Parteaguas

¿Qué vende México?

Hoy los “recursos naturales”, incluido el petróleo, las minas, los aguacates o derivados de plantas como el tequila, no aportan siquiera el 10 por ciento de lo que vendemos y producimos todos, eso que llamamos PIB.

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¿Qué vende México? Pregunté hace unos años a alumnos universitarios en un auditorio, al inicio de la primera conferencia pública que ofrecí.

“Petróleo”, me respondió uno. “‘¡No, tequila!”, dijo otro. “¡Aguacates!”, gritó uno más.

Si México dependiera de eso, hoy cenaría solamente uno de cada 10, les contesté. Son las fábricas y los servicios como los financieros y de telecomunicaciones los que traen comida a la mesa.

Pero en estos días conviene preguntar: ¿Qué va a vender México ahora?

Este país enfrentó una desgracia económica en los ochenta que nos dejó plantados frente al espejo: una deuda impagable, inflación galopante y un modelo económico agotado, ese cuyos defensores juraban que podíamos producirlo todo puertas adentro.

Comprendimos que el petróleo siempre sería una apuesta que eventualmente cobraría pérdidas y que valdría la pena abrir la mente y las fronteras.

Hoy los “recursos naturales”, incluido el petróleo, las minas, los aguacates o derivados de plantas como el tequila, no aportan siquiera el 10 por ciento de lo que vendemos y producimos todos, eso que llamamos PIB.

Más por la realidad que por el idealismo, el país se integró a los clubes de comercio mundial:

Al GATT en 1986, que más tarde se convirtió en la OMC. Éste brindó un sistema de reglas comunes que otorga algo muy escaso en el vecindario latinoamericano: la aburrida certidumbre.

El verdadero parteaguas llegó en 1994, con el NAFTA. No fue un tratado comercial: fue un boleto de entrada a una nueva identidad económica.

De pronto, México ya no solamente vendía aguacates y petróleo; se subía a la mayor maquinaria industrial del planeta: Estados Unidos y Canadá. Se abrían las fronteras, sí, pero también los motores. Con todos los beneficios y todas sus deficiencias.

México se integró a las cadenas productivas norteamericanas como socio, no como satélite. Y ahí comenzó la mutación.

Lo que por años llamamos “maquila” empezó a parecerse menos a una línea de ensamble básica y más a un ecosistema sofisticado de manufactura avanzada y servicios especializados.

Llegaron los autos, luego las autopartes, los dispositivos médicos, los centros de ingeniería, el software, la logística inteligente, los semiconductores, incluso el diseño de estos para Intel.

El norte del país se volvió un laboratorio de producción compartida; el Bajío, un parque industrial extendido; y la frontera, una banda transportadora que conversa en tiempo real con Detroit y Ontario.

A la región llegó eventualmente la competencia de China, su eficiencia y sus bajos costos que acá redujeron las ganancias y los sueldos. También llegó la narrativa anti extranjeros que llevó a Donald Trump a la presidencia. El modelo se agota.

Ahora Estados Unidos luce estancado y por decisión propia, aislado. Su pueblo luce distraído, en el mejor de los casos.

Esta semana, The Daily, un influyente podcast de The New York Times, advirtió que en pos de ganar la carrera de la inteligencia artificial, los vecinos abandonaron lo demás, incluida su capacidad de generar nueva tecnología para producir electricidad.

La realidad acecha: China asciende. Cualquiera que haya cruzado un océano ha podido percibir esa dinámica económica que crece: un continente euroasiático más vinculado.

En este, los países del Medio Oriente fungen como conectores comerciales cada vez más sofisticados y ocupados en escapar de la errática economía petrolera.

Incluso Trump los corteja y esta semana, en vez de enviar a la COP30 en Brasil a funcionarios que guíen o influyan en la agenda climática global, se centró en recibir al príncipe saudí Mohammed bin Salman en Washington, una cortesía que no ha tenido para su vecina, la presidenta Claudia Sheinbaum.

Éste es un escenario más complicado que el de los ochentas para México, en donde los problemas y la solución, dolorosa o no, eran claros.

Urge que México cree productos y servicios propios que le permitan aspirar a un mercado más próspero y eso requiere de educar mejor a su gente, en lo que entendemos bien lo que venderemos de aquí en adelante para que no falte la cena.

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