En México, nuestra prensa ha terminado, en muchos casos convertida en una caravana de estupideces y banalidades; esa que debería ser contrapeso, conciencia crítica y voz de la verdad, ahora se reduce a nada. La prostitución del periodismo ya es una constante del diario: titulares vacíos, notas espurias y un apego enfermizo a los tópicos de moda. Mientras México se desangra todos los días por la violencia, ya normalizada, millones de mexicanos discuten, hasta tomárselo personal, quién fue eliminado en “La Casa de los Famosos”.
Es desgarrador, pero lo sorpréndete es cómo la ignorancia vende. Y la prensa, lejos de combatirla, la alimenta. Los medios masivos ya no están buscando informar, sino que buscan entretener a toda costa, aun a expensas de la verdad. Ya se vuelve más atractivo inflar un chisme de farándula que analizar a profundidad las cifras de homicidio, los abusos de poder o el fracaso de las instituciones de la Nación. La tragedia de nuestra patria se maquilla con estupideces e información banal, solo porque eso genera clicks y rating.
Lo más preocupante de todo esto es que la dinámica no es casualidad, pues es un negocio. La industria de la desinformación ha descubierto que manipular a las masas es más rentable que la exposición de la verdad. Al pueblo se le mantiene distraído, hiptnotizado por programas que alaban y enaltecen la mediocridad y la ignorancia. Y, mientras tanto, los grande problemas del país, la corrupción, la impunidad, la Delincuencia Organizada, la probreza, quedan marginados y pasan a segundo o tercer plano.
Otro síntoma profundamente grave de la prostitucion de la prensa se vive del diario en Palacio Nacional. Ahí, en lugar de periodistas críticos, que es lo que verdaderamente se necesita, vemos un grupo de cortesanos disfrazados de reporteros que hacen preguntas planeadas, diseñadas para complacer al poder. Lejos de cuestionar con firmeza al gobierno, se convierten en mascotas del Ejecutivo, aplauden los discursos falaces y cínicos de los más altos niveles del poder.
Algunos de estos “periodistas” hasta famosos se han vuelto. ¿No les suena el nombre, por ejemplo, de “Lord Molécula”? ¿Qué tal EPIGMENIO IBARRA? Estos cortesanos no cumplen con la misión de informar, sino con la tarea de lamer las botas y legitimar al régimen autoritario. Solo vemos preguntas queda bien, sin rigor, sin investigación, y que contribuyen a apoyar al gobierno que controla la narrativa y, así, la verdad queda secuestrada. Eso también es prostitución.
Ahora, sería muy injusto no reconocer que aún existen periodistas de vocación, profesionales que arriesgan su vida y seguridad para abrir los ojos de los mexicanos. Verdaderos periodistas que investigan la corrupción, que denuncian los abusos de poder, que ponen en evidencia la podredumbre de las instituciones. Muchos de estos verdaderos periodistas, incluso, parte de este medio de comunicación en el que me honro en redactar. Pero estos son los menos. Su voz queda ahogada entre la avalancha de desinformación y espectáculo. Y, peor aún, muchas vece son perseguidos, silenciados, amenazados o ridiculizados por aquellos que deberían defenderlos.
Esa prensa, valiente, es la que en verdad honra la profesión. La que entiende que el periodismo no es entretenimiento, sino servicio, libertad de expresión, Derecho Humano. La que sabe que cada palabra publicada puede cambiar el pensamiento de millares de personas o terminar con las cadenas de ignorancia.
No nos engañemos, un pueblo que se informa con espectáculos y que habla más sobre NINEL CONDE y FACUNDO que sobre las injusticias que se perpetúan en nuestro país, es un pueblo fácil de manipular. Un país en el que se siguen las estupideces y debaten apasionadamente sobre romances de celebridades, pero se normaliza la violencia, es un país condenado a vivir en tragedia. Los medios han contribuido a crear una sociedad más hipnotizada que consciente, más distraída que informada.
La prostitución de la prensa no solo degrada a los medios, sino también a la democracia, a la protección de nuestros valores fundamentales. Sin periodismo crítico no hay contrapeso y, sin contrapeso, el poder se convierte en tiranía, tal y como ahora sucede.
Urge recuperar el sentido de la profesión. No podemos seguir premiando a esos lambiscones que maquillan cifras, ni a los mercenarios de la noticia que viven del escándalo barato. Necesitamos rescatar el periodismo que incomoda, que desnuda la verdad, que se atreve a decir lo que otros callan.
De lo contrario, México seguirá atrapado en un círculo perverso: gobernantes que desinforman, medios que prostituyen la verdad y ciudadanos que prefieren ignorar la realidad. Y, así, el país seguirá hundiéndose mientras la televisión celebra el triunfo de un supuesto “famoso”.