Contracorriente

Rebelión o fe ante las crisis

La industria y el transporte no pueden detenerse ni un día para hacer el reemplazo de los fósiles por fuentes renovables de energía, lo que lleva a considerar que la crisis ambiental no se resolverá con regulaciones.

Gustavo Petro, presidente de Colombia, expuso con vehemencia su perspectiva de los peligros que corre la humanidad, y acusó a los gobiernos de Europa y de Estados Unidos con una severidad que ningún jefe de gobierno de un país latinoamericano había empleado; lo hizo al intervenir durante una reunión preparatoria de la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP30), la cual se llevará a cabo del 10 al 21 de noviembre en Belém, en plena Amazonía brasileña.

Petro, presidente de un país latinoamericano —por lo tanto, desigual, con mucha pobreza y frustración social— tiene formación marxista y experiencia guerrillera, y llegó a la presidencia colombiana debido a los excesos del maximato del expresidente Álvaro Uribe, quien durante más de 20 años encabezó un régimen autoritario, económicamente liberal, militarista y causante de mayores desigualdades y de innumerables violaciones a derechos humanos.

El discurso de Petro sostiene esencialmente que varias crisis que en estos tiempos agobian a la humanidad —se refirió solo al calentamiento global, a las migraciones, al narcotráfico y al genocidio sionista en Gaza— son manifestaciones de una guerra en la que está en juego la supervivencia de la humanidad, entre ciudadanos de todo el mundo y la codicia de ganancias que genera la lógica del capitalismo.

Habló Petro del calentamiento global que sigue avanzando, de las migraciones que se combaten con aborrecimiento por parte de gobiernos, en alusión al de Trump; del narcotráfico, cuyos capitanes viven a sus anchas en las principales capitales del mundo; y de la guerra sionista que se propone el exterminio de los palestinos, como Hitler pretendió hacerlo con los judíos.

Desde un punto de vista marxista, estas crisis se engarzan por la lógica de las relaciones mercantiles que obliga a sus participantes (las corporaciones y la industria en general, ninguna empresa en particular) a aumentar permanentemente su producción de manufacturas; a las compañías que pierden el paso de la innovación y la productividad, el mercado se los cobra con creces.

El problema es que la planta industrial del mundo depende del petróleo como fuente de energía principal y no puede detenerse para reemplazarlo por fuentes alternativas. En 2023, los combustibles fósiles —petróleo, gas natural, carbón— representaron aproximadamente el 81.5% de la demanda energética de la industria, generación eléctrica y transporte mundial.

La industria y el transporte no pueden detenerse ni un día para hacer el reemplazo de los fósiles por fuentes renovables de energía, lo que lleva a considerar que la crisis ambiental no se resolverá con regulaciones, subsidios a fuentes renovables, penalizaciones ambientales u otras medidas que impusieran los gobiernos para que las empresas se comportaran social y ambientalmente responsables.

La única salvación, dice la encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’ (Alabado seas), subtitulada “Sobre el cuidado de la casa común”, de 2015, es dejar de consumir carbón, gas y petróleo, es decir, detener la planta industrial —decrecer en vez de crecer—, pero tal medida va en contra de las ganancias del capitalismo industrial y del empleo, como también es cierto que, al no detenerse, habrá un colapso ambiental más pronto de lo que se había estimado.

Las COPs —como la que inicia en noviembre en Brasil— han servido para visibilizar el problema y para movilizar fondos, pero no para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero; cada año se emiten a la atmósfera niveles más altos de esos contaminantes. El informe Emissions Gap Report 2023 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) consigna que las emisiones globales alcanzaron un nuevo récord en 2022, por lo que no debe asombrar que el planeta esté más cálido cada año.

Las mediciones del calentamiento global se hacen con respecto al periodo preindustrial (1850-1900), porque fue en ese medio siglo cuando Europa y Estados Unidos se industrializaron a grandes pasos, y toda la infraestructura se erigió considerando la disponibilidad de carbón, petróleo y gas; según distintas mediciones y metodologías, la temperatura actual ha subido entre 1.4 y 1.6 °C desde entonces, nivel irreversible que ya es causante de los desastres naturales, cada año más frecuentes e intensos.

Sin considerar la lógica del industrialismo, la Iglesia católica brasileña, en preparación a la COP30, quiere reafirmar el llamado del Laudato si’ del Papa Francisco, con la esperanza de que la fe pueda jugar un papel crucial como fuente de sentido y esperanza, considerando que la crisis climática es, “antes que nada”, una crisis de valores que demanda “la superación de un paradigma extractivo, tecnocrático y mercantilizador, para construir un modelo de desarrollo basado en la solidaridad, la justicia social y el respeto a los límites del planeta”.

Las esperanzas de que esa transformación profunda ocurra se basan en la fe religiosa o en la rebelión de las sociedades europeas, estadounidense y asiáticas.

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