Contracorriente

Malestar anímico del mundo

El acelerado crecimiento de la infelicidad indica inequívocamente que tiene orígenes de índole colectiva antes que personales.

Cada año, Gallup, empresa encuestadora y de análisis sobre múltiples temas socioeconómicos a nivel global, les pregunta a unas 150 mil personas de 140 países cómo se sienten y cuáles son sus emociones.

El resultado debería interesarles mucho a los políticos y a los gobiernos que, en su mayoría, no toman en cuenta el bienestar anímico de sus gobernados.

Y cada año cobra mayor importancia el tema, porque desde que en 2006 Gallup comenzó a rastrear la felicidad e infelicidad global, las emociones negativas han ido alcanzando niveles más altos cada año. Durante la última década, la infelicidad ha crecido más rápidamente.

En México todavía no se pueden ver tendencias a partir de la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado, que levantó el INEGI en 2021, ya que la de 2025 está en proceso.

Muchas cosas pueden hacer infelices a las personas; ciertas circunstancias generan causas de carácter personal y otras derivan del entorno social, nacional y hasta mundial.

A juicio de la directiva de Gallup, el aumento de la infelicidad global tiene cinco causas principales: pobreza, comunidades rotas, hambre, soledad y tener un trabajo rutinario.

Es sabido que la salud emocional se afecta más cuando causas como esas se atribuyen a la suerte personal, y se sufren como tales, aunque también tengan raíces en el entorno político y social.

Las actitudes de carácter de cada persona y el ambiente colectivo se entrecruzan, pero el acelerado crecimiento de la infelicidad indica inequívocamente que tiene orígenes de índole colectiva antes que personales.

En 2024, Gallup les preguntó a adultos de todo el mundo si habían experimentado alguna de cinco emociones negativas durante el día anterior; 39% —casi cuatro de cada diez personas— respondieron que habían estado preocupadas y 37% que se habían sentido nerviosas, al grado de que 32% manifestó que también sentía dolor físico; el 26% se declaró triste y un 22% dijo haberse enojado.

Pobreza y hambre no pueden considerarse como problemas de individuos, si se padecen masivamente. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, “en 2014 casi el 23% de las personas en todo el mundo padecían inseguridad alimentaria moderada o extrema y ahora (2024) la participación supera el 30%”. Si 19% de los trabajadores “son completamente miserables en sus trabajos”, tampoco se debe considerar un problema personal.

La encíclica Laudato si’, del Papa Francisco, abre el espectro de causas al vincular las crisis que vivimos, en particular las ambientales, a la desigualdad, a la pobreza estructural, a la exclusión social y a la prevalencia de un modelo económico y de pensamiento basado en la dominación y en la extracción voraz de recursos naturales.

Las guerras en curso, la inflación, la precariedad de los empleos y de los salarios, los siete de los nueve límites del clima que el científico Johan Rockström considera que han sido rebasados, todo incide en la pérdida de seguridad en el porvenir personal y familiar, y en los efectos emocionales que ese despojo de expectativas con razonable certeza provoca en altísimo porcentaje de la humanidad.

No pocos autores consideran que estamos ante una crisis de la civilización. El historiador Arnold Toynbee sostenía que las civilizaciones surgen a través de respuestas creativas a problemas compartidos, pero que luego caen en inercias. La inercia es lo contrario a la creatividad requerida en nuestro tiempo.

Al menos la civilización occidental está atrapada en un nudo gordiano que solo admite soluciones originales y, además, urgentes, a problemas como el ambiental, como las desigualdades acentuadas durante el último medio siglo, no solo en riqueza e ingresos, sino en sentimientos y polarización de orden político.

En México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) levantó en 2021 la primera Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE), inspirado en indicadores de la OCDE que no son comparables con los de Gallup.

La ENBIARE recoge la visión del bienestar desde la perspectiva de los encuestados, personas mayores de 18 años a quienes se les hacen preguntas con cuyas respuestas se pretende evaluar a) la satisfacción que sienten las personas con su propia vida; b) cuál es el estado emocional o balance entre felicidad, tristeza, enojo, preocupaciones y, finalmente, c) se trata de conocer la impresión de la gente acerca del propósito y control que tiene en su vida cotidiana.

De los 10 mil 654 entrevistados en todo el país para la encuesta de 2021, el 47.3 por ciento aseguró estar satisfecho con su vida, el 36.1 moderadamente satisfecho, el 11.8 poco satisfecho y el 4.8 restante insatisfecho.

El balance entre felicidad y emociones negativas es precario, apenas arriba de 5 en una escala que llega a 10. La preocupación referida con mayor frecuencia fue la de cubrir los gastos del mes (43.4% de la población).

Con los resultados de la encuesta ENBIARE 2025 que está en proceso, podrán visualizarse tendencias al compararlos con los de 2021.

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