Contracorriente

México requiere empresarios más comprometidos

La falta de visión a largo plazo de las élites empresariales, caracteriza a la planta productiva como una que paga bajos salarios, no invierte en ciencia y tecnología, no mejora sus productos innovándolos ni se despeina por conquistar nichos de mercados

El problema congénito de México desde su independencia ha sido la falta de visión histórica y nacionalista de las élites; las que acordaron la independencia, consumada el 27 de septiembre de 1821, son los ancestros de las que se han beneficiado del “capitalismo de cuates” de nuestros días. Éstas no se han apartado de las pautas de crecimiento que diseñan poderes extranjeros y, en defensa de sus privilegios, niegan la evidencia internacional y propia de que a mayores desigualdades internas, menor dinamismo económico y desarrollo, más desconfianza y violencia e inestabilidades.

Los dos grandes problemas contemporáneos de México son el bajo crecimiento de las inversiones productivas y las grandes desigualdades de todo orden; o dicho de otro modo, esos mismos términos, pero en orden inverso. Hay un fuerte condicionamiento mutuo.

Fueron poderes conservadores los que hace 197 años acordaron una independencia «relativa» de México; los acuerdos de la Profesa, elevados al Plan de Iguala y trasladados a los Tratados de Córdoba, establecían la organización de una monarquía constitucional independiente, como parte del reino «compuesto» español, por lo que se invitaba a Fernando VII, o cualquier otro Borbón, a que la encabezara.

También estuvo entre los principios fundacionales que el poder del nuevo estado se organizara respetando la propiedad particular de la oligarquía conformada, no por empresarios sino por mineros, hacendados y comerciantes, y que los fueros de las corporaciones eclesiástica y militar se conservaran. Preservar la influencia y privilegios de esos poderes era una de las tres garantías del ejército realista que encabezaba Iturbide, consumador de la independencia.

La oligarquía económica de ese entonces era rica, pero no tenía la experiencia como propietaria emprendedora, ni sabía de la acumulación de capital como resultado de la competitividad para la conquista de mercados, ni tenía habilidad negociadora en las relaciones mercantiles entre naciones.

México nació a la independencia por acuerdo entre élites motivadas por lógicas corporativistas y la preservación de posiciones y privilegios de los que habían gozado durante la Colonia. Las élites sucesoras de aquellas, han guiado sus decisiones por la lógica del “capitalismo de cuates”, un término que describe un sistema económico en el que las relaciones personales o políticas entre empresarios y autoridades pesan más que las reglas de la competencia en el mercado.

Sus empresas no prosperan porque sean más eficientes, innovadoras o competitivas, sino porque tienen “cuates” -amigos, aliados, familiares o socios- en las altas esferas de gobierno, quienes los favorecen con el otorgamiento discrecional de permisos, concesiones o licencias, con exenciones o beneficios fiscales selectivos y cuando ha sido necesario, los rescatan de crisis con cargo al erario público. ¿Cómo olvidar el rescate bancario y su posterior extranjerización?

El capitalismo en México produce millonarios de talla mundial por la explotación de recursos naturales, la construcción de obra pública o concesiones de bienes públicos, como TV Azteca.

La falta de visión a largo plazo de las élites empresariales, caracteriza a la planta productiva como una que paga bajos salarios, no invierte en ciencia y tecnología, no mejora sus productos innovándolos ni se despeina por conquistar nichos de mercados internacionales con productos que interesen a las clases medias de cualquier país.

Las maquiladoras -que en su mayoría son meras ensambladoras, con mano de obra 5 a 8 veces más barata que en EUA, de partes que entran al país sin pagar impuestos- conforman el sector más dinámico y es el responsable del 67% de las exportaciones manufactureras y de aproximadamente el 62% del total de las exportaciones de México.

Al iniciar su segundo año de gobierno, la presidenta Sheinbaum afronta un cúmulo de problemas mayor que cualquier otro gobierno en México durante los últimos cien años, y el sector empresarial se muestra distante, como si en la necesidad de mayores inversiones sin renunciar al abatimiento de desigualdades, no estuviera su propia suerte en juego.

Haciendo abstracción de los problemas de la violencia delincuencial, que responde a movimientos internacionales de dinero y drogas, y a complicidades de autoridades corruptas, y poniendo aparte también el que representa el nacionalismo de extrema derecha de Trump, nuestro gobierno tiene como prioridades tratar de dinamizar el muy bajo crecimiento económico que arrastra México desde hace casi cuarenta años, debido a la contención de inversiones privadas y, al mismo tiempo, se propone tener éxito en políticas de bienestar basadas en recuperación de los salarios, crecimiento con calidad de la educación y salud públicas, fortalecimiento de la hacienda pública y programas de asistencia social.

Pero nada de eso será posible de mantenerse la contracción de las inversiones privadas, que entre enero y abril de este año bajaron 5 por ciento con respecto al mismo periodo de 2024; hay un Plan México del gobierno, al que la presidenta ha convocado a “empresarios todavía más activos y visionarios, y profundamente comprometidos con el futuro de la nación” a participar con decisión y confianza.

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