Mitos y Mentadas

Estados Unidos: adicto global al consumo

No hablamos aquí de un simple apetito comercial, sino de una adicción estructural, casi existencial.

En el mundo de hoy, donde miles están pegados a pantallas de los televisores y celulares esperando la próxima oferta de Amazon o la siguiente catástrofe bursátil, hay una constante que no cambia: Estados Unidos sigue siendo el consumidor empedernido del planeta. Y no hablamos aquí de un simple apetito comercial, sino de una adicción estructural, casi existencial.

El contraste cultural con el resto del mundo es brutal. En Alemania, Suiza o los países nórdicos, por ejemplo, —donde hasta la basura se recicla— se privilegia la durabilidad, la calidad, la trazabilidad y el impacto ambiental de lo que se compra. Comprar por impulso es casi una falta moral. En Asia, los patrones son distintos, pero también exigentes. En Japón, por ejemplo, el consumo está marcado por la búsqueda de eficiencia, estética y armonía. Desde un electrodoméstico hasta un empaque, se espera precisión y perfección. Corea del Sur ha desarrollado una cultura de consumo urbano, tecnológica y sofisticada, que ha servido de plataforma para marcas globales como Samsung o Hyundai. China, con una clase media emergente, muestra una tendencia creciente hacia el consumo, pero aún guiada por altos niveles de ahorro.

En contraste, el consumidor estadounidense opera bajo una lógica expansiva. Se compra más, se compra rápido y se acumula sin mayor culpa. ¿El criterio rector? El precio, por supuesto. La cultura del descuento y el crédito fácil, “compre ahora, pague a 60 meses” refuerzan este comportamiento. A eso se suma un elemento estructural: el espacio. Mientras en Tokio una familia puede vivir en 60 metros cuadrados, en Houston eso apenas alcanza para el garaje. Las casas en Estados Unidos son amplias, muchas veces absurdamente amplias. El espacio vacío, como bien saben los neurocientíficos del “retail”, genera ansiedad... y esa ansiedad se calma comprando. Y para ayudar, los comerciales en nuestras pantallas 24 horas al día.

El resultado no es solo un estilo de vida, sino una lógica geoeconómica: Estados Unidos es, literalmente, el basurero del exceso productivo del mundo. Lo que Europa rechaza por regulaciones o proteccionismo para sus trabajadores, o Asia, por estándares, encuentra su último destino en los estantes norteamericanos. Desde textiles hasta electrónicos, pasando por alimentos procesados, el consumidor estadounidense actúa como válvula de escape de la producción global.

Datos recientes ilustran con precisión este fenómeno. En 2022, Estados Unidos tenía una población de aproximadamente 334 millones de personas, lo que representa el 4.2 por ciento de la población mundial. Ese mismo año, según el Banco Mundial, su PIB nominal fue de 25.46 billones de dólares, equivalente a alrededor del 25 por ciento del PIB global. Sin embargo, su consumo privado fue de 17.5 billones de dólares, de un consumo global de 55.97 billones, que equivale al 31.3 por ciento del consumo mundial, de acuerdo con datos de Macrotrends.

Por eso se considera a EU como el “consumidor de última instancia”. Aunque economías como China han crecido mucho, ni sus ciudadanos ni sus estructuras están diseñadas para reemplazar ese rol. El consumo interno en China representa el 40 por ciento de su PIB, frente a 68 por ciento en Estados Unidos. A ello se suma una elevada tasa de ahorro y una orientación productiva basada en la exportación.

Tampoco Europa ni el resto de Asia están en condiciones de asumir ese papel. Europa consume con mesura, protege sus mercados y enfrenta un crecimiento demográfico estancado. Asia, aunque diversa y en expansión, tiene estructuras culturales y económicas que no favorecen el sobreconsumo. De hecho, en muchos casos lo desalientan activamente. Incluso sumadas, estas regiones no tienen ni el perfil de consumo, ni el volumen, ni la apertura estructural que caracterizan al mercado estadounidense.

El consumidor estadounidense ha sido funcional —casi imprescindible— para que la maquinaria global no se detenga. Frente a este panorama, los norteamericanos siguen siendo insustituibles. Por esta razón, los países que actualmente están presionados por los aranceles de Trump, podrían optar por reducir sus aranceles y también las barreras no arancelarias para mantener acceso al mercado norteamericano. De cumplirse esto, la estrategia de Trump, al final del día, no sería de aislamiento, sino una táctica agresiva para lograr una mayor liberalización y así disminuir el déficit comercial de los Estados Unidos. Por supuesto, de ser este el resultado final, tardará.

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