Recientemente dos figuras influyentes en el debate de las ideas se refirieron a la crisis que sufre la Universidad de Harvard en Estados Unidos. Por un lado, el multimillonario gestor de fondos de cobertura, Bill Ackman, y por el otro, el prolífico autor y profesor de psicología, Steven Pinker, decidieron arriesgar su opinión sobre el tema. Aunque con diferentes puntos de vista, los dos se enfocan en lo que podríamos llamar la hiper-ideologización de la administración de la Universidad de Harvard que, de acuerdo con ellos, la ha llevado a establecer diversas medidas que discriminan a ciertos grupos sobre otros, lo que ha llevado a una disminución del nivel académico y a las recientes expresiones de antisemitismo en el campus.
El contexto en que estos comentarios ocurren es, por un lado, el conflicto palestino-israelí y, por el otro, la decisión de la administración Trump de quitarle presupuesto a la Universidad y cancelar el programa de estudiantes y visitantes extranjeros. La decisión de poner en riesgo que personas de otros países vayan a realizar actividades académicas a la Universidad de Harvard es la respuesta trumpista a la crisis de la que hablan Ackman y Pinker. Mientras Ackman le da la razón a Trump, Pinker se muestra escéptico de que el presidente de Estados Unidos tenga el interés de Harvard en mente. Es muy peligroso, sin duda, para la libertad de expresión, el hecho de que el gobierno estadounidense pretenda supervisar lo que potenciales estudiantes y académicos extranjeros, que buscan realizar actividades en universidades estadounidenses, escriben en las redes sociales. Si esto se concretara se trataría de un ataque artero contra el derecho a la privacidad. Esperemos que las cortes federales lo dejen claro.
Más allá de la opinión de estos pensadores, lo que debe estar fuera de duda es que las universidades en todo el mundo se encuentran en una crisis sin precedentes, incluyendo a las más antiguas, influyentes y meritorias.
¿Pero en qué consiste esta crisis? Podríamos decir que en el continuo socavamiento de la legitimidad de una tradición educativa que se remonta a la antigüedad grecorromana y que prosigue en el Renacimiento y la Ilustración, hasta nuestros días.
Las grandes ideas de excelentes filósofos, científicos y artistas que han creado y enriquecido nuestro archivo de conocimientos no llegan a los jóvenes de hoy en parte porque se aduce que ellos tenían determinados prejuicios propios de la época en que vivieron.
¿Pero tiene caso rechazar la Teoría de la Relatividad sólo porque Einstein era “blanco”?
Lo que pase en las universidades estadounidenses es importante para México, principalmente porque son el principal destino que escogen estudiantes mexicanos.
De tener éxito Trump, las universidades estadounidenses cerrarán sus puertas al talento del mundo. Sería una pérdida para ese país.
En cuanto a México, se hace urgente un debate sobre el rumbo futuro de nuestra educación superior. Parte de este debate será la necesidad de recuperar la tradición del pensamiento humanístico en que se fundan la civilización occidental y oriental. Leer a los clásicos sin prejuicios debe ser un derecho al igual que un privilegio para los estudiantes mexicanos. Hoy estamos lejos de ese ideal.