, el mismo que los muchachos de la Escuela Rural de Ayotzinapa que el 26 de septiembre cumplirán 10 años de desaparecidos y que refleja la anemia del Estado mexicano y sus instituciones. Primero 43 muchachos de variopinta, muchos que estuvieron en el pésimo momento con los menos indicados en esa lava de fuegos combinados entre el narcotráfico, la autoridad y el eco guerrillero, el magma que pocos reconocen.

Ahora son 43 senadores de lo que queda de oposición política. Muchos integrantes de la oposición cayeron de pies y se salvaron para seis años de fuero, muchos representan lo más oprobioso de un sistema de partidos putrefacto, pero es lo que hay en las horas decisivas de la república. Los 43 senadores pueden parar más que la técnica de un dictamen, una especie de fujimorazo al Poder Judicial que no sólo reaccionaría el mercado como contrapoder, sino que podría desatar una ola de inconformidad de la que muy difícilmente podría retener la mayoría el oficialismo en la próxima elección intermedia del 2027. Sin reforma fiscal, descabezando instituciones y con la revisión del principal mecanismo comercial para la economía mexicana habría pocas fichas para seguir manteniendo al ejército del peor de los clientelismos políticos, la dádiva que crea súbditos no ciudadanos.

Existe un acuerdo y la necesidad de advertir entre sectores demócratas de la academia, en la propia oposición, en la callada voz desde el interior de Morena que piden por miedo hablar off the récord, de que el Poder Judicial sí necesita una reforma, pero seria y con capacidad de articular una visión de Estado, no de una vulgar revancha para cooptar a un poder republicano. A estas horas se confirma que Morena no es un partido político con el que se pueda negociar, platicar, convencer, hacer política en concreto. Es un grupo diverso, totalitario y contradictorio unido por el caudillo que, con sus acciones, más que vulnerar a su sucesora, hace crujir la gobernabilidad democrática de México bajo la sombra de los peores demonios. Morena no busca una pieza de valor constitucional fundamental como el constituyente de 1917 lo hizo, sino busca dar como ofrenda al caudillo a los que no son partidarios de la 4T en la Suprema Corte de Justicia. Rearmar el rompecabezas de la república será tarea desgarradora y dura en el futuro y más cuando quién sabe qué derrotero tome Morena una vez que López Obrador no tenga presencia física en lo terrenal.

En las últimas horas corren los rumores de que el senador Miguel Ángel Yunes Márquez pudiera dar su voto al oficialismo. Las apuestas venían de que el judas con minúscula sería un miembro del PRI o de MC, pero no, todo indica que es un senador que dejaría de ser azul. Una lección enorme en caso de que Yunes Márquez traicione a su partido y a la república es que el pragmatismo tiene sus costos a largo plazo. No puede ser serio que en la fórmula a la Cámara Alta el hijo sea el propietario y el padre, el suplente. Eso sin descontar que el padre fue gobernador y el hijo menor senador y alcalde del Puerto de Veracruz, que de nuevo “heroico” le dio el voto a la esposa del senador que podría dejar al PAN. Es decir, a la nuera del jefe de familia política, el linaje de la democracia hereditaria sin reservas. La transición democrática no fundamentó un ejercicio de ciudadanía y pedagogía de ¿para qué sirve el poder? sino que se enfrascó en una lucha entre esa anomalía de una juniorcracia que afecta a todos los partidos. La exclusión y el ostracismo para muchos fue el pago para privilegiar apellido y linaje que deformó la democracia mexicana y hoy se pagan los platos rotos. Ahora ese sólo voto será el cobro por tantos hierros ardiendo que dejo Yunes Linares desde su paso por el PRI y el PAN. El odio biológico del jefe del clan neo azul (que desplazó a figuras panistas veracruzanas con la venia de Fox y Calderón en Los Pinos) con López Obrador, se lo cobrará el tabasqueño al veracruzano por donde más le duele para que, a cambio de impunidad, el hijo sea un neomorenista. Una vez más, Ibargüengoitia y Spota juntos se quedaron cortos. El drama griego en territorio veracruzano que dibujó Jordi Soler en “En el reino del toro sagrado” se queda corto frente al monstruo que combinó en sus vísceras lo peor de su paso político y hoy se lo cobra una maquinaria con un animal político que gana ese voto, además de una dulce venganza. Sin ese voto la república caería en el abismo. Un solo voto….

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