Cuando Donald Trump volvió a imponer aranceles comerciales a China, pocas empresas reaccionaron tan rápidamente como Apple. Otras compañías tecnológicas importantes también se ajustaron, pero ninguna con la velocidad y escala que Apple mostró desde el inicio. Esta vez, la jugada política vino acompañada de un matiz clave: eximir de aranceles ciertos productos electrónicos fundamentales, como smartphones y computadoras. Lo que a primera vista parecía una política proteccionista tradicional podría estar señalando algo mucho más estratégico: una invitación indirecta a Apple para trasladar su producción fuera de China, con India como destino preferencial.
Los nuevos aranceles imponen hasta un 20% adicional a productos chinos, pero dejan libres de impuestos electrónicos provenientes de India. Esta aparente contradicción no es casualidad. Apple, que históricamente fabrica la mayor parte de sus dispositivos en China, no ha tardado en redireccionar esfuerzos hacia India, con un objetivo claro: alcanzar el 25% de producción de iPhones allí para 2025, según proyecciones recientes.
India, por su parte, recibe con entusiasmo esta oportunidad. La iniciativa “Make in India” (la iniciativa oficial del gobierno indio para fomentar la manufactura local e inversiones extranjeras) busca posicionar al país como un centro mundial de manufactura, aprovechando estratégicamente el conflicto económico entre Estados Unidos y China. La llegada masiva de Apple significaría no solo prestigio, sino medio millón de empleos nuevos y un considerable impulso económico.
Pero, ¿puede India realmente tomar el relevo de China?
Las ventajas iniciales son claras: exención arancelaria, menor dependencia geopolítica de Beijing y un gobierno indio proactivo. Pero los desafíos técnicos son críticos y visibles desde ya. Según reportes del Financial Times, hasta el 50% de las carcasas producidas en India no cumplen con los estrictos estándares de calidad de Apple. Para solucionar estos problemas, Apple ha comenzado a invertir más agresivamente en capacitación, infraestructura local y controles más estrictos en su cadena de suministro. Sin embargo, gran parte de los componentes clave—como pantallas y procesadores—todavía provienen de China, generando costos adicionales y complicando la logística.
Trump puede estar beneficiando directamente a Apple con sus exenciones, aunque la Casa Blanca argumenta que la medida es temporal para facilitar la reubicación de producción hacia EE.UU. La realidad es otra: Apple no muestra signos de llevar sus grandes fábricas al territorio estadounidense; al contrario, busca soluciones más eficientes, económicas y políticamente convenientes como India o Vietnam.
Este panorama deja algunas preguntas abiertas. ¿Es esta una política realmente diseñada para proteger al consumidor estadounidense, como afirma Trump, o una jugada estratégica para favorecer a grandes empresas tecnológicas cercanas a su administración? Críticos como la senadora Elizabeth Warren han insinuado lo segundo, señalando posibles conflictos de interés, especialmente dados los vínculos históricos entre grandes corporaciones tecnológicas y ciertos sectores políticos en EE.UU.
Independientemente de las motivaciones políticas, Apple está aprovechando hábilmente la oportunidad. La empresa ya está transportando toneladas de iPhones desde India directamente a EE.UU., evitando así aranceles potencialmente devastadores para sus márgenes de ganancia y obligándola a aumentar precios, lo que podría reducir sus ventas y abrir la puerta a competidores como Samsung.
La implicación a largo plazo es clara: las cadenas de suministro globales están en plena transformación. China sigue siendo poderosa, pero ya no es indispensable. India emerge como un jugador central, aunque aún debe demostrar su capacidad para cumplir estándares globales de calidad y logística.
Los detalles revelan las grandes tendencias. Aquí, los detalles son aranceles, logística, calidad de producción y decisiones estratégicas tomadas a miles de kilómetros de distancia. Esta jugada de Trump y Apple puede parecer táctica, pero es profundamente estratégica: está redefiniendo silenciosamente la próxima etapa de la globalización tecnológica. En este contexto, una pregunta clave para reflexionar es: ¿dónde quedará México en este nuevo ajuste geopolítico?