Parteaguas

El Mexicano que conoce nuestras caras

Su empresa Incode, basada en San Francisco, ofrece verificación de identidad y es responsable de cotejar que son ustedes y no otra persona la que intenta acceder a su información bancaria a través de su smartphone.

Aquí puedes escuchar a Jonathan Ruiz Torre con esta columna Parteaguas. (También disponible en Spotify)

No importa si están en Estados Unidos o en México. Si son clientes de instituciones como Banorte o Citi y frecuentemente ponen la cara frente a su teléfono para abrir la app de su banco, existe una altísima probabilidad de que el equipo del mexicano Ricardo Amper tenga su imagen guardada en sus sistemas.

Quizás no tenga su foto precisamente, sino una complicada combinación de datos vectorizados que verifican que esas orejas y esa nariz les pertenece. Él tiene noticias y también una de esas historias de emprendedor que pueden inspirarles.

Su empresa Incode, basada en San Francisco, ofrece verificación de identidad y es responsable de cotejar que son ustedes y no otra persona la que intenta acceder a su información bancaria a través de su smartphone.

Su organización fue uno de esos ocho unicornios mexicanos nacidos durante la locura de 2021, pues ese año recibió 221 millones de dólares de fondos de inversión que le confirieron un valor de mil 200 millones de dólares. (¿Hay otra ‘startup’ de mexicanos que todavía valga más de mil millones de dólares?).

Este mes dio otro salto al anunciar que compró una empresa similar llamada AuthenticID, que hace casi lo mismo que Incode, pero en Estados Unidos.

Aunque, a decir de la misma gente de Amper, esta adquisición refuerza la línea de protección que impide que alguien que imite su cara con inteligencia artificial, acceda a su cuenta bancaria.

Lo que presume Incode anuncia el nacimiento de un pequeño monstruo en materia de seguridad. A partir de ahora: atienden a 8 de los 10 bancos más grandes de Estados Unidos; trabaja con 4 de los 5 principales bancos de América Latina y aseguran a los “tres neo bancos globales” más importantes.

Además, protege a 8 de las principales empresas de telecomunicaciones de Norteamérica y su cartera de clientes incluye a compañías fintech, redes sociales, comercio electrónico, transporte y retail.

Hace tiempo platiqué con Amper y pude recoger algo de su contexto, publicado aquí.

De esa columna reproduzco la historia de su origen como fundador de Incode:

Amper explica que nació en una familia de emprendedores y que las conversaciones durante la comida siempre giraban en torno a tal o cual innovación en empresas.

Siendo niño en los ochenta, su padre notó su gusto por la tecnología y le regaló una computadora Commodore y un manual para programación en BASIC. Su habilidad le dio para subirse al tren de los ‘puntocom’ con un proyecto llamado laburbuja.com, que derivó en fracaso cuando no obtuvo suficiente capitalización para continuar ante la huída de inversionistas de todo lo que oliera a tecnología del Internet.

Tres años más tarde, este administrador de empresas por el ITAM creó un polvo para producir bebidas instantáneas y terminó vendiéndole la marca del producto a Grupo Bimbo.

Una tragedia lo hizo regresar después de eso al seno de su hogar. Su padre y mentor enfermó de cáncer de piel al final de la década pasada y Ricardo había de tomar el control del negocio familiar de químicos, rápidamente. Solo cuatro meses después, su papá murió.

El hijo heredero tomó la empresa y la reorganizó. La compañía se hizo apetecible y al final, fue adquirida, lo que permitió la capitalización de la familia que de nuevo tenía la oportunidad de tomar un reto.

Entonces nació Incode. Amper tomó algo de las ideas de su juventud cuando creó un sistema de reconocimiento de rostros que facilita compartir fotos en reuniones de amigos.

Mudarse a San Francisco lo vinculó con los expertos en inteligencia artificial Jovan Jovanovic y Alex Golunov, un ruso y un serbio que completaron el equipo fundador, junto con su hermana, Marianna Amper, a cargo de las finanzas.

Todos se encontraron con Dila Capital, que les abrió el camino del capital privado, después de tocar la puerta infructuosamente de 98 oficinas.

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