Una de las cosas que siempre busca el hombre es el poder y sus satisfactores, esa sensación de autoafirmación al ejercer control sobre otros, la cual se puede observar en todas las relaciones humanas, desde las familiares y más cercanas hasta las que ocurren en grandes comunidades. El poder, cuando se mal entiende, siempre busca el beneficio personal en lugar del bien común.
Hay una forma de poder que ha demostrado ser muy efectiva para manipular a la sociedad: la información. Que siempre se mueve en dos vías, el acceso de la ciudadanía a información verídica y comprobable que le permita empoderarse para no ser manipulada, y la información que tiene un particular o grupo de poder sobre la ciudadanía y que le permita manipular a dichas personas. De hecho, todas las teorías de medios de comunicación masiva están basadas en cómo se puede controlar a una población por medio de los contenidos que consumen.
Con la llegada de las plataformas de redes sociales y los teléfonos inteligentes, la posibilidad de adquirir información sobre la población ha alcanzado nuevas escalas que hace diez años parecían inimaginables. Hoy en día, prácticamente toda tu actividad online y mucha de la offline es registrada, clasificada y analizada con algoritmos, por las empresas y gobiernos que proveen servicios como: redes sociales, sitios web, aplicaciones, software, hardware, y prácticamente cualquier cosa relacionada con tecnología digital.
Esto se hace de diversas formas como son: las famosas “cookies” que generan perfiles y rastrean la actividad de los usuarios; los navegadores web que tienen acceso a tus búsquedas y actividad online; diferentes redes sociales que tienen acceso a tus fotos, relaciones, gustos y preferencias. Aparatos como “Alexa” de Amazon, tu computadora o tu celular inteligente que pueden ver y escuchar lo que haces, además de que también tienen acceso a tus fotos y conversaciones. A esto podríamos agregar muchas de las aplicaciones que tienes en tus dispositivos que también conocen tu actividad.
Toda esa enorme cantidad de información que todos generamos a diario es analizada por algoritmos cada vez más complejos, que buscan conocernos mejor e incluso predecir lo que vamos a hacer, todo para venderte mejor. El riesgo de que nuestra libertad se vea limitada por los intereses de alguien con acceso a nuestra información es enorme.
Pero los que verdaderamente tienen el mayor problema son nuestros niños. Las generaciones nacidas en la era de las redes sociales han sido analizadas por algoritmos desde su nacimiento, las plataformas tienen acceso a las fotos que publican sus padres desde sus primeros momentos de vida, saben quiénes son sus familiares y amigos, dónde viven, qué les gusta hacer, dónde estudian, qué contenidos e influencers consumen, etc.
La gran pregunta es ¿cómo evitamos que esta generación tan profundamente analizada por algoritmos sea manipulada? Y la respuesta es muy clara, se les debe informar, se les debe hacer consientes de esta realidad que enfrentan para que cuiden más sus decisiones, pero sobre todo, la sociedad debe exigir que se regule a las empresas y gobiernos que tienen acceso a toda esta información para que no se use en beneficio de unos pocos. Los primeros avances en este tema se han dado principalmente en Europa, donde se comienza a limitar la capacidad de las empresas para levantar y comerciar con la información de los usuarios.
El escritor Andrew Lewis hizo una aseveración muy contundente al referirse a la enorme adicción a usar redes sociales: “Si no estás pagando por algo, entonces no eres el cliente, eres el producto que se está vendiendo”.