Aquí pueden escuchar a Jonathan Ruiz con esta columna Parteaguas
Ahí en donde está Wall Street hubo castores salvajes. Hace 400 años, Amsterdam envió en barcos a decenas de parejas para formar colonias y familias que pudieran cazarlos y enviar su piel de vuelta a Europa para venderla muy cara.
Manhattan nació por negocios y fue la semilla de Nueva York, que continúa en el mismo interés.
Ahora Estados Unidos va por un ‘nuevo Manhattan’ que será construido con el capital que controla Mark Zuckerberg, líder de Meta, la empresa propietaria de Facebook.
El joven magnate reveló su plan hace dos semanas. Dijo que ubicará el más grande conjunto de centros de datos de su compañía en un poblado perdido llamado Richland Parish, en el estado de Louisiana, a seis horas en coche de Houston, Texas. Es la metrópoli más cercana.
“Estamos construyendo varios clústeres. Solo uno de ellos cubre una parte significativa (equivalente a) la superficie de Manhattan”, advirtió hace dos semanas el multimillonario CEO.
La “colonia” de decenas de personas que lo administrarán no cazarán castores, sino usuarios o clientes de Whatsapp y a “creadores” de Instagram.
Cuando México apenas convive con ChatGPT, Claude y Llama, y comprende el valor de la inteligencia artificial generativa o GenAI, las empresas que hoy la controlan empezaron a ofrecer en renta empleados virtuales de nivel gerencial a los que llaman “agentes”, a cambio de unos 4 mil pesos mensuales.
Cuando acá entendamos eso de los agentes, allá posiblemente habrán llegado ya a la AGI o inteligencia artificial general, que implica el arribo de la autonomía de la IA, la capacidad que tendrán eventualmente las máquinas de trabajar en conjunto y mejorarse a sí mismas.
Aspiremos a que eso derive en un bien para la humanidad.
Meta, solamente Meta, divulgó en abril que podría gastar hasta 72 mil millones de dólares en inversiones en este 2025 para detonar proyectos de IA y los centros de datos utilizados para entrenar y ejecutar sus modelos.
Alphabet, propietaria de Google, y Microsoft, apuestan otro tanto cada una, individualmente. Amazon Web Services y Oracle ya invirtieron cifras similares.
Ayer me provocó ternura un empresario mexicano que dijo que el país aspira a atraer inversiones por unos 9 mil millones de dólares relacionadas con centros de datos.
No dudo que llegue eso y poco más. Pero en ese mismo evento del Consejo Coordinador Empresarial organizado junto con Nvidia (la empresa más valiosa del mundo), los locales vaticinaron que con ese esfuerzo, México se ubicaría a la vanguardia de la inteligencia artificial.
Vaya ingenuidad esa aspiración de atraer inversiones relativamente pequeñas con dinero ajeno para sacar boleto de primera clase en el avión de la tecnología.
Más allá de lo que haga o no el gobierno, impacta el nivel de los empresarios nacionales, acostumbrados a arriesgar poco y ganar mucho. Eso fue posible cuando las concesiones fueron distribuidas, pero hace tiempo que los mexicanos repartieron la tele, el cable telefónico, las minas y el ferrocarril, que crearon fortunas.
Hoy lo que valen no son las piedras ni los cables, sino los cerebros humanos y los artificiales.
Zuckerberg paga 72 mil millones de dólares por entrar a la mesa en la que se repartirá el resto del siglo. Como en el futbol profesional, él entrega cheques individuales de 100 millones de dólares para contratar a personas capaces de llevarlo a su meta de obtener la AGI. Tiene prisa, compite con los Bezos y los Musk. También con China y Corea del Sur.
Todos construyen ciudades para cambiar el mundo, como la que construyeron los holandeses y luego tomaron los ingleses para crear una Nueva York.
Si México quiere un pedazo del nuevo mundo debe preparar a miles de personas capaces de comprenderlo. Debe cambiar las universidades y las preparatorias, las que dicho sea de paso, están a punto de ser reestructuradas, de acuerdo con lo presentado esta semana en Palacio Nacional bajo el nombre del “Programa de Bachillerato General”. Ya veremos si funciona.
Lo que no va a funcionar es rogar por inversiones de IA y aspirar a que eso lleve a México a su eventual prosperidad. Ya lo intentamos con la manufactura y no funcionó.
Las empresarias y los empresarios nacionales deben arriesgar mucho de su tiempo y su propio dinero para innovar. Es el camino. No hay otro.