Si en México el plagio de la tesis de Yasmín Esquivel ha causado un escándalo mayúsculo, la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos no se queda atrás. Está en entredicho la conducta ética de uno de los magistrados, el juez Clarence Thomas.
Vamos por partes, porque Thomas tiene su historia. Fue nominado a la Suprema Corte por el presidente George Bush padre en 1990. Fue seleccionado para sustituir en la Corte al legendario Thurgood Marshall, primer juez afroamericano en ocupar uno de los nueve asientos en la Corte. Marshall era rabiosamente liberal, y Thomas, todo lo contrario.
Asumió el cargo hasta marzo de 1991, porque su proceso de confirmación fue bastante accidentado. Thomas, al comparecer ante el comité judicial del Senado, se llevó una desagradable sorpresa cuando los senadores demócratas (que eran mayoría) llamaron a declarar a una mujer, afroamericana también, de nombre Anita Hill. Ella fue colaboradora de Thomas cuando él trabajaba en un puesto menor en la Secretaría de Educación. Anita Hill, bajo juramento, declaró ante los senadores que recibió múltiples y continuos acosos de tipo sexual. Dijo que, desde el principio, le dejó claro a Thomas que no eran bienvenidos, pero Thomas continuó acosándola, hasta hacerla renunciar.
Thomas lo negó todo, y los republicanos del comité lo apoyaron. En esos tiempos, el hoy presidente de Estados Unidos, Joe Biden, presidía el comité. Biden estaba preocupado de que el proceso se convirtiera en un circo. La nominación anterior, el jurista Robert Bork, había ya sido rechazada por el comité, y dos rechazos consecutivos hubieran puesto por los suelos la imagen del Senado. Así que Biden decidió recortar el proceso y llamar a votación. Con ello, dejó sin declarar a otras tres mujeres, que estaban dispuestas a testificar que también fueron acosadas por Thomas.
El juez fue confirmado por 52 votos a favor y 48 en contra, la votación más cerrada en décadas.
Clarence Thomas pasó muchos años en la Corte sin hacer ruido. Sus votos consistentemente apoyaban posiciones conservadoras, pero estaba en la minoría. Calladito, empezó a comprometerse. ProPublica publicó un reportaje devastador hace una semana, donde detalla todas las prebendas y contactos de Thomas con grupos de donadores republicanos, que lo colocan en una posición altamente comprometida.
Harlan Crowe es un megamillonario que se encuentra en la lista de donadores más importantes del Partido Republicano. Lleva 20 años de pagarle a Thomas sus vacaciones, vueltas al mundo en yates de lujo, estancias anuales en la finca de Crowe, donde se reúnen los estrategas del partido y, lo peor, los votos de Thomas en la Corte reflejan ese conflicto de interés.
El problema es que los magistrados de la Suprema Corte son prácticamente intocables. Sí hay un código de ética que detalla conductas inaceptables, pero no hay un mecanismo para castigar a quien las viole.
El escándalo es tal que muchos piensan que el Congreso debe intervenir para legislar esas conductas, pero, puesto que el responsable es un paladín de los conservadores, y la Cámara baja está controlada por republicanos, nada pasará.
Thomas dice que todo es una exageración, que Crowe es su amigo desde hace 25 años y que no hay nada inmoral en que lo invite de vacaciones.
El resultado de todo esto, aunado a las terribles decisiones de la Corte en cuanto a los servicios de salud reproductiva para las mujeres, ha llevado a que tengan la peor imagen desde que existen. Es imprescindible que el presidente de la Corte, el juez John Roberts, haga una investigación seria del asunto y aplique las sanciones pertinentes.
Así que no, no nos sintamos tan mal o tan avergonzados, no estamos solos; nuestra jueza Yasmín Esquivel tiene su contraparte en la Suprema Corte de Estados Unidos, en la persona del juez Clarence Thomas.