La concesión política fue evidente. “Si no aterrizan en el Aeropuerto Felipe Ángeles, se van a reír de mí”. De ese tamaño era la preocupación del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para lograr que sus homólogos de Canadá y Estados Unidos llegaran por el inoperante y absurdo nuevo aeropuerto. El otro de transporte de Estados Unidos, en el que venía toda la carga, incluida su limusina, llamada La Bestia, llegó por el Benito Juárez, igual que la primera dama de Estados Unidos, la doctora (ella sí es doctora, no como la nuestra) Jill Biden.
La inoperancia del Felipe Ángeles quedó demostrada: el presidente Joe Biden, de Estados Unidos, hizo, a bordo de La Bestia, y con el presidente de México a su lado, más los traductores, más de una hora de camino del aeropuerto a su hotel en Polanco, con todo y que todo el trayecto fue despejado por las fuerzas de seguridad, ocasionando severos trastornos de tránsito en la zona.
Pero, en fin, fue una hora a solas con el jefe de Estado más poderoso del mundo. Qué se dijeron, sólo lo saben ellos y los traductores. Pero fue una oportunidad inmejorable para lograr avances en la relación con Estados Unidos que beneficien a los mexicanos. Por los resultados de la cumbre dados a conocer a los medios, no parece que el famoso tête à tête haya cambiado nada. En público, López Obrador sólo atinó a comentar que “se había entretenido apretando todos los botoncitos del vehículo”.
Luego, Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, también llegó por el Felipe Ángeles, pero sin recepción presidencial, lo cual fue la primera de muchas descortesías ocurridas en la visita. Otra fue el raquítico operativo de seguridad que le ofrecieron a Trudeau, que ocasionó demoras en su llegada al Marriot de Campos Elíseos, en Polanco, en Ciudad de México. Imborrable, y memorable, la imagen, que se hizo viral, del motociclista de la escolta gritando “¡déjenme pasar! Traigo al de Canadá”.
Lo que más importaba, y de lo que no se habló en la cumbre, por lo menos que sepamos, es del conflicto que Estados Unidos y Canadá tienen con la política energética de México, que es claramente violatoria del tratado comercial entre los tres países. Todos los pronunciamientos de amistad eterna, de simpatía mutua y de solidaridad absoluta fueron una letanía de demagogia. Tan no hubo avances en este tema, que la Casa Blanca publicó un documento con los resultados de la cumbre cuando ni siquiera se habían reunido los tres todavía.
La conferencia de prensa conjunta que se dio el martes, luego de lo que, se supone, sería el evento más trascendente de la cumbre, que era la reunión de los tres mandatarios, fue el teatro de lo absurdo.
La primera pregunta fue para Biden, y abrió refiriéndose a una controversia interna de Estados Unidos porque aparecieron unos documentos confidenciales de sus tiempos como vicepresidente, en una oficina privada de Biden. Claro, igual que Trump. Luego se refirió a las pláticas, pero nada trascendente. Habló menos de 15 minutos. Justin Trudeau, entre francés e inglés, habló de otro problema interno de Canadá, que es el asilo a los inmigrantes haitianos. Luego más retórica. Tanto Biden como Trudeau propusieron convertir a la zona en una potencia de creación de energías limpias. Pero el presidente López Obrador hizo como que la virgen le habla, y ni tocó el tema.
Trudeau habló menos de 10 minutos. Y entró en escena Andrés Manuel López Obrador, quien nos regaló una perorata de casi 28 minutos, sospechosamente similar a una mañanera. Habló de los “ninis”, de “Sembrando Vida”, de sus “éxitos” como mandatario, de su compromiso con la democracia, de haber hecho desaparecer la corrupción en México. Y ya. Ya no dejó hablar a los otros. Pero Biden y Trudeau no son el auditorio de una mañanera, ni se dejarán marear con la verborrea. Tienen inteligencia sobre México, y saben qué está pasando. Vendrá un conflicto con nuestros socios.