Hay una nueva causa por la que las emociones negativas entre la población mundial han ido alcanzando niveles más altos cada año.
La encuestadora Gallup comenzó en 2006 a rastrear los motivos de felicidad e infelicidad haciéndole preguntas a 150 mil personas de 140 países acerca de las satisfacciones e insatisfacciones en sus vidas.
Pobreza, comunidades divididas o enfrentadas, hambre, soledad y tener un trabajo rutinario son las causas más comunes de emociones negativas —como preocupaciones, nerviosismo, dolores físicos, tristeza y enojo— que padece entre el 39 y el 22 por ciento de la población mundial.
A ello nos referimos en nuestra colaboración de hace quince días.
Pero estamos ante una nueva causa de infelicidad que la humanidad no había conocido, y que explica mucho del acelerado esparcimiento de emociones asociadas a frustración, tristeza e ira, que van deteriorando la salud emocional del mundo.
Esa nueva enfermedad es la tiranía del mérito, uno de los temas que analizan con inteligencia y sensibilidad Thomas Piketty y Michael J. Sandel en un fascinante diálogo, cuya transcripción se publica en el libro Igualdad, ¿qué es y por qué importa?
Lectura muy recomendable para quienes piensan que el mayor de los problemas de México es la pobreza de más de la mitad de la población, y no las desigualdades que se originan y reproducen en el poder económico y político de los sectores encumbrados de la sociedad.
En ese libro, Piketty y Sandel afrontan las profundas divisiones que causan la desigual riqueza, el mal uso del poder público y la manera en que quienes concentran riqueza y poder justifican su estatus; su marco de referencia es Europa y Estados Unidos.
Los extremos de concentración de poder a los que se ha llegado en esas latitudes hacen que cualquier planteamiento encaminado a lograr una mayor igualdad y justicia sociales implique, dicen los autores, un profundo conflicto social y lucha política sin cuartel.
Lo estamos viviendo en México, a pesar del propósito de la 4T de cambiar sin violencia.
La tiranía del mérito, considera Sandel en su diálogo con Piketty, es, junto con la globalización y la financiarización, “el tercer pilar de la era neoliberal”.
Un pilar de orden mercantil y otro financiero, que son inclusive medibles, necesitan del tercero —intangible— de (des)valorización ética.
En su diálogo, Piketty y Sandel, francés el primero, estadounidense el segundo, destacan que durante el periodo neoliberal, desde los años 80 del siglo pasado hasta la actualidad, la fractura entre ganadores y perdedores no ha hecho más que ahondarse, “lo que está envenenando nuestra política y separándonos”.
Esa fractura tiene que ver, en parte, con las crecientes desigualdades de riqueza y renta, ¡y vaya que tiene que ver!; dice Bernie Sanders, aspirante a la pasada candidatura demócrata a la presidencia de Estados Unidos, que es una “increíble injusticia que el uno por ciento más rico en el país (el suyo) posea ahora más riqueza que el 93 por ciento más pobre”.
Pero no se trata solo de esas diferencias en riqueza e ingresos; hay un cambio de actitudes ante el éxito, un cambio que ha acompañado a ese aumento de las desigualdades, consistente en que las élites se han convencido de que su éxito es obra suya, propia de sus méritos y que, por consiguiente, se merecen la abundancia con la que el mercado les ha favorecido.
En contraparte, “se piensa que quienes se han quedado rezagados, quienes pasan dificultades, también se merecen su suerte”.
Entender así el éxito sería válido si se cumpliera el principio meritocrático de que todos tuvieran, verdaderamente, las mismas oportunidades; en esa condición irreal, los ganadores se merecerían todo lo que recibieran.
La realidad en los hechos es que “la meritocracia cultiva la arrogancia entre los ganadores y la humillación entre quienes se quedan atrás, a quienes se les repite, para convencerlos, que su fracaso, que sus problemas son culpa suya y de nadie más”.
Escuché a Ricardo Salinas Pliego argumentar que las diferencias entre ricos y pobres se explican porque los que tienen riqueza y poder hacen cosas porque son (algo que no especificó) y, al revés, razona Salinas, quien no tiene es porque no hace, porque no es.
El estancamiento salarial de los trabajadores o la precariedad de los empleos no serían problemas causados por las políticas económicas neoliberales, ahora “libertarias”, sino que se asocian a faltas de los trabajadores por no haber desarrollado nuevas habilidades.
De las observaciones de Sandel, Piketty concluye que “lo que distingue y hace tan brutal a la ideología contemporánea de la desigualdad es ese modo que tiene de ensalzar a los ganadores y culpar a los perdedores de su propia mala suerte, algo que no encontramos en los regímenes de desigualdad más antiguos”.
En esos regímenes del pasado, “la gente no trataba de hacer creer a nadie que los pobres se merecían su pobreza y que los ricos se merecían su riqueza.
Esto es exclusivo del régimen de desigualdad actual. Somete a mucha presión a las personas y tiene unas consecuencias concretas en la salud mental, además de provocar múltiples patologías sociales”.