Mitos y Mentadas

Harvard y su muro de engaño y arrogancia

Harvard es una institución de poder, una máquina de influencia global y un refugio de privilegio y arrogancia

Independientemente de lo que se piense sobre las medidas que está tomando Trump en contra de la Universidad de Harvard, hay una verdad innegable: Harvard es una institución de poder, una máquina de influencia global y un refugio de privilegio y arrogancia. Con una reserva financiera que supera los 53 mil millones de dólares –y aun así solicita fondos públicos–, y una red de egresados en posiciones clave en gobiernos, corporaciones y medios de comunicación, Harvard se ha comportado durante décadas como una entidad prácticamente intocable. Hasta ahora.

Tan blindada ha estado frente a la rendición de cuentas que no había retirado la titularidad a ningún profesor desde 1940. Esto cambió recientemente tras las revelaciones sobre la profesora Francesca Gino, acusada desde el 2021 de falsificar datos en múltiples artículos académicos y a quien recién se le retiró (en mayo de este año) el tenure. Este no es un caso aislado. En 2023, Cedric Lodge, director de la morgue de la Escuela de Medicina, fue acusado de robar y vender restos humanos en el mercado negro durante años. Estos ejemplos, todos documentados, reflejan un patrón más amplio de opacidad, elitismo y desconexión con las exigencias éticas que deberían regir a una institución académica de ese calibre. En su afán por proteger su prestigio, Harvard ha demostrado que está dispuesta a ignorar la verdad. Lo digo no por especulación, sino como testigo directo.

Hace algunos años, identifiqué falsedades graves en el libro Why Nations Fail, del exprofesor de Harvard, James A. Robinson y Daron Acemoğlu de MIT. La obra, distribuida mundialmente, contenía acusaciones y afirmaciones que ya habían sido refutadas por tribunales seis años antes de su publicación. Envié cartas formales a Harvard con evidencia clara, sustentada en documentos oficiales y datos verificables. Incluso propuse un debate público como gesto de apertura académica. La respuesta fue el cinismo: proteger la imagen institucional de Harvard y a uno de sus autores estrella era más importante que decir la verdad, aunque eso implicara desprestigiar a terceros e ignorar sentencias judiciales firmes.

La diferencia con Penguin Random House fue notable. A la editorial que publicó el libro, le envié exactamente la misma documentación. La editorial revisó con seriedad los argumentos, corroboró la información, y finalmente modificó la redacción del libro en ediciones posteriores. Eso no es un gesto menor. Una editorial internacional no cambia un best-seller global por cortesía, lo hace cuando la evidencia es tan contundente que no deja lugar para dudas.

Cuando exploré la posibilidad de insistir formalmente ante Harvard, abogados, periodistas y expertos del mundo editorial, me advirtieron que era una pérdida de tiempo. Me dijeron que Harvard no me haría caso a menos que contratara abogados de primer nivel y, aun así, sus recursos eran tan grandes que simplemente aplastarían cualquier intento por hacerlos rectificar. La mayoría asumía que enfrentarse a Harvard era imposible. Que el sistema estaba diseñado para protegerlos a ellos, no para escuchar a quienes los contradicen, por muy sólidos que sean sus argumentos.

No se trataba de un simple desacuerdo editorial. Uno de los casos que documenté involucraba la acusación que Carlos Slim y sus empresas habían violado un contrato de CompUSA en EU y que Slim fue multado y tuvo que pagar 454 millones de dólares. Eso era mentira. Y digo mentira, que no falsedad, porque tanto la Corte de Apelaciones como la Corte Suprema de Texas desestimaron categóricamente ese juicio en 2004 y 2006. A pesar de eso, seis años después, o sea en el 2012 el libro Why Nations Fail lo presentó como un hecho válido. Necesitaban defender esta mentira para sustentar su teoría de porque fracasan los países. Harvard, enterada de las sentencias, prefirió mirar hacia otro lado.

Otro ejemplo es más personal: Robinson, Acemoğlu y Harvard pusieron en duda mi integridad al cuestionar la privatización de Telmex, proceso que lideré directamente. Afirmaron que Carlos Slim no había hecho la oferta más alta, pero que de todos modos se le adjudicó la empresa. Además, omiten convenientemente, decir que la oferta fue presentada por Slim, South Western Bell y France Telecom. Esa afirmación no solo es falsa, es una acusación directa contra mi labor como servidor público en un proceso que fue revisado, auditado y aprobado. Presenté todos los documentos que demostraban la transparencia del caso. Solicité presentar mi versión de los hechos ante estudiantes de Harvard y debatir directamente con el profesor Robinson. Me negaron ambas cosas. En lugar de fomentar el debate, eligieron el silencio. En lugar de corregir errores, eligieron proteger su narrativa. Esa es la arrogancia disfrazada de academia. En cambio, Penguin Random House, reconoció y cambio la redacción.

Harvard me envió su correspondencia bajo la etiqueta de “Personal y Confidencial”, como si una universidad que se enorgullece de llevar “Veritas” como lema pudiera manejar falsedades públicas en lo privado. Mi respuesta fue clara: no solo se trata de una cuestión personal, sino de un tema de interés público que afecta la credibilidad de figuras y de instituciones en México y en el extranjero y como tal toda comunicación debe ser pública.

El patrón es claro: Harvard actúa solo cuando el escándalo amenaza su imagen pública. Ahí está el caso reciente que ellos mismos admitieron. Desde 2010, había señales claras de antisemitismo en el campus. No hicieron nada. Tuvieron que pasar más de 10 años y que llegara Trump para que finalmente reconocieran lo que muchos denunciaban desde hace tiempo.

¿Qué puede hacer una persona común y corriente frente a una institución como Harvard? Muy poco. No tiene acceso a medios, no tiene una red de poder detrás, y mucho menos los recursos para contratar abogados para defender su nombre ante una maquinaria con miles de millones de dólares. Esa desigualdad estructural convierte a Harvard no solo en juez y parte, sino también en verdugo. Ahora que aparece alguien más poderoso que ellos, como Trump, Harvard entra en pánico.

Cuando Harvard decide defender una mentira, ni evidencias, sentencias judiciales, ni la integridad de las personas detienen su narrativa. Es una institución atrincherada tras un muro de arrogancia y blindada por el dinero y sus contactos.

Ojalá que este momento de escrutinio público para Harvard, en el que han salido a la luz verdades incómodas, también anime a más personas a denunciar abusos similares, silenciados durante años por la autoridad y el prestigio mal entendido. Harvard debe rendir cuentas.

*Si quiere usted más detalles entre a harvardlies.com y @jaquerogozinski.

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