Mitos y Mentadas

El chivo de Trump

Se amplifica el problema, luego se presenta una solución, y finalmente se capitaliza el contraste emocional entre el caos y el alivio. Lo esencial no es cambiar la realidad.

Hay una antigua historia del folclore judío que, lejos de ser solo una fábula espiritual, encierra una lección precisa sobre cómo el poder puede manipular no solo la realidad, sino nuestra percepción de esa realidad. La historia cuenta que un hombre agobiado por el caos en su pequeña casa repleta de familiares acude desesperado a su rabino. La convivencia es insoportable, le dice. El rabino, tras escucharlo con atención, le da un consejo desconcertante: —Mete un chivo en tu casa—.

El hombre, aunque sorprendido, inmediatamente atiende la sugerencia y mete un chivo a su casa. En pocos días, el chivo ensucia, rompe cosas, desquicia a todos. La tensión y el mal olor es insoportable. Regresa desesperado a ver al rabino y le dice que su consejo no funciono. Ahora el rabino le dice: —Saca al chivo—. Al hacerlo, el mismo entorno que antes era asfixiante le parece ahora pacífico, casi placentero. Nada ha cambiado en lo sustancial, salvo el marco mental con el que percibe su situación. Eso es lo que cambia todo.

Esta estrategia, crear artificialmente una crisis para luego ofrecer una solución que revaloriza lo que antes era inaceptable, no es solo un recurso narrativo: es una táctica política poderosa. Pocos la han utilizado con tanta frecuencia como Trump.

Hace unos meses, el mundo parecía al borde del colapso económico. Trump anunció aranceles llegando a 145% a productos chinos. El resto del mundo incluyendo a México y Canadá, también fueron blanco. Los medios hablaron de una guerra comercial sin precedentes. Las bolsas cayeron, los gobiernos se preparaban para represalias. El pánico era generalizado. Los chivos habían entrado a la casa.

Pero pronto, Trump comenzó a sacar uno por uno los chivos. Negoció reducciones parciales, otorgó exenciones, acordó plazos. Lo que antes parecía una medida irracional, ahora se leía como parte de una estrategia de presión. La narrativa cambió: del apocalipsis al posible acuerdo. Los mercados se recuperaron, y los medios celebraron parcialmente la decisión.

Este patrón no es improvisado. Es una forma deliberada de manipular el marco de referencia del público (framing). Primero se amplifica el problema, luego se presenta una solución, y finalmente se capitaliza el contraste emocional entre el caos y el alivio. Lo esencial no es cambiar la realidad, sino cambiar con qué la comparamos.

Esta táctica tiene antecedentes históricos. En 1971, Richard Nixon enfrentaba déficits crecientes, inflación y pérdida de reservas de oro. En lugar de asumir la responsabilidad interna, Nixon presentó el problema como un abuso externo: otros países estaban especulando contra el dólar y aprovechándose del sistema de Bretton Woods. Nixon anunció medidas de “emergencia”: suspendió la convertibilidad del dólar en oro, congeló los precios y salarios, e impuso controles. Había metido el chivo. El caos monetario fue amplificado para justificar un viraje sin precedentes. Los expertos y medios anunciaban la caída de la confianza en el dólar y en EU.

Semanas después, retiró los controles, permitió que el dólar flotara libremente, y presentó la nueva etapa como una victoria de soberanía económica. La crisis que él había dramatizado quedó atrás, y el fin del patrón oro, una decisión histórica y unilateral, fue percibido por muchos como una solución patriótica a una amenaza externa. El truco funcionó; las predicciones de los “expertos” y medios no se materializaron. La confianza en los Estados Unidos no disminuyó y el dólar siguió siendo la moneda hegemónica.

Trump ha replicado esta fórmula no solo en comercio, sino en migración, política exterior, y hasta comunicación institucional. Declara una “invasión” en la frontera, anuncia redadas masivas, luego suaviza la operación. Amenaza con bombardeos o sanciones extremas, luego negocia treguas parciales. El patrón es el mismo: construir –o exagerar– el problema, controlar su narrativa, y luego ofrecer una salida que parece razonable solo porque el caos fue extremo.

En tiempos de sobreinformación y ansiedad social, esta táctica es eficaz. Los algoritmos amplifican el miedo; los medios lo reproducen; los votantes, agotados, celebran cualquier regreso al orden. Como en la historia del rabino, ya no importa quién metió el chivo, sino quién lo sacó.

Mientras funcione, seguirá siendo usado. Porque, como bien sabía el rabino, después del caos, hasta lo mediocre puede parecer armonía. El poder más eficaz no es el que resuelve problemas, sino el que convence a la gente de que los resolvió, aunque él mismo los haya creado.

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