En mi columna anterior hablé sobre la metamorfosis del crimen organizado y cómo la guerra de Trump contra los carteles hará que repiensen seguir exportando drogas a EU en las cantidades actuales. Hoy, a esta “metamorfosis” agrego un eslabón más. En México, el ganado no es solo símbolo de la vida rural. Para el crimen organizado se ha convertido en un instrumento financiero y un vehículo más para lavar dinero y expandir su control territorial. Mientras los reflectores se concentran en drogas, armas o gasolina robada, el negocio ganadero se ha vuelto una de las lavanderías más discretas y efectivas del narco.
En Nicaragua, Honduras y Guatemala se crían reses en condiciones irregulares. Aquí entra en escena el eslabón más frágil: los pequeños productores. Campesinos que apenas sobreviven con unas cuantas vacas se ven tentados por intermediarios que llegan con dinero en efectivo. Para quienes viven sin acceso a créditos o mercados formales, ese pago inmediato puede ser la diferencia entre subsistir o quebrar. Sin papeles, sin preguntas, sin facturas, esas ventas se convierten en la primera pieza de un engranaje criminal.
Los intermediarios concentran esas reses dispersas, las mueven por rutas ilegales hacia México y, ya en el país, las “legalizan” con aretes falsificados y certificados sanitarios comprados en el mercado negro. Un arete legal cuesta 40 o 50 pesos, pero uno ilegal puede venderse hasta en mil. Con ese paso burocrático, una vaca que salió sin registro de una aldea en Nicaragua aparece en Chiapas como si hubiera nacido en un rancho formal. El dinero ilícito, que pudo originarse en drogas o extorsión, sale limpio en forma de ganancias ganaderas.
Para un cártel, comprar reses en efectivo, moverlas de frontera y “legalizarlas” con papeles falsos es menos arriesgado que introducir dólares a un banco o usar empresas fantasmas.
Pero lo que parece una actividad inofensiva encierra costos ocultos que rara vez se discuten. El primero es sanitario. La entrada de ganado sin controles facilitó en 2023 la reaparición en México del gusano barrenador, un parásito que había sido erradicado hace décadas gracias a campañas internacionales. Este insecto, que literalmente devora la carne viva de reses y otros animales, representa un riesgo no solo para la ganadería, sino también para la salud humana. Lo que llegó como contrabando disfrazado de negocio terminó abriendo la puerta a una amenaza biológica que pone en jaque a productores y sistemas de sanidad. De hecho, causó que el gobierno norteamericano haya suspendido la importación de ganado mexicano.
El segundo costo es ambiental. Para engordar las reses que luego se trafican a México, organizaciones criminales han devastado reservas naturales en Centroamérica. Selvas en Honduras y Guatemala, antes refugio de especies únicas, hoy se convierten en pastizales ilegales. La tala clandestina y la ganadería ilegal alimentan el círculo vicioso.
El tercer costo es económico. Los productores legítimos enfrentan una competencia desleal. ¿Cómo puede competir un pequeño ganadero mexicano que cumple con las normas sanitarias y paga impuestos contra un cártel que introduce reses sin costo regulatorio, falsifica documentos y controla la cadena de distribución? El resultado es un mercado distorsionado que castiga a quien cumple y premia a quien viola la ley. La respuesta apunta a un sistema de vigilancia frágil. Las aduanas del sur del país están rebasadas, los inspectores de sanidad sin recursos, son fácilmente corrompidos y los sistemas de trazabilidad pecuaria, aunque existen en papel, se vulneran con un arete falso. Una res que entra al país sin papeles termina obteniendo una identidad oficial tan legítima como la de cualquier productor formal.
Al crimen organizado le basta con entender la lógica de los mercados. Hoy agregan a las vacas, a los ya existentes limones, aguacates, tiempos compartidos y conciertos musicales. El denominador común es siempre el mismo, usar sectores legítimos para transformar dinero ilegal en ganancias legales. Esta es otra forma de cómo los cárteles diversifican su portafolio económico.
Frenar el lavado con ganado implica coordinar aduanas, sanidad animal, autoridades ambientales y policías. Implica también cooperación regional con Centroamérica. Sobre todo, implica reconocer que el crimen organizado ya no solo controla territorios de droga, sino cadenas completas de producción y consumo. ¿Tendrá razón Trump en decir que México está controlado por el crimen organizado?