Columnita Pibil

Mala guía para ver carreras de Checo Pérez

¿Cómo? ¿México perderá a su único piloto en la mayor competencia de carreras? Afortunadamente no.

Escribo desde la sorpresa, no desde el conocimiento profundo. Confieso que soy aficionado reciente a la Fórmula 1. Muy reciente.

Es casi un tributo al esnobismo. Esa cosa, pensé siempre, es un deporte de actividad monótona que solo dicen disfrutar los ricos frívolos y poco interesantes.

Pero caí en sus redes y la culpa es del drama. Porque el año pasado Checo Pérez estuvo a punto de quedarse afuera de esa competencia, nadie quería contratarlo para 2021. Esa circunstancia funcionó como carnada a la perfección. ¿Cómo? ¿México perderá a su único piloto en la mayor competencia de carreras?

Como si ese treintañero tapatío fuese responsable de llenar mi despensa, seguí el caso semana a semana. Pobre Checo, se va a quedar sin chamba. ¿Qué hacemos?

Pensé en lo que se perdería. Alguna vez recorrí los pits durante la tarde de un día de prácticas de El Gran Premio de la Ciudad de México. Lo hice en cumplimiento de un compromiso laboral.

Pude ver la asepsia de estos talleres a la que definitivamente deben aspirar las clínicas del IMSS. Si puedo perder horas paseando la vista sobre los anaqueles del Home Depot o de un Autozone, pueden imaginar la satisfacción de ver herramientas cuyo uso sólo puedo imaginar y el cuidado que dan a esas llantas que dan sentido a la carrera y que mantienen cubiertas con cobijas eléctricas para que no les dé frío. Literalmente.

Eso es adicional a la comida sin límites en los salones portátiles de los equipos, al glamour de celebridades y modelos que representan ésta u otra marca. A la champaña y los viajes… a las cámaras que deben llenar la egoteca de los participantes.

Afortunadamente, Checo no perdió el trabajo.

Una carrera en tierra árabe selló su destino cuando montado en un coche rosa, cruzó la meta en primer lugar por primera vez.

Entonces cayó el mexicano… para arriba. De último minuto lo contrató Red Bull, el único equipo cuyos dos autos con motores Honda, pueden dar batalla a la dupla de Valteri Bottas y Lewis Hamilton que en la pista son un par de fantasmas negros que portan el logotipo de Mercedes Benz.

Terminado el drama y leídas las notas respectivas, parecía acabar al menos para mí, el magnetismo de los circuitos, pero entonces ocurrió. En el centro de la pantalla de la sala en donde solemos ver lo que ofrece Netflix, apareció un texto montado sobre la imagen de uno de estos automóviles que parecen llorar: Formula 1, Drive to Survive.

Ayudado por la paz de las fiestas del fin de un año para olvidar, mi computadora y esa serie se convirtieron en mis amigos temporales. A donde iba, veía un capítulo y el siguiente... y para la primavera ya estaba yo con la piel erizada en ese capítulo nueve de la temporada tres. Mi destino fue marcado.

Ahora puedo contarles de esos 20 tipos de instinto microbusero, pero modulado con forma de caballero. No toleran ser rebasados y toda su existencia los llama al ataque, pero ceden la cortesía cuando el de al lado les ganó una curva. Algunos de ellos vienen de la calle.

Si bien figuran nombres de padres adinerados, como el español Carlos Sainz, también defiende su orgullo el mismo campeón Hamilton, hijo de un hombre que debía cumplir con tres jornadas laborales para dar curso al sueño de su vástago, quien además, enfrentó siempre racistas batallas verbales contra otros competidores en un deporte usualmente practicado por blancos.

También, de Max Verstappen, el nuevo compañero de Pérez, un holandés que probablemente en otro universo podría jugar el rol de un francotirador, quien en éste, maltrató al francés Esteban Ocón por hacerle perder una carrera como consecuencia de una pifia.

Son 10 equipos y cada uno tiene a dos pilotos. Eso provoca la existencia de parejas uniformadas que son mal llamados “coequiperos”. Nada de eso, en este juego el primer adversario es el que comparte sus armas.

Ambos se dividen mecánicos y equipo técnico que a veces resulta más relevante que el piloto. Mejoran el coche cada año, sin revelar secretos tecnológicos. Lo ajustan hasta unos minutos antes de la carrera y durante la misma, indican al piloto qué botones presionar en esa suerte de “menú” que porta en el volante.

Ellos deciden qué llantas montar al coche en cada momento. Las rojas blandas, de mejor agarre en curvas aunque no duren, o las blancas duras, que vuelan en las rectas… las amarillas intermedias pueden servir este domingo en Barcelona, aunque siempre están disponibles también, unas para pavimento mojado. Cuando llueve, el terreno se nivela y hasta los pobres de Hass o Williams tienen una oportunidad de subir al podio.

Hay varias luchas en marcha. El sexto es un triunfo para quienes saben que no rebasarán a Mercedes. El lugar 10 es apreciado por el hecho de que en una carrera es el último que da puntos.

Si un trompetista puede hacer decenas de sonidos y cambiar la escena con solo tres botones, imaginen la cantidad de opciones que tienen mecánicos y piloto en cada carrera en donde controlan mil.

Pero esto lo cuenta un villamelón. Un aprendiz de aficionado a la Formula 1 que ahora también debe madrugar en fin de semana y acostumbrarse a un tipo de botana insospechado. ¿Café y hot cakes en donde suele haber cerveza y guacamole? La culpa la tiene el drama.

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