Maestra Bertha María Alcalde Luján.
C. Fiscal General de Justicia de la Ciudad de México.
No puedo sino iniciar esta columna y aprovechar este espacio para reconocer que usted asumió recientemente el enorme reto de encabezar una institución profundamente desgastada, desacreditada y con décadas de deuda hacia las víctimas del delito. Sería ingenuo, incluso injusto, esperar que en unos cuantos meses usted corrija toda la podredumbre institucional que se ha generado durante años; pero lo que sí es posible, y urgente, es que analice usted con precisión los casos en los que la impunidad continúa latente.
Le comparto uno de ellos: no porque sea el único, sino porque lo conozco de primera mano, lo represento jurídicamente y me duele profundamente. Se trata de una joven víctima de violencia familiar, económica, emocional y sexual generada por su propio padre.
Una víctima que ha hecho todo lo que el sistema le exige (denunció, ratificó, amplió, aportó datos de prueba, solicitó medidas de protección, entre otras cosas), pero lo que ha recibido a cambio es lo que tantas otras mujeres mexicanas siguen padeciendo: el silencio de la autoridad ministerial.
Me refiero a la carpeta de investigación CI-FIDCANNA- UIA-6/130/05/2023, radicada ante la licenciada Claudia Elizabeth Coahuilas Estrada, agente del Ministerio Público adscrita a la Unidad de Investigación A-6 de la Fiscalía de Investigación de Delitos Cometidos en Agravio de Niñas, Niños y Adolescentes de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, quien ha sido constantemente omisa en determinar y ejercer la acción penal.
Desde hace más de once meses se concluyeron los actos de investigación necesarios y, pese a la insistencia formal y reiterada, no ha emitido resolución alguna. Cinco solicitudes formales, todas respetuosas y jurídicamente fundadas, mismas que si bien han sido contestadas, no han tenido un resultado determinante, más que el de “patear” el asunto y hacer tiempo.
Pero hay algo aún más grave, maestra Alcalde: la carpeta de investigación antes mencionada generó un desglose por hechos de carácter sexual, que se radicó en la Fiscalía de Investigación de Delitos Sexuales de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, siendo que no ha tenido avance alguno desde que se inició y que lo último que se nos informó es que ni siquiera cuenta con Ministerio Público asignado.
¿Puede imaginar usted lo que eso significa para una víctima que narró hechos profundamente dolorosos, con nombre y rostro, y que, tras exhibirse y verse vulnerada en su esfera más íntima, descubre que su carpeta de investigación no tiene quien investigue?
Las Fiscalías Especializadas fueron creadas no solo para atender, sino para proteger. No son oficinas de trámite. Pero cuando esas fiscalías operan con apatía, sin debida diligencia, de manera omisiva y con negligencia, se convierten en un segundo agresor.
Yo sé, H. Fiscal General, que usted no tiene la capacidad física para estar en todos lados. Sé también que su compromiso con los derechos humanos, con el principio de legalidad y con la justicia no se trata de un discurso vacío, sino de una convicción real.
Por eso le hablo hoy con el respeto que usted se merece, pero también con la calidad moral y firmeza de alguien que ha dedicado toda la vida a la defensa de la ley, para decirle: los casos como este deben dejar de depender del azar, del carácter de quien los recibe o del estado de ánimo del agente del Ministerio Público que los lleva, de manera que no se continúe con actitudes como aquellas propias de la licenciada Claudia Elizabeth Coahuilas Estrada.
Este no es un llamado político. Esta es una petición humana: por favor, maestra Alcalde Luján, revise este y otros casos similares. Haga saber a su equipo que esta nueva Fiscalía que usted encabeza no puede seguir tolerando servidores públicos que ignoran a las víctimas, que no llevan a cabo los actos de investigación procedentes y que, aún teniendo carpetas de investigación completamente integradas, no las determinan, simple y llanamente, porque no quieren.
Usted tiene que cargar con la herencia de sus antecesores, pero sí puede, y debe poner orden.